Vientos vitruvianos
El arquitecto romano Vitruvio estableció una de las rosas de los vientos más completas de la antigüedad, que incluye vocablos latinos que dan origen a varios nombres de vientos que usamos en la actualidad.
Muchos de los nombres de los vientos que usamos en la actualidad –como cierzo, ábrego, solano o bochorno– datan de la época del Imperio Romano y tienen en el arquitecto Vitruvio su principal impulsor. El principal legado de Marco Vitruvio Polión (h. 70-80 a. C – 15 a. C.) es su tratado De Architectura, formado por diez libros que se cree que escribió entre los años 27 a. C. y 23 a. C., y que constituyen el tratado de arquitectura más antiguo que se conserva y el único que nos ha llegado de la época clásica. El que fuera arquitecto del emperador Julio César, tomó prestadas algunas ideas de los griegos, dando un paso más allá en la concepción tanto de los edificios como de las ciudades. Su tratado ejerció una gran influencia en el Renacimiento, ya que fue al principio de ese período de la historia cuando el texto se redescubrió y salió a la luz, datando de entonces las primeras ediciones impresas.
En su búsqueda del diseño de la ciudad ideal, Vitruvio tuvo claro que era fundamental conocer de antemano cuáles eran las condiciones meteorológicas dominantes en cada lugar, en particular los vientos, así como la posición y la altura que va teniendo el sol a lo largo del año. En su tratado, incluye el esquema de esa ciudad ideal, resguardada de los vientos correspondientes a los cuatro puntos cardinales: Septentrio (Norte), Solanus (Este), Auster (Sur) y Favonius (Oeste). Posteriormente, y basándose en la Torre de los Vientos de Atenas –edificio de planta octogonal que, algunas décadas antes que Vitruvio escribiera su tratado, diseñó el astrónomo griego Andrónico de Cirro–, añade otros cuatro vientos a su relación: Aquilo (Nordeste), Eurus (Sureste), Africus (Suroeste) y Caurus (Noroeste).
La rosa de los vientos que al final estableció Vitruvio tiene un total de 24 rumbos. Se basó para ello en algunas de las rosas de la antigüedad que ya había por aquel entonces, como la de Aristóteles de 8 rumbos (siglo IV a. C.) o la de Timosteno, de 12 (siglo III a. C.). A partir de los distintos vientos dominantes catalogados, Vitruvio estableció cuál era el trazado urbanístico más adecuado de las ciudades. Las vías principales o maestras de la ciudad debían orientarse entre cada dos de esos vientos, evitándose de esta manera que se canalizaran en exceso. También tuvo en cuenta el factor solar, sugiriendo el uso de un gnomon para conocer cómo evoluciona su sombra a lo largo del día, en distintas épocas del año. Tanto la dirección de calles y callejuelas como la orientación de los muros de los edificios dejaban de fijarse de manera arbitraria.
Las recomendaciones del genial arquitecto, ingeniero y escritor romano no quedaban ahí. En el Capítulo IV del Libro I, habla de la idoneidad de situar las ciudades en lugares elevados y de clima templado, lejos de zonas insalubres y no pegadas al mar, pues considera que los cambios de temperatura y del régimen de viento que se experimentan en las costas no resultan confortables para los ciudadanos. Las consideraciones que aluden a los vientos vienen especificadas en el Capítulo VI de ese mismo libro, titulado “De la recta distribución y situación de los edificios de muros adentro”.
En la rosa de los vientos de Vitruvio encontramos los vocablos latinos que dan origen a los nombres de algunos vientos que seguimos usando en la actualidad. Tanto en la antigua Hispania, como en el resto de regiones romanas que llegó a tener el Imperio, se extendió el uso del latín vulgar, a partir del cual surgió el español. El Favonius vitruviano –un viento favorable, del oeste– da origen al término föhn (foehn); el Africus –viento del suroeste, procedente de África– se convirtió en el ábrego, el viento “llovedor” por excelencia; el Vulturnus –viento muy cálido y seco, del sureste– lo expresamos en la actualidad como bochorno, y el Circius –un viento del noroeste en la rosa vitruviana– lo llamamos ahora cierzo; un viento frío de componente norte, con identidad propia en el Valle del Ebro.