¿Morimos más por el frío o por el calor?
Con la llegada del nuevo año afrontamos (estadísticamente) los días más fríos y no es casualidad que enero sea el mes con mayor mortalidad. ¿Sabes ya por qué morimos más?
Sí, el frío causa más muertes que el calor a nivel mundial, pero hay matices. En términos generales la mortalidad es mayor en un día medio de invierno que en uno de verano -aproximadamente un 15% más- pero si nos centramos en los episodios extremos, de frío y de calor, la cosa cambia. En ese caso, las olas de calor resultan más mortíferas que las de frío. No obstante, la morbimortalidad (la interacción de los fallecimientos en función de las causas) está relacionada tanto con la intensidad del frío como con la duración del episodio. Hay que tener en cuenta, además, el lugar del mundo en el que vivimos. Este hecho se da en climas templados donde la población es más vulnerable a las bajas temperaturas. Además, el invierno afecta en el hemisferio norte a más personas. En nuestro país, en cambio, la tendencia se ha invertido en las últimas décadas.
Y ¿qué temperatura es la ideal para nuestro cuerpo? Frioleros y calurosos al margen, el confort higrotérmico es aquel en el que no intervienen los mecanismos termorreguladores de nuestro cuerpo en un estado de reposo o poca actividad y con ropa ligera. El cuerpo humano se encuentra en este estado cuando las temperaturas oscilan entre los 21 y los 25 grados.
Cuando nuestro cuerpo empieza a sufrir
Cuando la temperatura cae por debajo de los 15 grados, nuestro cuerpo empieza a sufrir. Este estrés térmico del cuerpo causado por el frío es lo que puede llevarnos a problemas vasculares, ya que la sangre se concentra más y es más propensa al colapso. El cuerpo, con el objetivo de protegerse del frío, reduce el suministro de sangre a la piel, y al mismo tiempo aumenta la presión en los órganos internos. Para compensar esto, elimina altas cantidades de sales y agua, lo que provoca un incremento de la viscosidad sanguínea.
En cuanto a las complicaciones respiratorias, el origen suele estar en las infecciones. Cuántas veces habremos oído aquello de “he cogido frío” cuando alguien se pone malo. Pues bien, lo que sucede realmente ante las bajas temperaturas y las infecciones es que nuestro sistema inmunológico, en una respuesta natural para combatir el frío, no da abasto y baja las defensas ante los agentes infecciosos. Solo por pasar frío no enfermamos, tiene que haber un virus en el ambiente que nos contagie y es precisamente en invierno cuando las infecciones respiratorias suelen afectarnos más. Comienzan por las vías respiratorias altas hasta llegar a los bronquios y a los pulmones. Entonces, pueden desencadenarse enfermedades como la neumonía.
Los grupos más vulnerables
Tras un episodio de temperaturas extremas, el pico de mortalidad se registra habitualmente entre diez y quince días después. Las personas mayores y, más concretamente, aquellas con enfermedades cardiovasculares, respiratorias y neurodegenerativas, son el grupo más vulnerable de la sociedad ante las bajas temperaturas. Por ello, son los que deben tener más precaución en esta época del año.
En este sentido, hay que tener en cuenta que la relación entre el frío y la mortalidad está estrechamente relacionada con el envejecimiento de la población. Un estudio reciente en España ha detectado que en las poblaciones con más ancianos aumenta la mortalidad a temperaturas más bajas. Por tanto, el problema no solo radica en las bajas temperaturas sino en una sociedad envejecida.
¿Cómo nos adaptamos?
Nuestra anatomía ha ido evolucionando de forma natural con el paso de los años y uno de los factores que ha influido han sido las temperaturas. Mientras los esquimales cuentan con extremidades cortas para facilitar el riego sanguíneo y hacer frente a las bajas temperaturas, tribus como los Masái poseen brazos y piernas largas para soportar mejor el calor.
Actualmente ya no nos adaptamos, lo hacen nuestras viviendas. La calefacción es ya un sistema fundamental en los hogares al igual que en verano el uso del ventilador o del aire acondicionado. Además, siempre nos quedarán otras técnicas más sostenibles y económicas para entrar en calor como las bolsas de agua caliente, los alimentos calientes o los automasajes.