La deforestación está descontrolada
La soja es uno de esos cultivos que ha beneficiado económicamente a numerosos productores y empresarios en las últimas décadas pero que, a su vez, ha generado en los bosques consecuencias ambientales atronadoras. ¿De verdad estamos construyendo un planeta así?
Cada año, millones de hectáreas de bosques y selvas -especialmente de Latinoamérica- sufren la pérdida de su cobertura debido, principalmente, a la deforestación. Una tala de árboles que, en la mayoría de los casos, o se hace de forma ilegal o con un interés político-económico-empresarial detrás.
¿De verdad no has valorado la importancia de la cubierta vegetal para el planeta? Poseer estos recursos naturales son fundamentales -en primer lugar- para la regulación climática, pues la superficie arbórea es clave para la absorción de gases de efecto invernadero. Además, mantiene la temperatura, los regímenes de precipitación, protege los suelos evitando la desertificación y alberga una gran riqueza biológica.
Por ello, arrasar con extensiones enteras de este recurso puede suponer un grave problema, y -lamentablemente- es uno de los más amenazados por todos aquellos organismos y empresas que buscan un beneficio económico a costa de la deforestación y plantación de determinados cultivos. Entre los más destacados y peligrosos se encuentra el cultivo de la soja -sí, transgénica-.
¿De qué problemas medioambientales estamos hablando?
La soja es considerada un cultivo que genera más consecuencias ambientales que los beneficios que se obtienen, pues, para poder producirlo, es necesario eliminar cualquier otro tipo de plantación que se estuviera realizando previamente y monopolizarlo, generando, así, una inseguridad alimentaria por reducir la producción de otros tipos de alimentos. Una producción, por cierto, que es principalmente para exportar.
Los suelos se degradan rápidamente, pues debido al cambio de uso del suelo hay una mayor sobreexplotación, un uso intensivo de productos agroquímicos -como plaguicidas, herbicidas y fertilizantes- y un aumento de la erosión, contaminando el agua y la tierra y generando por consiguiente una pérdida de suelo. Por no mencionar las inundaciones que puede generar un terreno sin cobertura vegetal, pues se ha demostrado que una hectárea con bosque absorbe 10 veces más precipitaciones que, por ejemplo, una con cultivo de soja. Sin ir más lejos, ejemplo de ello lo encontramos en las inundaciones que generó El Niño en Sudamérica en 2015.
Los problemas de salud a los que se expone la población local por consumir un alimento y un agua contaminados es otra de las consecuencias a las que se enfrentan al generar este tipo de cultivo. Además de la desocupación y exclusión social de los pueblos indígenas para cultivar sobre sus terrenos, pues se fomenta, así, una situación de desprotección generalizada, tal y como ya dictaminó la ONU.
Además, un informe de WWF ya lo desveló: aunque no queramos, consumimos más soja de la que creemos, pues ésta forma parte de los piensos que alimentan a cerdos, pollos y demás especies animales de granja. O dicho de otra manera: el principal objetivo de las plantaciones de soja es exportarlo y, además, alimentar a los animales, no a la población.
Arrasando parte del continente
Latinoamérica, por tanto, es una de las regiones más afectadas, pues el cultivo de la soja transgénica es responsable de la mayor parte de su deforestación, como en Argentina, donde se ha demostrado que, entre 1990 y 2015, se perdieron casi 8 millones de hectáreas de bosques, una superficie similar a la de Escocia… Además de las grandes masas verdes del Amazonas.
Pero esto no termina aquí, pues según las previsiones, la producción de soja aumentará en 5 millones de hectáreas para 2020, llegando a los 26,85 millones de hectáreas -casi como la superficie de Nueva Zelanda-. El sudeste asiático, por su parte, también tiene su propia pelea interna, pero en este caso son las plantaciones de la palma aceitera -el ya conocido aceite de palma- las que están destruyendo parte de su superficie.