Comenzaron las procesiones... de las orugas
El incremento de las temperaturas medias que está provocando el cambio climático en nuestro país hace que la Thaumetopoea pityocampa, también conocida como la oruga procesionaria de pino, desarrolle sus plagas de forma más virulenta y aparezca en puntos cada vez más altos de nuestra geografía.
La recién estrenada primavera es el momento del año donde la naturaleza se llena de vida. Los ciclos naturales de las especies animales y vegetales comienzan a desarrollarse de manera más plena en nuestro medio y, por ello, es considerada una de las estaciones más vivas y bonitas del año. Pero, ¿te has percatado de que, desde hace unas semanas, hay en nuestros campos y zonas urbanas determinadas orugas que nos están acompañando? La oruga procesionaria es uno de esos “bichos” que estamos acostumbrados a ver en nuestro entorno cada primavera, de la cual siempre huimos y realmente no sabemos casi nada.
De color pardo, con finos pelos y desarrollando su ciclo de vida en un mismo árbol, su hábitat natural se encuentra entre los bosques caducifolios del centro y sur de Europa, pero, debido a los efectos que está provocando el cambio climático en las temperaturas, se están empezando a extender a muchos puntos del norte y, especialmente, a las cotas más altas. Cedros, abetos y, sobre todo, pinos son los lugares idóneos para que las mariposas de esta oruga depositen sus huevos, instalen los llamados “bolsones” (un nido de seda blanca) y comiencen su ciclo vital.
Entre septiembre y octubre, las larvas de estas orugas nacen y están, hasta el invierno, alimentándose a base de las acículas del pino en el que se encuentran. Llegado el invierno, permanecen dentro de sus bolsones y únicamente salen al amanecer para continuar su proceso de alimentación, y evitar así la depredación de las aves. Entre febrero y abril, con la llegada del calor, las orugas descienden al suelo y comienzan su última fase. Caminando en fila, realizando una “procesión” (de ahí su nombre), guiadas por una hembra, ligadas unas a otras y protegiendo su cabeza para no ser el alimento de ningún pájaro, acuden a un lugar óptimo donde poder enterrarse, enrollarse en sí mismas y convertirse en crisálidas hasta que, llegado el verano, eclosionen y se transformen en mariposas. Las cuales poseen un ciclo corto de vida de 24-48 h, en el que se aparean y depositan sus huevos en otro pino, comenzando así un nuevo ciclo.
¿Cómo le afecta el cambio climático a la oruga procesionaria?
Para que las larvas de las orugas desarrollen su ciclo natural necesitan unas temperaturas suaves y un clima más benévolo, como es el caso de las zonas del centro, sur y levante peninsular. El problema es que el aumento paulatino de las temperaturas que está provocando el cambio climático, hace que el norte y algunos puntos de nuestras cumbres, presenten inviernos menos extremos y con menos heladas. Es por ello que se convierten en un nuevo espacio donde asentarse y desarrollar un mayor número de plagas, de mayor virulencia y en zonas donde antes era impensable que aparecieran.
En 2003 ya sonaron las alarmas, pues habían aparecido nidos en las cumbres de Sierra Nevada y, a su vez, estaban empezando a desaparecer ejemplares de pino albar entre los 1.600 y 2.500 m de altura. Altitudes nada habituales, ya que suelen aparecer entre los 800 y 1.500 m. En ese momento, varios expertos de la Universidad de Granada llegaron a la conclusión de que el cambio climático era una realidad, y se estaba produciendo una extinción de la especie vegetal debido a un ataque masivo de larvas de procesionaria y, además de ello, una notable subida de las temperaturas medias. Demostraron, también, que a medida que subían los termómetros, mayor era la defoliación del pino albar en el siguiente otoño.
Por su parte, según estudios sobre el cambio climático del Ministerio de Agricultura y Pesca, Alimentación y Medio Ambiente (MAPAMA), el incremento de la temperatura y la reducción de la precipitación, nos lleva a un escenario de sequía que hace que las larvas adelanten sus nacimientos, estén más avanzadas en sus períodos de desarrollo al comienzo del invierno, y con mejores previsiones para superarlo. Además, esta elevación de temperaturas permitirá un desarrollo de las hojas de las plantas, lo que incrementará, a su vez, la supervivencia de la oruga al tener más alimento de acículas de pino.
¿Podemos luchar contra ellas?
Aunque esta pequeña oruga parezca inofensiva, están catalogadas como de riesgo “serio” para las personas y animales, pues la inhalación o el contacto de sus finos pelos, donde oculta el veneno, puede producir reacciones alérgicas, urticarias, rinitis y asma. Los más vulnerables son los niños y los perros, pues al verlas tan pequeñas y en esa forma tan particular de desplazarse, muchos de ellos tienden a tocarlas o comérselas, provocando una necrosis en la garganta y en la boca, una reacción alérgica severa o una sensación de quemazón muy peligrosa.
Existen diferentes formas de aplacar su desarrollo y expansión de nuestros bosques, parques urbanos y calles, a través de la eliminación por medios físicos o químicos del bolsón. Cada uno de ellos alberga un número aproximado de entre 100 y 200 larvas, y la retirada de ellas puede ser complicada.
Perforar directamente el nido en días con bajas temperaturas para hacer que las larvas mueran, realizar fumigaciones aéreas (aunque dependiendo de su componente tóxico pueden resultar muy peligrosas para la salud y el medio ambiente); reforzar las aves insectívoras que las depredan, desenterrar las orugas y matarlas o usar productos inhibidores para evitar su reproducción y prevenir así la plaga del año siguiente, son algunas de las prácticas más realizadas, hoy en día, en nuestro país para luchar contra las plagas de estos insectos.