El año sin verano
La erupción catastrófica del Tambora, en abril de 1815, tuvo un fuerte impacto en el clima terrestre al provocar un marcado enfriamiento en 1816. El volcán dio lugar a lo que se conoce como "el año sin verano".
Los siglos XVIII y XIX fueron especialmente activos en lo que a grandes erupciones volcánicas se refiere. A raíz de la erupción del Laki, en Islandia –iniciada en junio de 1783–, Benjamin Franklin (1706-1790) fue el primero en sugerir que había una relación directa entre aquel episodio volcánico y las anomalías climáticas que acontecieron los meses y años posteriores por extensas zonas de Europa. Lo que no sospechaba Franklin es que poco más de 30 años después tendría lugar en Indonesia la mayor erupción volcánica ocurrida en la Tierra en los últimos 10.000 años, provocando en los años siguientes un enfriamiento global del que no existen apenas precedentes para un lapso de tiempo tan breve.
El 5 de abril de 1815 el volcán Tambora, situado en la isla de Sumbawa (Indonesia), comenzó a despertar de un largo letargo; fue el inicio de un proceso eruptivo que culminó el 10 de abril con una violentísima erupción, cuyo atronador ruido llegó a escucharse a 2.500 km de distancia del cráter. El volcán comenzó a vomitar una cantidad ingente de cenizas, que fueron dispersándose por medio mundo.
La columna eruptiva alcanzó los 40 kilómetros de altitud. Se estima que del orden de 160 km3 de materiales fueron inyectados a la atmósfera, lo que supera por mucho las cantidades emitidas por otras megaerupciones como la del Krakatoa (1883), el Vesubio (79 a. de C.) o el Santa Elena (1980). La montaña del volcán saltó literalmente por los aires, pasando de los 4.300 m de elevación que tenía antes de la erupción a los 2.850 m que tiene en la actualidad.
El gigantesco penacho volcánico generó un velo de finas partículas y gases (cenizas y dióxido de azufre) de dimensiones casi planetarias, gracias a la dispersión dictada por los intensos vientos estratosféricos. Tuvieron que transcurrir varios meses para que empezaran a ser perceptibles los efectos del llamado “invierno volcánico” en muchos lugares de la Tierra. Un marcado enfriamiento, acompañado de una notable alteración de los patrones meteorológicos, hizo estragos a lo largo de 1816, bautizado con razón como “El año sin verano”.
El velo de cenizas llegó a alcanzar el este de los EEUU, lo que prolongó el tiempo invernal a la primavera de aquel año y parte del verano. El tiempo del mes de agosto parecía el de octubre. Todos estos desajustes impactaron de lleno en la agricultura, afectando de lleno a miles de ciudadanos, que asistían atónitos a una alteración climática sin precedentes.
Los efectos del Tambora también se cebaron en Europa, que vivió una primavera de 1816 muy lluviosa, con bastante más frío del normal y con nevadas. Las cosechas de cereal se resintieron, lo que disparó el precio del trigo, produciéndose por tal motivo disturbios en Francia. Las anomalías térmicas durante aquel “verano” fueron hasta 3 grados negativas, con respecto a los valores medios en gran parte de nuestro país vecino, siendo también muy destacadas en la Península Ibérica, las Islas Británicas y por Centroeuropa.
Agosto fue un mes fresco y lluvioso en España y Portugal. El velo volcánico del Tambora pasó factura a los viñedos, olivos, cereales y también al ganado, muriendo millones de cabezas tanto en el Viejo Continente como en Norteamérica, lo que condujo a una grave hambruna.
El año sin verano influyó en todo tipo de actividades humanas, incluida las artísticas. Los cielos encendidos que plasmó en muchos de sus cuadros el pintor ingles J. M. William Turner (1775-1851) son un fiel reflejo del espectáculo visual que la erupción del Tambora brindó durante meses en Inglaterra y en otros muchos países. Tampoco podemos entender la novela “Frankenstein”, de Mary Shelley sin las inclemencias meteorológicas que se vivieron en Suiza aquel atípico verano, en que tanto Mary como Percy Shelley, Lord Byron, John William Polidori y Mary Godwin se vieron obligados a permanecer casi encerrados en Villa Diodati, a orillas del lago Lemán, gestando relatos tenebrosos (los inicios de la novela gótica) y personajes abominables como el que salió de la pluma de la, por entonces, joven escritora Mary Shelley.