¿Sabías que existen las fobias meteorológicas?
Hay más de 400 fobias diferentes. Las más comunes son las relacionadas con los insectos, las alturas o los espacios cerrados, pero también hay personas que sienten auténtico pánico frente a determinados fenómenos meteorológicos.
El miedo es una respuesta natural de nuestro cerebro frente a un peligro real, que nos mantiene en estado de alerta. Es una emoción indispensable para nuestra supervivencia. La fobia, en cambio, es un miedo irracional y exagerado desencadenado por una situación concreta. Es un trastorno psicológico que merma nuestra calidad de vida y se caracteriza por episodios de mareos, náuseas, sudoración, alteración del ritmo cardíaco o incluso ataques de pánico que pueden llegar a inmovilizarnos.
Se puede tener fobia a casi cualquier cosa que exista. Se estima que el 20% de la población sufre alguna fobia a lo largo de su vida. El origen de este trastorno puede ser diverso. Por un lado, podemos tener una fobia de origen genético o hereditario. Es decir, que nuestros padres sientan un miedo incontrolable, por ejemplo, a las avispas y que nosotros hayamos desarrollado la misma fobia al ver su reacción desmesurada ante estos insectos. Pero también podemos desarrollar una fobia debido a un hecho traumático. Si hemos sufrido un accidente de tráfico o algún familiar ha fallecido en uno, podemos llegar a sentir pánico a la conducción.
Tipos de fobias
Existen diferentes tipos de fobias específicas como las animales, las relacionadas con la sangre o las inyecciones, las situacionales como la claustrofobia o las ambientales, dentro de las cuales se encuentran las fobias relacionadas con los fenómenos meteorológicos.
La más popular es la brontofobia (también conocida como ceraunofobia o astrafobia), la fobia a las tormentas. Según los expertos, se suele desarrollar entre los 4 y los 9 años. Mientras que algunas personas sienten verdadera pasión por estos fenómenos atmosféricos, como son los cazadores de tormentas, otras tienen la necesidad de estar siempre pendientes del pronóstico del tiempo para evitarlas. El ruido de los truenos o el resplandor de los relámpagos es percibido como una amenaza.
La nebulafobia u homiclofobia es el miedo irracional a la niebla, a andar entre ella o incluso a ver una fotografía de un paisaje con niebla. Aunque es un fenómeno que por sí mismo no puede causarnos ningún mal, genera cierto halo de incertidumbre ante lo que no podemos ver. Un accidente de tráfico provocado por la mala visibilidad puede ser la causa de que desarrollemos esta fobia.
La anemofobia es la fobia al viento y a las corrientes de aire. El haber sido testigo de un fuerte temporal, un huracán o un tornado con consecuencias negativas o traumáticas puede desencadenar esta fobia, aunque estos dos últimos fenómenos tienen su propia denominación, la lilapsofobia.
También existe la ombrofobia o pluviofobia, es decir, el miedo excesivo a la lluvia. A menudo asociada con la brontofobia. Otras fobias meteorológicas son la antlofobia o miedo a las inundaciones, la criofobia, miedo al frío extremo, la eosofobia o miedo al amanecer, heliofobia o miedo al sol, la higrofobia o miedo a la humedad, la nefofobia o miedo a las nubes y la aurorafobia, miedo a las auroras polares.
Padezcamos la fobia que padezcamos (si es nuestro caso) es importante saber que no suponen una enfermedad, no nacemos con ellas, son aprendidas y tienen solución. Igual que hemos aprendido a responder de manera negativa frente a ciertos fenómenos, podemos aprender la respuesta contraria para enfrentarnos a ellos.