¿Por qué hay tantos daños tras un fenómeno natural extremo?
La llegada de fenómenos naturales extremos trae consigo innumerables catástrofes, pero ¿sabías que muchas de ellas podrían haber tenido un menor impacto si se hubiese prestado atención al territorio?
Hoy, 13 de octubre, se celebra el Día Internacional para la Reducción de los Desastres (DIRD) y su conmemoración se centra en el Marco de Sendai para la Reducción del Riesgo de Desastres, un documento internacional que tiene como objetivo alcanzar 7 metas estratégicas para la reducción de las catástrofes, que incluye la propia prevención y mitigación. En este 2018 se plantea la tercera meta que consiste en “reducir las pérdidas económicas directas ocasionadas por los desastres con relación al producto interno bruto (PIB) mundial para el año 2030”.
Los fenómenos extremos son inevitables, los daños que estos causan pueden minimizarse
Parece mentira que no hayamos aprendido que, tras los fenómenos naturales extremos, los riesgos y daños que les preceden están asociados al territorio, debido -exactamente- a nuestra mala gestión y ordenación territorial y a la previsión y prevención de todos ellos. Y es que hemos pasado de aplicarnos la idea de “conocer para prever, prever para prevenir” a “aprender (mediante los efectos de las catástrofes) para conocer”, y así poder prever y prevenir. Algo imperdonable, por cierto, pues están en juego vidas humanas -también animales-, diferentes trastornos ambientales y la destrucción de innumerables infraestructuras.
Entonces, ¿por qué se producen tantos daños tras un fenómeno extremo? Principalmente por la falta de prevención y organización a la hora de gestionar un territorio. La deficiente planificación de los asentamientos humanos (construyendo, por ejemplo, en conos de deyección), la falta de medidas de seguridad (no guardando -como ocurre muchas veces- la distancia necesaria respecto al curso de un río), los carentes Planes de Emergencia (para saber cómo actuar en caso, por ejemplo, de la subida del nivel del mar sobre una urbanización construida a pie de playa y su necesaria evacuación) o la falta de mejores sistemas de alerta definidos hacen que, en caso de producirse un fenómeno extremo, hablemos directamente de un desastre o catástrofe.
Es por ello que, a pesar de que no podamos evitar un fenómeno natural extremo -pues no se puede-, una forma de prevenir o reducir sus consecuencias es creando Planes de Ordenación Territorial y Sistemas de Gestión de Riesgos. Se deben diseñar mapas de riesgos, promoviendo la educación ambiental tanto en los centros escolares como en los centros de emergencias y profesionales técnicos e invirtiendo en estudios, Planes de Emergencia y Sistemas de Alerta y Respuesta Temprana; entre otras opciones.
¿Qué tienen en común los ciclones de las últimas semanas?
Además de las condiciones meteorológicas, los daños colaterales que han generado sobre el territorio, exacto. Los huracanes -tornados o tifones- son los que más a la orden del día han estado, y entre las causas, efectos y consecuencias que pueden provocar sobre el terreno encontramos un denominador común: la influencia del ser humano.
Los fuertes vientos sostenidos provocan graves peligros, pues arrasan todo a su paso, dañando o destruyendo las edificaciones y provocando aplastamientos o cortes sobre las personas. Las lluvias torrenciales, intensas, abundantes y continuas son la principal preocupación tras un huracán, pues causan colapsos en los sistemas de desagüe, inundaciones y deslizamientos sobre el terreno, afectando todos los bienes materiales que encuentran a su paso. Por otro lado, si se está en una zona costera, aumenta la marea y el oleaje y marejadas se tornan violentas, destrozando embarcaciones e invadiendo playas y centenares de metros tierra adentro -con la consiguiente destrucción de todas las viviendas e infraestructuras que haya en ellas-.
Ejemplo de ello lo encontramos en los recientes huracanes de Florence y Michael de la costa este de EEUU y en el tifón Mangkhut de Filipinas, donde los vientos de más de 145 y 160 km/h -respectivamente-, las inundaciones por las fuertes lluvias y entradas del mar han causado decenas de muertes y desaparecidos, miles de evacuaciones, cortes de luz, cancelaciones de vuelos y millones -y millones- de pérdidas económicas; además de la posible inseguridad alimentaria, aumento de la pobreza e insalubridad. Y así, otros tantos ejemplos de fenómenos extremos que provocan graves catástrofes y que habrían podido tener un menor impacto si se hubiese prestado una mayor atención al territorio.