Sequías severas que dejaron sin agua a nuestras ciudades
Estamos viviendo una acentuada sequía en numerosos puntos del país, ¿pasará a la historia? En el siglo pasado España vivió ciclos secos acentuadísimos que cambiaron paisajes y dejaron a grandes ciudades sin agua.
Nuestro país lleva en el ADN climático las sequías. Éstas aparecen cíclicamente vaciando nuestros embalses, acuíferos y provocando un acentuado estrés en cultivos y bosques. En el último siglo han llegado incluso a provocar restricciones en grandes ciudades, como Bilbao o Sevilla. Ahora estamos inmersos en otro periodo seco que ya ha hecho saltar las alarmas en el sureste y el noroeste de la Península Ibérica. Es una situación preocupante, pero no es nueva.
En la cuenca del Júcar entre los años 1983 y 1985 se vivió una de las sequías más graves del pasado siglo. Las lluvias empezaron a escasear a finales de los 70 y a mediados de los 80 el estiaje se acentuó hasta dejar apenas 116hm3 en los embalses de la cuenca. La precipitación sobre la Confederación Hidrográfica del Júcar se situó por debajo de los 450mm, con porcentajes de desviación respecto a la media de hasta un -75% en el río Serpis. Como consecuencia, se aplicaron restricciones en el regadío e incluso en el consumo de agua en numerosas localidades.
El río más caudaloso de España, el Ebro, también ha vivido períodos muy secos. A finales de la década de los 40 se vivió la temporada con menor precipitaciones registradas hasta la fecha, dejando caudales irrisorios en Zaragoza o Flix, los más bajos de sus series históricas. La “pertinaz sequía” agravó la crisis de la posguerra, con efectos desastrosos en la agricultura o la producción eléctrica y dificultando el abastecimiento.
Desde el otoño de 1988 hasta finales de 1995 la Península Ibérica sufrió una de las sequías más severas conocidas. En el área metropolitana de Bilbao y en la ciudad de Vitoria las restricciones afectaron a más de 1.200.000 habitantes y a gran parte del sector industrial. La sequía se agravó a finales de 1989, con un sistema del Zadorra, afluente del Ebro, con 15hm3 que obligó a acometer obras de emergencia para ahorrar agua y aumentar la disponibilidad de recursos. Los bilbaínos sólo tenían acceso al líquido motriz entre las 6 de la mañana y las 6 de la tarde.
Otra de las cuencas afectadas por esta gravísima sequía fue la del Duero. Allí las precipitaciones fueron muy inferiores a la media once meses consecutivos, desde enero de 1989 hasta el mes de noviembre del mismo año. Esto hizo que se desplomaran los recursos hídricos obligando a decretar restricciones de agua para el regadío. Los embalses de este río a comienzos de octubre de 1989 estaban al 10,7% de su capacidad. Ahora, a pesar de la ausencia de precipitaciones que estamos viviendo, está al 32,7%.
A partir de 1980 las aportaciones hídricas en la cuenca del Segura también empezaron a decaer, pero la situación cogió cierto cariz dramático a principios de los noventa. En el año hidrológico 93/94 cayeron 200mm de media, y 196mm en el 94/95, cuando de normal se venían recogiendo 365mm. Las superficies regadas dedicadas al cereal, a los cultivos forrajeros y a las patatas se redujeron drásticamente, hasta un 40%. Se estima que las pérdidas en la producción ascendieron a los 120 millones de euros.
En esos mismos años la cuenca del Guadalquivir cayó por debajo del 30% de su capacidad total. Los escasos recursos existentes en el año 1995 se destinaron a la población, que tuvo que reducir el consumo en un 30%. En grandes ciudades como Sevilla se acabaron haciendo restricciones de hasta 10 horas diarias y con agua de escasa calidad, que obligó a los sevillanos a comprar agua embotellada por un valor próximo a los 1000 millones de pesetas -algo más de 6 millones de euros- por mes.