Tormentas y ríos atmosféricos desbocados, más extremos e impredecibles

Que las precipitaciones se están viendo alteradas por el progresivo calentamiento de los océanos es algo más que conocido, pero saber cómo y en qué medida cambian no tanto. Aquí te contamos algunas de esas dificultades.

Las tormentas son uno de los fenómenos cuya evolución presenta más incertidumbre pero también mayor potencial en un clima cada vez más cálido

La temperatura media global se ha incrementado en más de 1,2 ºC desde las primeras décadas del siglo XX. Actualmente se sabe con cierta precisión qué regiones están experimentando mayor o menor cambio e incluso se proyectan escenarios que muestran distintas líneas de tendencia, con su correspondiente error, sobre su posible evolución. Esto se debe a que conocemos razonablemente bien el comportamiento térmico de nuestra atmósfera, al menos a escala planetaria. Pero la cosa no es tan fácil cuando queremos centrarnos en otras variables como es el caso de las precipitaciones.

Se sabe desde hace prácticamente dos siglos que cuanto más cálida sea una masa de aire, más cantidad de agua en forma de vapor puede albergar sin que condense y aparezca una fase líquida. Así, un océano más cálido tiene mayor potencial de generar masas de aire con gran contenido en humedad y por tanto propensas a desencadenar precipitaciones intensas.

Por otra parte, este incremento es exponencial ya que la humedad absoluta del punto de saturación aumenta en torno al 15% por cada 2 ºC de incremento de temperatura. Esto significa, por tanto, que el incremento se hace muy significativo en entornos cálidos, como los tropicales.

Sin embargo, la relación no es tan sencilla. Para que una masa de aire cálida pueda adquirir humedad, primero tiene que haberla. Si no tiene una procedencia oceánica difícilmente podrá adquirir grandes cantidades de vapor de agua, como bien se explica en este artículo publicado recientemente en la Proceedings of the National Academy of Sciences. De hecho, depende mucho de qué condiciones existen sobre los continentes e incluso de las estructuras meteorológicas que produzcan esas precipitaciones, destacando dos muy conocidas.

Ríos atmosféricos, grandes autopistas que distribuyen la humedad

Estas estructuras dependen directamente de la humedad de los océanos por las que discurren y son relativamente sencillas de monitorizar. Las precipitaciones que desencadenan están directamente relacionadas con el contenido de humedad y con la velocidad a la que se ve obligado a condensar según asciende. Esto es especialmente llamativo en zonas orográficamente complejas, como es el caso de la península ibérica. No obstante, la intrusión de masas de aire de origen continental pueden interferir en su desarrollo y favorecer que, en algunos casos, las proyecciones en un escenario de calentamiento los sobreestimen.

¿Estamos subestimando las tormentas en un clima más cálido?

Aunque también dependen de la humedad y la temperatura, lo cierto es que las tormentas son fenómenos mucho más difíciles de modelizar y analizar su evolución. El motivo es que las tormentas son estructuras que no sólo se limitan a elevar una masa de aire, condensar su humedad y precipitarla, sino que también obtienen su energía de este proceso: utilizan el calor latente de condensación para calentar la masa de aire y generar una potente corriente convectiva.

Cuanta más humedad y temperatura tenga la masa de aire, mayor será la energía disponible. En el verano de 2022 pudieron observarse algunos fenómenos convectivos extremos alimentados por un Mediterráneo con temperaturas de récord, como el Derecho que se cobró 12 vidas en Córcega o la supercélula de La Bisbal d'Empordá que dejó un tamaño de granizo sin precedentes en la península.

Esto significa que, al contrario que en el caso de los ríos atmosféricos, las tormentas de un clima más cálido podrían estar siendo subestimadas así como los fenómenos de mayor escala que dependen de la convección, como los grandes sistemas convectivos y los ciclones tropicales.

Un incipiente campo de estudio

En la península ibérica y en buena parte del sur de Europa se abre un interesantísimo campo de estudio en lo que a estos fenómenos respecta, puesto que, sin llegar a apreciarse una tendencia clara de las precipitaciones, sí se esperan cambios importantes en la distribución e intensidad de las mismas, algo que ya empieza a ser visible al incluir los datos de las últimas décadas pero que deja aún mucha incertidumbre abierta al respecto.