Un farmacéutico en las nubes
Las nubes no fueron clasificadas hasta principios del siglo XIX cuando, gracias a un farmacéutico inglés llamado Luke Howard, quedó establecida la nomenclatura nubosa y la clasificación que sentó las bases de la que usamos en la actualidad.
Los nombres oficiales de las nubes son el latín, algo que le debemos a un farmacéutico londinense llamado Luke Howard (1772-1864), que ya desde niño sintió especial curiosidad e interés por observar lo que acontecía en el cielo, en particular la rápida evolución de las cambiantes nubes.
El éxito de la clasificación de Howard no reside únicamente en haber utilizado el latín para nombrar los distintos tipos de nubes, sino en que fue el primero en darse cuenta de que no podían clasificarse como meros objetos independientes, cada uno con su nombre y apellidos, sino que eran procesos dinámicos, en continua evolución. El nacimiento de un tipo de nube es precursor de otra nube distinta en la que se va transformando. Ese es el juego de las nubes y lo que tuvo en cuenta Luke Howard en su planteamiento y le valió reconocimiento internacional.
Un frío día de diciembre de 1802, este farmacéutico de profesión y meteorólogo de vocación impartió una conferencia en la Sociedad Askesiana de Londres, de la que era socio, titulada: “Sobre las modificaciones de las nubes”. Aquella disertación apareció publicada el año siguiente (1803) en forma de ensayo, lo que ayudó a la rápida difusión de su clasificación de nubes por todo el mundo.
Luke Howard estableció siete de los diez géneros nubosos que establece la Organización Meteorológica Mundial en su Atlas Internacional de Nubes. Aparte de identificar tres formas básicas (atendiendo a su morfología), que llamó cirrus, cumulus y stratus, también estableció otras cuatro formas nubosas que resultaban de la combinación de las anteriores: cirrus-stratus, cirrus-cumulus, stratus-cumulus y cumulus-cirrus-stratus. Este último género nuboso lo identifico también con el término latino nimbus, usado para todas las nubes que dejan lluvia.
Paralelamente en el tiempo a la publicación del ensayo de Howard, el naturalista francés Jean-Baptiste Lamarck (1744-1829) propuso otra clasificación alternativa de las nubes –puramente descriptiva–, que pronto cayó en el olvido, eclipsada por la de Howard. Una de las claves del éxito de la clasificación del farmacéutico inglés fue, sin duda, el uso del latín para nombrar a las nubes, frente al idioma francés usado por Lamarck, que limitó su difusión internacional.
Howard no solo empleó el latín por tratarse de una lengua usada todavía bastante en la literatura científica de la época, sino que se dio cuenta de que el mismo sistema de clasificación taxonómica usado por el naturalista sueco Linneo (1707-1778) tenía validez para resolver, de una vez por todas, el difícil reto de clasificar las nubes. La evolución de las formas animales y vegetales sirvió como modelo a Howard para describir los procesos evolutivos observados en las nubes. Una genialidad de aquel genial farmacéutico que puso nombre a las nubes.