La nevadona de los tres ochos
Durante los meses de febrero y marzo de 1888 se sucedieron en Asturias y Cantabria las mayores nevadas que se recuerdan en la zona. Repasamos ese destacado episodio, conocido como la nevadona de los tres ochos, en alusión al año en que ocurrió.
Las crónicas históricas están salpicadas de descripciones de episodios meteorológicos, que en su momento tuvieron un gran impacto en la población, siendo a menudo catastróficos. Las referencias a las nevadas que ocurrieron en el norte de la península Ibérica –particularmente en Asturias y Cantabria– entre los meses de febrero y marzo de 1888 parecen exageradas y alejadas de la realidad, pero una vez que se analizan todas las fuentes, parece claro que se produjeron y fueron excepcionales. Dejaron un recuerdo imborrable en las gentes que lo vivieron, y lo fueron transmitiendo a las nuevas generaciones. Si hoy en día se pregunta a la gente mayor de los pueblos de Asturias y Cantabria por grandes nevadas, relatan lo que a ellos les contaron sus padres y abuelos sobre la nevadona –también llamada la monumental– de los tres ochos.
No fue una única nevada, sino una sucesión de varias de ellas que afectaron de lleno el área cantábrica durante algo más de un mes, entre mediados de febrero y mediados de marzo de 1888. Durante aquel período se encadenaron distintas entradas de aire frío de origen polar y las citadas nevadas, alguna de ellas de varios días seguidos de duración, acumulando unos espesores de nieve impresionantes.
La persistencia de un flujo muy marcado del Norte, con un elevado contenido de humedad, sobre el Cantábrico, fue el factor clave que permitió la sucesión de esas grandes nevadas, intercaladas por breves periodos de calma en los que la nieve daba paso a fuertes heladas. Tan impresionante temporal invernal, fue uno de los últimos coletazos de la Pequeña Edad de Hielo en España y en otras muchas zonas del hemisferio norte. En marzo de ese año tenía lugar una impresionante tempestad de nieve en el nordeste de los EEUU, dando lugar en Nueva York a la mayor nevada jamás registrada en la ciudad.
Volviendo a España, se conocen los espesores que llegó a alcanzar la nieve en distintos enclaves, tanto asturianos como cántabros, y también hay muchos relatos que nos permiten conocer de primera mano las penalidades que sufrió la población. En Asturias fue donde murieron más personas, la mayoría víctimas de avalanchas o por el hundimiento de sus casas, debido al peso de la nieve. Se cuentan, además, por miles, las vacas, los caballos y las cabezas de ganado que también fallecieron por las duras condiciones meteorológicas y los hundimientos de muchos establos.
El 22 de febrero de 1888 en la zona de Pajares se acumularon entre 2 y 4 metros de nieve, pero al día siguiente cayeron otros 2 metros y medio. Murieron varias personas por las avalanchas. La madrugada del día 25 cayeron otros 60 centímetros y el día 26 otros 2 metros y medio. En otras zonas altas de Asturias hay referencias de bocas de túneles completamente tapadas por la nieve.
Los cántabros también se llevaron su buena ración de nieve, con espesores parecidos a los del interior de Asturias en la Montaña cántabra. La primera gran nevada ocurrió entre los días 14 y 22 de febrero del año de los tres ochos. En las localidades de Santiurde y Reinosa los ventisqueros alcanzaron los 3 metros y medio de altura. En Reinosa siguió acumulándose nieve durante la segunda gran nevada –entre los días 24 y 29 de febrero–, hasta el punto de que al comenzar marzo había entre 3 y 6 metros de nieve por igual en toda la villa. Finalmente, entre el 15 y el 20 de marzo volvió a nevar en abundancia, acumulándose entre 50 y 80 centímetros más.
Algunos pueblos permanecieron incomunicados hasta el mes de mayo. Por algunos relatos sabemos cómo fue el día a día de las gente en pueblos sepultados literalmente por la nieve, tal y como ocurrió en Reinosa. Según un relato todavía en boca de los reinosanos más ancianos: “Al entrar en la calle Peñas Arriba se le apagó a uno el cigarro, y, arrodillándose, sobre la nieve, se agachó y lo encendió en un farol del alumbrado público”. En una crónica del semanario “El Ebro”, refiriéndose también a Reinosa, se podía leer lo siguiente: “Un médico nos ha dicho que entró por una ventana de piso alto a visitar a un enfermo, otro lo hizo igualmente por un balcón y aún tuvo que descender [por la nieve] en vez de subir”. Sobran las palabras.