Luces y sombras mayas

Muchos dioses mayas están ligados a fenómenos meteorológicos. Durante los equinoccios, un juego de luces y sombras permite visualizar al dios Kukulkán en la gran pirámide de Chichén Itzá.

El Caracol, uno de los edificios más emblemáticos del enclave maya de Chichén Itzá, en la península de Yucatán. Se conoce también como El Observatorio, al especularse que esa podía haber sido su función, dado el interés que mostraron los mayas por la observación de los fenómenos celestes.

Una de las civilizaciones antiguas más fascinantes que se conocen es la de los mayas, gracias en gran medida a su alto grado de organización y al profundo conocimiento astronómico que adquirieron. Ello les permitió desarrollar un calendario cuya exactitud sigue despertando asombro en la actualidad, así como anticipar la aparición de determinados fenómenos celestes como los eclipses, los solsticios o los equinoccios. Su interés por la meteorología –estrechamente ligada a la agricultura– también fue muy grande, lo que tiene su reflejo en el gran número de dioses que dedicaron a ella.

La palabra huracán, que los conquistadores españoles tomaron del idioma taíno que se hablaba en las Antillas cuando llegaron al Nuevo Mundo, tiene su origen en el dios maya hurakan (hun-r-akan), que, según cuenta el Popol-Vuh –libro sagrado de los mayas–, significa “corazón del cielo” y se corresponde con un dios cojo [hun (uno) y akan (pierna)], quien, según la mitología maya, surgió del citado corazón del cielo para gobernar el trueno, los rayos, los vientos y las tempestades.

No es la única deidad maya que guarda relación con esos elementos de la naturaleza. Itzamná, el dios del cielo, del día y de la noche, tiene en Kinichi Ahau –el dios Sol– una de sus metamorfosis. Su esposa es Ixchel, la diosa maya de la luna y el arcoíris, así como del amor y la fertilidad, a la que algunos textos mayas relacionan también con Chaac, el dios de la lluvia. En muchos de los edificios de las ciudades mayas de Uxmal y Kabáh, ambas en la península de Yucatán, se encuentran representaciones suyas, con su característica nariz en forma de trompa. Al igual que hurakán, también era considerado el dios del trueno.

Bajorrelieve con una representación de Kukulkán, la serpiente emplumada y dios maya de las tempestades, en uno de los edificios del complejo arqueológico de Chichén Itzá.

En este breve recorrido por la mitología maya, no podemos olvidarnos tampoco de Ehécatl, el dios del viento, y Kukulcán, dios de las tempestades, al que los mayas dedicaron Chichén Itzá, una de sus principales ciudades y el complejo maya más conocido y visitado del mundo. La representación iconográfica de Ehécatl es la misma que la de Kukulkán. Se trata en ambos casos de una serpiente emplumada que, según la tradición maya, cuando agitaba su cola producía una corriente de aire, surgiendo así el citado Ehécatl, dios maya del viento.

Kukulkán es una de las deidades más importantes de Mesoamérica, pues a su condición de dios de las tempestades une la de ser uno de los dioses creadores del mundo y de la humanidad, según relata el Popol-Vuh. A él está dedicado en Chichén Itzá la mayor de las construcciones; un templo con forma de pirámide escalonada, conocido como “El Castillo”. Allí tiene lugar, dos veces al año, una de las demostraciones más extraordinarias del conocimiento astronómico que llegaron a adquirir los mayas, en combinación con su saber matemático y geométrico, del que hicieron gala los arquitectos que diseñaron esa pirámide, que cumple la perfección con la función de calendario.

Visualización de Kukulkán como una serpiente de luz, en la fachada norte de El Castillo de Chichén Itzá, durante uno de los equinoccios. Crédito: http://diarioviajero.es

Las dos fechas referidas son las de los equinoccios de otoño y primavera, que se corresponden con los dos momentos del año en que se igualan las duraciones del día y de la noche. Poco antes de ocultarse el sol esos días equinocciales, las sombras de las esquinas de las plataformas que forman esa gran pirámide se van proyectando sobre el lateral de una de las escalinatas, la del lado Norte (orientada exactamente el NNE). Se van formando entonces –en sentido descendente– siete triángulos iluminados en la pared, lo que transmite el efecto de una serpiente que baja al suelo, a fertilizar la tierra, recordando a la gente que participaba en ese ritual el carácter sobrenatural del dios Kukulkán. Todo un golpe de efecto conseguido gracias a la sabiduría de los antiguos astrónomos mayas y sus precisos cálculos. “El Castillo” de Chichén Itzá también marca con exactitud los dos solsticios, el de verano y el de invierno.