Los esconjuraderos y los comunidors
Las tormentas, portadoras de lluvias intensas y granizadas, siempre han sembrado el terror. Hace un par de siglos no habían modelos de predicción o radares para pronosticarlas, se utilizaban las plegarias y la magia en unos edificios muy peculiares: los esconjuraderos.
Las tormentas, las lluvias intensas, los rayos y truenos tuvieron amedrentados a nuestros antepasados, sobre todo a aquellos cuyas vidas dependían directamente de la temperie. Perder los cultivos, el ganado, la casa, los bienes y, en general, el trabajo de un tiempo considerable en unos minutos por la llegada de una inoportuna tormenta, tuvo que ser, y es, un hecho muy doloroso.
¿Cómo se defendían de las inclemencias del tiempo? ¿Cómo ahuyentaban a las tormentas, los rayos, granizadas y lluvias devastadoras? No había radares, ni imágenes de satélite, tampoco lanzaban cohetes con ioduro de plata, ni había avionetas “salvadoras”. La oración, los conjuros y otras actividades mágicas eran las únicas herramientas de las que disponían para luchar contra la intemperie. Unas veces aliados con la magia y otras con la religión, los conjuros, oraciones y ritos, mitad pagano, mitad religioso, se mezclaban entre sí para alejar o mitigar el efecto de los males del tiempo.
En algunos pueblos y poblaciones se construyeron pequeñas edificaciones para “luchar” contra las tormentas realizando estas prácticas, cuyo origen estaba perdido en la lejanía de los tiempos. Las campanas de las iglesias fueron otro de los elementos que se utilizó en la desigual lucha contra los meteoros dañinos. Pero eso es otro tema.
Lo llamativo del caso, que nos trae a cuento, es que las edificaciones de las que vamos a hablar salieron, en general, físicamente del recinto religioso donde se celebraban las misas tradicionales y, por tanto, estaban expuestas a los vientos y otros elementos atmosféricos. ¿Quizá para que el celebrante estuviera más en contacto con la realidad mundana y, por supuesto, con la atmósfera?
Los esconjuraderos
Los esconjuraderos (del aragonés esconchurar: conjurar) son un elemento arquitectónico característico de la cultura y tradiciones pirenaicas, con fuerte presencia en el pirineo aragonés.
Los esconjuraderos son unas sencillas construcciones de piedra, orientadas a los cuatro puntos cardinales y cercanos al templo parroquial que servían para conjurar, desconjurar o esconxugar, los males que atenazaran al pueblo, en su mayoría en forma de tormentas. Estas construcciones son habitualmente cuadradas, aunque las hay también circulares, y en ocasiones tienen una cruz encima de la techumbre o dentro del edificio.
Se construyeron allá desde el siglo XVI al XVIII y en ellos se realizaban rituales destinados a esconjurar o conjurar tormentas o tronadas, las plagas y otros peligros que amenazaban a las cosechas.
Son de geometría simple y precisa, con arquitectura sobria y fría, escasísimos elementos decorativos y confeccionados con materiales comunes (mampostería, piedra tosca para vanos y cubiertas, losa de piedra o teja árabe). Las paredes pueden alojar vanos de diferentes tamaños, generalmente arco de medio punto. El suelo se unifica con lajas de piedra, ladrillo o cantos rodados, mientras que la cubierta se realiza mediante bóveda esquifada, semiesférica o falsa cúpula.
Los comunidors en Cataluña
Según el diccionario de la Enciclopedia Catalana el vocablo comunidor deriva del verbo comunir que a su vez proviene del latín commonere y significa conjurar el mal tiempo con oraciones o exorcismos.
El comunidor es una pequeña edificación en forma de porche abierto a los cuatro vientos, cubierta y situada cerca de una iglesia, donde se resguardaba el sacerdote que esconjuraba las tormentas y granizadas. Por tanto, esconjuradero y comunidor hacen referencia a lo mismo. Una variante del comunidor es el reliquier en el cual se exponían reliquias para conjurar las tormentas.
El conjuro iba dirigido contra la granizada más que contra el propio rayo, ya que en la época medieval y algunos siglos posteriores, si una persona moría carbonizada “sólo” era motivo de tristeza resignada, pero una granizada implicaba el ayuno para toda una comunidad. Todo ello ya es historia petrificada en el noreste peninsular.