La radiación solar suma una nueva víctima: nuestros ojos
¿Crees que te proteges bien del sol? Además de nuestra piel, los ojos son una de las partes más expuestas y (me temo) más vulnerables a los rayos solares, y de nuestra protección depende nuestra salud ocular.
Hoy en día, dentro de nuestro estilo de vida sedentario (en la mayoría de los casos), hemos optado por una dinámica muy poco beneficiosa para nuestra salud ocular: pasamos demasiadas horas en lugares cerrados con poca luz o con luz artificial (sí, hablo del móvil, del ordenador o de la televisión). Y esto, sumado a que cuando salimos a la calle solemos ponernos gafas de sol o gorras, hace que nuestras células receptoras de luz no se recarguen suficientemente y desarrollen ciertas intolerancias y sensibilidades hacia la luz del sol.
La fotofobia o sensibilidad a la luz es una realidad, y se detecta en el momento en el que, como acto involuntario, cierras demasiadas veces los ojos ante la luminosidad de la calle o la luz fluorescente de una lámpara. Y si, además, le sumas un ligero dolor de cabeza, la sensibilidad a la luz puede suponer un problema (y serio) para tus retinas.
Ante este concepto de sensibilidad de la luz, vamos a desmontar un mito: ¿sabías que es falso aquello de que las personas con ojos azules o verdes tienen una mayor sensibilidad a la luz intensa? En realidad, lo que tienen este tipo de ojos es menos pigmentación, ni más ni menos. Su retina, por tanto (o más bien su epitelio pigmentario), tiene menos pigmento, lo que hace que se refleje más luz en el interior del ojo y sature los receptores. De ahí que el hecho de que los ojos sean más sensibles a la luz lo determine la cantidad de pigmento que posea el ojo en su interior. Además, como dato curioso, ¿sabías que no existen los ojos de color negro? Suelen confundirse con los ojos marrones muy oscuros.
Además de a tu piel, el sol puede provocarte quemaduras en los ojos
La protección solar ocular, por tanto, es muy importante, y es que son órganos muy sensibles a las radiaciones solares. Éstas pueden provocar la aparición de patologías que pueden derivar en numerosos efectos negativos sobre nuestros ojos. Las quemaduras oculares son consideradas unas de las más peligrosas (y silenciosas), pues sus dolencias pueden confundirse. Enrojecimiento, irritación, lagrimeo y una sensación muy molesta como si tuviéramos tierra en el ojo (cuando en realidad no hay nada…).
Las cataratas es otra de las graves consecuencias a las que nos exponemos, y es que según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el 20% de los casos diagnosticados están relacionados con una prolongada exposición a radiaciones solares. Degeneración Macular Asociada a la Edad (DMAE), desprendimiento de retina y córneas y (hasta) cáncer en la piel de los párpados, son otras de las lesiones a las que podemos enfrentarnos.
Las gafas de sol no son solo para el verano
Proteger nuestros ojos depende expresamente de nosotros, y un gesto básico y muy sencillo que nos lo permite es el de utilizar las gafas de sol. Para ello, deben de estar siempre homologadas (aquellas que poseen esa pegatina redonda con la marca CE que todo el mundo quita nada más comprarlas…) y con lentes que incorporen el tipo de filtro de protección solar adecuado para nuestras actividades. Nada de dejarse llevar por los colores del cristal, pues cada color conlleva una funcionalidad específica.
Por poner varios ejemplos, las lentes de color gris son la elección ideal para los conductores, pues apenas altera la percepción de los colores naturales; las de color marrón para realizar actividades deportivas al aire libre, pues mejora el contraste y la profundidad de campo; las de color verde para practicar deportes náuticos, pues apenas altera la percepción de los colores naturales y, además, reduce la intensidad de la luz visible; las de color amarillo para los días nublados, pues reducen la intensidad lumínica; las de color naranja para la conducción con niebla, pues incrementa el contraste; y las polarizadas para aquellas actividades donde desees evitar deslumbramientos producidos por superficies reflectoras (como, por ejemplo, en el mar o en la nieve).
Por otro lado, y al hilo con el tema, es importante tener claro que a pesar de que el día esté nublado es muy importante utilizar gafas de sol adecuadas, ya que las nubes dejan pasar más del 90% de la radiación ultravioleta (UV) y puede afectar a nuestra vista. Además de usarlas en zonas de playa, montaña o nieve, donde las superficies pueden llegar a reflectar hasta el 80% de la radiación; como es el caso de los alpinistas, donde cada año se suman los casos por quemaduras de córneas o hemorragias de las retinas provocadas por la altitud y el uso de gafas de protección solar inadecuadas.
El cambio climático también tiene mucho que “ver”
Los efectos del cambio climático, por tanto, vuelven a tener protagonismo en esta ocasión, pues el aumento progresivo de las temperaturas, la mayor exposición de radiación UV, la excesiva contaminación de las grandes ciudades y la sequía son los principales elementos que propician la concentración de alérgenos y, por consiguiente, la alteración de nuestros ojos, pues pueden llegar a provocar la llamada “conjuntivitis alérgica”.
Esta alergia ocular es causada por la aparición de diferentes alérgenos (como el polen o las esporas de polvo) en el ambiente y, en los últimos años (debido especialmente a los efectos que el cambio climático está provocando), se ha visto incrementada, afectando aproximadamente a un 25% de la población llegada esta época del año.
Además, con el cambio climático, los niveles de radiación UV también están viéndose alterados y (cada vez más) en aumento, debido a la destrucción que se está experimentando en la capa de ozono.