Tipos y nombres de nieblas: ¿los conoces todos?
La niebla es un hidrometeoro formado por pequeñas gotas de agua en suspensión, cuya formación puede deberse bien a la condensación del vapor de agua o a la evaporación, existiendo una gran cantidad de localismos que hacen referencia a ella.
La presencia de una niebla en un determinado lugar y momento dado, delata que se han alcanzado las condiciones de saturación del vapor de agua presente en el aire. La única diferencia que hay entre una nube que vemos a cierta altura en cielo y una niebla, es que esta última está situada al nivel de la superficie terrestre (un caso particular de nube del género Stratus). En ambos casos tenemos un hidrometeoro consistente en la suspensión de minúsculas gotitas de agua, habitualmente de tamaño microscópico. Técnicamente, nos referimos a una niebla cuando la visibilidad horizontal es inferior a un kilómetro.
Las circunstancias que pueden dar lugar a una niebla son diversas, si bien todo se reduce a dos principales mecanismos de formación: enfriamiento y evaporación. En el primer caso, cuando la temperatura desciende hasta alcanzar el punto de rocío, se produce el cambio de fase de gas a líquido y comienzan a formarse gotitas de niebla, a expensas de la condensación del vapor de agua del ambiente. Tanto la niebla de radiación o irradiación, como la de advección, son nieblas de enfriamiento, si bien cada una de ellas presenta sus singularidades, siendo distintas las circunstancias bajo las que se forman.
¿Cuáles son los tipos de niebla?
Las típicas nieblas que se forman en los valles y mesetas del interior de la Península preferentemente en los meses invernales son nieblas de radiación. El enfriamiento nocturno junto al suelo, en un entorno de estabilidad atmosférica, con el aire encalmado, da como resultado estas nieblas, que forman extensos bancos y que, bajo situaciones particularmente propicias (ambiente previo cargado de humedad y temperaturas bajas o muy bajar, en el entorno de los 0 a los 5 ºC) son particularmente persistentes. Estas nubes son estáticas, en contraposición a las nieblas de advección, que se producen al deslizarse una masa de aire cálido y húmedo sobre un mar o suelo frío. En este caso, son las típicas nieblas costeras y no obedecen al ciclo día-noche, pudiendo irrumpir a cualquier hora del día y estación del año.
El mecanismo de evaporación da lugar también a nieblas marinas, como la mayoría de nieblas de advección, pero en este caso la niebla se forma debido a los aportes de vapor de agua de la superficie marina, relativamente cálida, al entrar en contacto con aire frío situado sobre ella. Esta niebla es muy común en los mares polares y se conoce como “humo ártico”. También la evaporación es el proceso clave en la formación de algunas nieblas frontales. Los frentes cálidos dejan a veces lloviznas, y en el lenguaje popular, es bastante común identificar ambos fenómenos, sin distinguir entre una lluvia fina, de gotas muy pequeñas, y una niebla. De hecho, cuando en esta última tenemos gotas algo mayores de lo normal, no existe gran diferencia entre ambos meteoros (llovizna y niebla). Bajo el nombre de nieblas lloronas, meonas o chorreras, se conocen a esas nieblas que mojan y en las que llega a producirse una leve precipitación.
Un rico lenguaje para nombrar a las nieblas
Se cuentan por decenas –posiblemente algún centenar– los localismos empleados en España para referirse a la niebla o la neblina. Por un lado están las variantes de ese par de términos, como, por ejemplo, nebra, niebra, nebría, niubrina o nublina. Por tierras asturianas usan palabras como borrina, borrín o burriana. Esta última palabra también la encontramos con la forma gurriana, así como la variante cántabra (guarrina), con la que se identifica a la llovizna mezclada con niebla.
Entre los nombres más curiosos de nieblas, tenemos por un lado el taró (o tarol). De origen fenicio, en la Costa del Sol y el Campo de Gibraltar llaman así a la niebla marítima muy persistente que se forma principalmente en verano y principios del otoño en las inmediaciones del estrecho de Gibraltar, extendiéndose en ocasiones por parte del mar de Alborán, debida a las entradas de vientos secos del sur de origen africano, que logran evaporar gran cantidad de agua de la superficie marina. Los barcos que cruzan el Estrecho tienen que recurrir a señales acústicas para evitar posibles colisiones.
Otro término singular es el de dorondón. Lo usan en Aragón para referirse a una niebla muy densa y fría, que en muchos casos es engelante. Esto último ocurre cuando la temperatura es inferior a 0 ºC (punto de congelación del agua) y en tales casos las gotitas que forman la niebla pasan a estar superenfriadas (en un estado de fase transitorio llamado de subfusión), de manera que al impactar contra cualquier objeto como un poste, una valla, un árbol o un arbusto, se congelan de inmediato, formándose un depósito de hielo que recibe el nombre de cencellada. El resultado es un paisaje blanco que recuerda al de una nevada, o al que provoca una intensa escarcha.
Terminamos este breve repaso por la nomenclatura de las nieblas con algún otro término, como macazón, que emplean en el interior de Cantabria para referirse a la niebla baja cerrada, pero que solo ocupa una pequeña extensión de terreno (un banco de niebla), la boira, su aumentativo boirón (comarca del Serrablo, en el Alto Aragón) y su diminutivo boirina, con el que en Cataluña identifican la neblina, y finalmente bufo o bufa, que da nombre a la niebla baja que sube desde el valle hasta la montaña, empujada por la brisa diurna.