La tormenta que puede acabar con la civilización
En un mundo hiperconectado, altamente dependiente de la tecnología y de la electricidad, una tormenta solar como la de 1859 podría causar una catástrofe de proporciones inimaginables.
En la mañana del 1 de septiembre de 1859, Richard Carrington se dio cuenta que algo infrecuente pasaba con el Sol. Como todos los días, lo observaba mediante un telescopio desde su jardín en Londres, fascinado por las manchas solares. Fue muy afortunado al poder observar una enorme llamarada emergiendo de su superficie y, en medio de la sorpresa, se percató de que era un evento extraordinario.
Sin embargo, los limitados conocimientos sobre meteorología espacial de la época no permitieron medir la gravedad de la situación: una enorme Eyección de Masa Coronal (CME por sus siglas en inglés) que lanzó al cosmos una cantidad de energía equivalente a la liberada por diez mil millones de bombas atómicas se disparaba desde la superficie del Sol y tenía en su trayectoria a la Tierra.
Sus efectos se harían notar unas 17 horas más tarde.
El día en que el mundo se desconectó
En 1832, Samuel Morse junto a Alfred Vail inventó el Telégrafo Morse, que se consolidaría rápidamente como el medio de comunicación más utilizado en el mundo. Casi treinta años después fue precisamente el telégrafo el que sufrió las peores consecuencias derivadas de esta tormenta solar, al colapsar por las interferencias electromagnéticas que llegaron a hacer arder los cables de las líneas que transportaban la señal. Por primera vez, el mundo quedó prácticamente incomunicado, y el impacto en las actividades y la economía fue significativo.
Se considera que el evento Carrington (llamado así por su descubridor) ha sido la tormenta solar de mayor magnitud registrada en los últimos 500 años, y su impacto en los primitivos sistemas de comunicaciones alámbricas nos enseñaron cuán vulnerable somos a este tipo de eventos.
Y a preguntarnos qué podría pasar si algo similar se produce en la actualidad.
Parecidas pero diferentes
Tanto las llamaradas solares como las eyecciones de masa coronal (CME) involucran una gigantesca liberación de energía desde la superficie solar, siendo los mayores eventos explosivos que se pueden observar en nuestro sistema solar. Si bien son diferentes, muchas veces suceden al mismo tiempo, como ocurrió en el evento Carrington.
Podemos decir que son tan diferentes como un trueno de un rayo, y al igual que ellos, tienen el mismo origen. La llamarada es como el destello del rayo, un flash que viajando a la velocidad de la luz tarda 8 minutos y 20 segundos en ser visualizado por un observador terrestre. Su energía puede afectar las capas altas de la atmósfera terrestre, donde viajan las ondas de radio y en consecuencia las comunicaciones se pueden degradar o interrumpir.
En cambio, la CME implica la eyección de material de la corona, la parte más externa de la atmósfera solar, constituida por plasma (gases con partículas con carga eléctrica) a altísimas temperaturas, cercanas a los 2 millones de grados Celsius, más de trescientas veces la temperatura de la superficie del Sol.
Se trata, por tanto, de una enorme burbuja compuesta por millones de toneladas de plasma lanzados hacia el espacio que se desplaza a una velocidad entre 500 km/s y 2.500 km/s, y que, si en su trayectoria se encuentran con un planeta o una nave espacial, pueden afectar su campo magnético, su tecnología o a los seres vivos que se encuentran en ellos.
¡Gracias a la magnetósfera aún tenemos atmósfera!
Las CME son frecuentes y pueden tardar hasta tres días en llegar a la Tierra. Afortunadamente contamos con una atmósfera que nos protege de los efectos más dañinos de radiación, y con una magnetósfera generada por el campo magnético interno de la Tierra, que nos pone a salvo de casi la totalidad del plasma solar, desviándolo al espacio.
Sin magnetósfera, la permanente acción del viento y las partículas solares podrían barrer la atmósfera, por lo que es clara su importancia. Sólo basta observar lo que pasó con Marte, un planeta que pierde su tenue atmósfera a una tasa de 100 gramos por segundo, barrida por el viento solar. Este planeta perdió su magnetósfera hace 4.200 millones de años, dejando la atmósfera marciana (que era tan gruesa como la terrestre pero mayormente compuesta por dióxido de carbono) expuesta al viento solar que la destruyó casi por completo.
De no contar con un campo magnético, la atmósfera de nuestro planeta podría ser muy diferente, al igual que la vida tal como la conocemos.
¿Cómo estará el tiempo espacial los próximos días?
El 23 de julio de 2012, la Tierra esquivó por tan sólo 9 días una eyección de masa coronal similar a la del evento Carrington de 1859. Si esta tormenta solar se hubiera producido una semana antes, la catástrofe hubiese sido de proporciones bíblicas y aún estaríamos tratando de recomponer los sistemas afectados. Según estudios, sólo el costo de reponer el sistema eléctrico dañado en los Estados Unidos hubiese sido de aproximadamente 2.6 billones de dólares, y tomaría al menos unos 4 años.
La “meteorología espacial” o “space weather” es el estudio de las condiciones físicas del Sol, el medio interplanetario, el campo geomagnético y la atmósfera terrestre y sus interacciones, ya que eventos extremos pueden influir en la confiabilidad y desempeño de las redes de las comunicaciones, la navegación por GPS (Sistema de Posicionamiento Global), las redes de energía eléctrica o poner en riesgo la salud de personas en el espacio o volando en aeronaves en regiones subpolares o polares. Y en un mundo altamente dependiente de satélites, energía y comunicaciones, la meteorología espacial se ha transformado en un asunto de seguridad nacional para muchos países.
Por esto, al igual que lo hacemos con las lluvias y tormentas, varios países o consorcios de ellos disponen de Centros de Pronósticos del Clima Espacial o de institutos de investigación donde se realizan simulaciones y elaboran pronósticos que indican cuándo una CME llegará a la Tierra, y la Organización Meteorológica Mundial (WMO) así como la Organización Internacional de Aviación Civil (OACI), tienen programas específicos de “Space Weather”. En base a estas predicciones, se elaboran alertas para que los tomadores de decisión en compañías eléctricas, aerolíneas, empresas de comunicaciones y de servicios públicos puedan tomar medidas de mitigación.
¿Y si ocurre nuevamente?
Imaginemos que una tormenta solar catastrófica ocurre en un contexto como el actual: un verano extremadamente caluroso donde al colapsar el suministro de energía, millones de personas quedarán sin refrigeración ni comunicaciones.
No habría electricidad para el almacenamiento y la distribución de alimentos y agua. Los servicios sanitarios y de salud no podrían responder de manera adecuada. Las transacciones bancarias se verían interrumpidas, seguidas de un colapso comercial global. Las ayudas a la navegación como el GPS ya no funcionan, y muchas actividades dependientes de información satelital dejarían de ofrecer sus servicios inmediatamente y, al producirse una serie de colisiones entre satélites, será imposible reestablecer la funcionalidad en varios años.
El mundo se apagaría nuevamente y un evento de estas características nos haría retroceder décadas como civilización, en el mejor de los casos.
En esta ruleta rusa que jugamos con el Sol desde hace millones de años, la probabilidad de que una tormenta solar catastrófica golpee la Tierra es del 12% en 10 años. Por eso es importante preparar planes de contingencia: el desastre menos pensado y más temido puede llegar en cualquier momento.