El árbol sagrado de la lluvia
Los antiguos pobladores de la isla de El Hierro se abastecían de agua dulce gracias al Garoé, un tilo de tamaño extraordinario, cuyas hojas captaban una gran cantidad de gotas procedentes de la niebla.
En el escudo de la isla de El Hierro hay un árbol en cuya cepa aparece una nube y cuyo tronco emerge de un pequeño estanque. Representa al Garoé o “árbol de la lluvia”, el que fuera árbol sagrado para los bimbaches; los antiguos pobladores de la isla. Aquel legendario árbol fuente era un til o tilo (Ocotea foetens), de la familia de las lauráceas, de tales dimensiones que el agua que captaba de la humedad del bosque de laurisilva donde se enclavaba, bastaba para abastecer a toda la comunidad indígena herreña.
Todo lo que sabemos del Garoé nos ha llegado a través de las crónicas de la conquista de las islas Canarias. Las hojas del árbol retenían una enorme cantidad de gotas de agua procedentes de la niebla, y esas gotas precipitaban de manera tal que bajo el árbol siempre llovía. Los bimbaches la recogían en una alberca que habían preparado para tal fin, proporcionándoles del orden de 10.000 litros de agua al día. No había en toda la isla ningún otro depósito de agua potable. Esa precipitación constante –conocida como lluvia horizontal– es una de las señas de identidad de los bosques de laurisilva canarios, sin bien no existen precedentes de una capacidad colectora tan grande como la que tuvo el Garoé.
En su “Historia de Las Indias”, el dominico Fray Bartolomé de Las Casas dejó escrito que: “en lo alto de este árbol –refiriéndose al Garoé– siempre hay una nubecilla y deja caer unas gotitas de agua que los hombres encauzan hacia una modesta fuente; gracias a ella, viven, durante períodos de sequía extrema, seres humanos y animales…”. Respecto al depósito que construyeron los bimbaches para almacenar el agua, Abreu Galindo, en su “Crónica Canaria”, indica que “desde su tronco o parte del Norte, están dos tanques o pilas grandes, cada uno de ellos de veinte pies de cuadrado y de hondura de dieciséis palmos, hechos de piedra tosca, que los divide, para que, gastada el agua del uno, se pueda limpiar, sin que lo estorbe el agua del otro.”
Con la llegada de los españoles a la isla, los aborígenes trataron de ocultar el Garoé, no desvelando su emplazamiento, ya que sin agua dulce los conquistadores optarían por irse; sin embargo, al final el secreto fue desvelado, localizándose el árbol en las cercanías de la aldea de Tiñor, a unos 1.000 metros sobre el nivel del mar, en el extremo NE de la isla, en una zona abierta al régimen dominante de los vientos alisios.
Según las crónicas históricas, aquel excepcional ejemplar de tilo fue derribado por un “huracán” que afectó a Canarias en 1610, si bien no hay un acuerdo unánime sobre el año en que aconteció dicho episodio meteorológico. Año arriba, año abajo, lo que no parece probable es que se tratara de un ciclón tropical, ya que Canarias no es lugar de paso habitual de los peligrosos huracanes, por lo que debió de tratarse de un fuerte temporal de viento, de los que a veces afectan al archipiélago canario. Para derribar un árbol como el Garoé, tuvo que ser un temporal excepcional, ligado quizás a una ciclogénesis explosiva.
Más de tres siglos después de aquel suceso, en 1948, el guarda forestal Zósimo Hernández Martín plantó en el mismo emplazamiento otro ejemplar de Ocotea foetens, en memoria del legendario Garoé. A mediados de los años 90, se declaró toda la zona Espacio Natural Protegido, siendo en la actualidad uno de los reclamos turísticos de la isla.
La palabra “Garoé” es una variante de “garúa”, que toma el significado de llovizna. Sobre su origen etimológico, se ha especulado que proviene de lenguas tan distintas como el vasco o el portugués. No obstante, parece probado su origen indígena, en la voz quichua “garuana”, que significa justamente “llovizna”. Los conquistadores españoles comenzaron a usarla en el antiguo Virreinato de Perú, y fue extendiéndose por América Central y del Sur, llegando también hasta España. Las alusiones al Garoé en las crónicas donde se relata cómo tuvo lugar la conquista de las Islas Canarias, no surgieron porque los españoles hubieran escuchado esa palabra a los bimbaches, sino que al saber por ellos que del árbol manaba agua en forma de llovizna, usaron el americanismo garúa y se refirieron al árbol como el Garoé.