Cómo sobrevivir a una ola de calor en la isla de calor urbana
Con casi 45º C de máximas en algunos puntos, pasar el día a día entre edificios y calles asfaltadas hace que la sensación térmica sea lo más parecido a vivir en el infierno. ¿Sabías que esto es debido al llamado “efecto isla de calor”?
Una mole de hormigón. En eso se están convirtiendo las grandes ciudades de nuestro país. Altísimos edificios, calles cada vez más colapsadas, grandes cantidades de asfalto en nuestras carreteras y menos espacios verdes. Una combinación explosiva si, además, le añadimos una semana con ola de calor.
¿Qué es la isla de calor urbana?
El efecto isla de calor es un fenómeno de origen térmico que se produce en áreas urbanas y se caracteriza por poseer una temperatura diferente dentro y fuera de las ciudades -generalmente mayor en el interior de los espacios urbanos- y por no poder disipar este calor durante las horas nocturnas -mientras que los espacios no urbanos ya se han enfriado notablemente por la falta de acumulación de calor-.
Pero, realmente, ¿cómo se produce esta acumulación de intenso calor? La clave está en la forma de construir las grandes ciudades. Los edificios son cada vez más altos, las calles más estrechas, el asfalto y el hormigón tienen mayor presencia en todo el entramado urbano y los espacios verdes cada vez brillan más por su ausencia.
Y entonces, ¿esto qué supone? Pues que la radiación solar es absorbida por las zonas edificadas y asfaltadas y, a su vez, irradiada lentamente durante la noche. A ello hay que sumarle el llamado efecto cañón, a través del cual los edificios de gran altura producen múltiples reflexiones horizontales de la radiación recibida, aumentando, así, la probabilidad de que está energía permanezca en el suelo.
Principales impactos de la acumulación de calor
Este efecto, por tanto, plantea diferentes impactos que han de tomarse en serio, y más cuando estamos inmersos en plena ola de calor. El consumo de energía aumenta considerablemente en esta época, pues las ciudades demandan más energía para la refrigeración de los espacios domésticos, laborales, comerciales e industriales; con el consiguiente aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero.
La calidad del agua se ve alterada, pues las altas temperaturas de la superficie calientan el agua de escorrentía y atacan directamente a diferentes arroyos, ríos o estanques. Existen cambios en los climas locales, pues pueden generarse cambios en los patrones de viento, alterar la formación de nieblas e índices de precipitación e, incluso, estimular la actividad de tormentas eléctricas.
Por no hablar de las consecuencias que puede tener en el ser humano, pues se ha llegado a la conclusión de que las personas que viven en las ciudades tienen un mayor riesgo de los impactos de las olas de calor porque las áreas urbanas son más cálidas que las áreas circundantes. Entre tales impactos hablamos de golpes de calor, deshidratación, dificultades respiratorias, calambres, agotamiento e, incluso, la muerte.
¿Qué podemos hacer para reducir la isla de calor?
Ante tales impactos, nos asalta la duda de qué podemos hacer para reducir, no solo los efectos, sino la isla de calor en sí. Obviamente, lo ideal sería tirar las ciudades abajo y construirlas de nuevo con materiales sostenibles, aplicando una ordenación del territorio adecuada al medio en el que se emplazan y crear espacios urbanos donde exista un equilibrio entre el hombre y el espacio natural; pero, no es posible. Por lo que la única opción que nos queda es la de adaptarnos y plantear estrategias.
La más importante de todas: aumentar la cobertura vegetal en el interior de las ciudades, pues la vegetación reduce la temperatura de la superficie, proporciona sombra y enfría el ambiente a través de la evapotranspiración. Importantísimo: aumentar las cubiertas de agua. Instalando fuentes o refrescando el pavimento -como ya hacen muchos camiones de los Ayuntamientos con agua no potable-. Otra opción: usar pavimentos frescos. Implantar y pavimentar con hormigón de color claro o crear techos blancos; pues son capaces de reflejar hasta un 50% más de radiación solar y reducir, a su vez, la temperatura ambiente.