Un paseo por la atmósfera de Flammarion
Aunque su labor divulgadora más conocida fue en el campo de la Astronomía, Camille Flammarion también escribió una obra dedicada a la Meteorología, titulada "La atmósfera", que gozó de gran popularidad. El libro, de corte enciclopédico, resume el conocimiento meteorológico de finales del siglo XIX.
El astrónomo francés Camille Flammarion (1842-1925) fue uno de los grandes divulgadores científicos de todos los tiempos. Aunque ha pasado a la posteridad como el gran popularizador de la Astronomía, se interesó también por otras disciplinas, entre ellas la Meteorología, a la que dedicó un extenso tratado destinado al gran público, en el que plasmó el conocimiento que se tenía de las ciencias atmosféricas a finales del siglo XIX. En esta obra, a la que dedicaremos el presente artículo, Flammarion describe una gran cantidad de fenómenos meteorológicos y particularidades del tiempo y el clima; un libro, sin duda, de los que crean afición.
Nacido en Montigny-le-Roi, en el seno de una familia acomodada, el 26 de febrero de 1842, desde muy joven mostró interés por la Astronomía. Con apenas 16 años de edad –en 1858– comenzó a colaborar en el Observatorio de París, que por aquel entonces dirigía el astrónomo imperial Urbain Le Verrier (1811-1877) [uno de los artífices del desarrollo de las predicciones meteorológicas], con el que no llegó a congeniar.
Le Verrier frenó en seco su meteórica carrera como astrónomo en el citado Observatorio, lo que obligó a Flammarion a reconducir su vida, forjándose su faceta de divulgador de la ciencia. En 1882 puso en circulación la revista mensual L’Astronomie (1882), al año siguiente (1883) fundó su propio observatorio astronómico –el de Juvisy-Sur-Orge–, cerca de París, siendo también el fundador de la Sociedad Astronómica de Francia, en 1887.
Su labor divulgadora fue inconmensurable, llegando a publicar más de 60 libros, muchos de ellos gruesos volúmenes con infinidad de datos y explicaciones científicas, que Flammarion supo contar como nadie. Su obra más conocida es “Astronomía popular” (1880), seguida por otros muchos títulos de temática astronómica; pero en su prolífica producción también tuvo cabida la Meteorología. Su libro L’Atmosphère (“La Atmósfera”) vio la luz en 1871, si bien fue una edición posterior, ampliada y actualizada, la que gozó de una mayor popularidad (L'Atmosphère. Météorologie Populaire [París, 1888]).
La primera edición española de L’Atmosphère fue publicada por Montaner y Simón editores en Barcelona, en 1875, bajo el título: “La Atmósfera. Descripción de los grandes fenómenos de la Naturaleza de Camilo Flammarion, completada con los Viajes Científicos Aéreos del mismo autor, y MM. Glaisher, Fontanelle y Tissandier”. La traducción al español corrió a cargo de Manuel Aranda y Sanjuan. Posteriormente, en 1902, una vez que había aparecido la edición francesa de 1888 antes referida, se publicó en España “La Atmósfera. Los grandes fenómenos de la Naturaleza”, también editada por Montaner y Simón y revisada en este caso por Norberto Font y Sagué.
En la edición en español no aparece la lámina más conocida de todas las incluidas en L'Atmosphere. Météorologie Populaire (Paris, 1888). Aparece en la página 163 de la citada edición francesa, y viene acompañada por el siguiente pie: “Un missionaire du moyen àge raconte qu`il avait trouvé le point où le ciel et la Terre se touchent...” (“Un misionero de la Edad Media dice que había encontrado el punto donde el cielo y la Tierra se tocan…”).
Se ha especulado mucho sobre esta enigmática ilustración, conocida como “el grabado Flammarion”. En numerosas fuentes se indica que su origen es medieval, dada la visión simple del mundo en él representado; sin embargo, el dibujo fue reproducido más tarde, probablemente encargado por el propio Flammarion para ilustrar su obra, dada su gran afición por los libros antiguos de Astronomía.
Volviendo la edición española de Montaner y Simón de 1902, tuvo una importante tirada y todavía en la actualidad no es complicado localizar ejemplares a la venta, en librerías de viejo o a través de Internet. Se trata de una obra de carácter enciclopédico, dividida en dos tomos, que suman en total algo más de 700 páginas, donde se incluyen infinidad de datos meteorológicos y climatológicos recopilados por el autor. Las numerosas ilustraciones que incluye la obra invitan adentrarse en sus páginas y a disfrutar del placer de la lectura.
El libro está dividido en seis grandes apartados o libros (según la nomenclatura de la época), cada uno de los cuáles está dividido a su vez por un número variable de capítulos. El libro primero lleva por título “Nuestro planeta y su fluido vital”, el segundo lo dedica Flammarion a “La luz y los fenómenos ópticos del aire” e incluye unos grabados espectaculares. El libro tercero ofrece un exhaustivo estudio de la temperatura. Tras introducir el concepto de calor, plantea un recorrido por las características termométricas de las 4 estaciones del año y dedica también un capítulo a las montañas. El libro cuarto está dedicado al viento, está dividido en 5 capítulos y en el último de ellos se habla de trombas marinas y tornados. El libro quinto es el dedicado al agua, las nubes y las lluvias, para concluir Flammarion su obra con un último libro –el sexto- dedicado a la electricidad, las tormentas y el rayo.
Las detalladas crónicas de Flammarion sobre los más diversos episodios meteorológicos de la época, nos permiten conocer de primera mano cómo se comportó el clima durante los últimos coletazos de la Pequeña Edad de Hielo, en particular la crudeza de alguno de los inviernos más fríos de los que se tiene noticia.
Flammarion recopiló información sobre los inviernos más rigurosos de los siglos XVIII y XIX; aquellos –según sus palabras– “cuyo frío es bastante intenso y prolongado para congelar algunas secciones de grandes ríos (...); para solidificar el vino, para destruir los tejidos de ciertos árboles y para producir graves consecuencias en el reino vegetal, lo mismo que en el animal.” Da cuenta, por ejemplo, del crudísimo invierno de 1788-89 en el que numerosos ríos europeos, como el Rhin, el Elba, el Tiber, el Ródano, el Garona o el Támesis, se congelaron total o parcialmente.