Tiempo de vendimia y de granizadas
Las granizadas son muy temidas por las gentes del campo por el daño que pueden causar en los cultivos. A finales de verano, en las fechas en que comienza la vendimia, no suelen faltar a su cita las tormentas, algunas de las cuáles dejan pedrisco, lo que supone un duro revés para los viticultores.
Uno de los fenómenos meteorológicos más temidos por los agricultores es el de las granizadas, ya que un fuerte pedrisco puede echar a perder en cuestión de minutos una parte de la cosecha. La situación es particularmente grave si el granizo se produce en determinados momentos del año agrícola, como la época de la vendimia, ya que los daños producidos pueden diezmar sobre manera la producción y suponer un duro revés para los bodegueros, lo que se traduce en pérdidas millonarias, no siempre cubiertas en su totalidad por las pólizas de los seguros agrarios.
Las granizadas tardías, de verano, son una grave amenaza para los viticultores, ya que es justamente al final del estío cuando tiene lugar la vendimia. Lo cierto es que no son raras las tormentas al final de agosto y a lo largo del mes de septiembre, y en algunas de ellas se produce la tenida piedra caída del cielo. El refranero recuerda con gracejo que Pedrisco de nube negra, peor que una suegra. La oscuridad del cielo precursora de una intensa granizada es una estampa meteorológica que atemoriza a los vendimiadores, ya que ante ese panorama poco se puede hacer, si bien –como veremos más adelante– se llevan a cabo algunas prácticas de lucha antigranizo, de escasa eficacia en la mayoría de los casos.
Echando de nuevo mano al refranero, encontramos otro dicho que afirma que El granizo empobrece, pero no encarece, que lo que viene a decir es que, afortunadamente para el agricultor, los daños provocados por una fuerte granizada no suelen afectar a grandes extensiones de terreno. Lo resumía a la perfección el meteorólogo Julio García Sanjuán (1920-1990) en la Hoja Divulgadora nº 20, del Ministerio de Agricultura, publicada en 1976: El paso de la «nube negra» y los devastadores efectos del granizo se reflejan en el suelo según «franjas» o «calles» ligadas a su desplazamiento. Esta distribución anárquica e irregular ha hecho que se dé al granizo el sobrenombre de «lotería del infierno», pues mientras unas zonas sufren irreparables daños, otras colindantes no quedan afectadas. Es raro encontrar una finca dañada por el granizo de una manera uniforme.
La lucha contra el granizo
Poco se puede hacer para que un devastador pedrisco esquive una parcela de viñedos si la tormenta en la que se genera todo ese hielo descarga justamente en ese lugar. En la Edad Media se lanzaban flechas para “romper” las nubes y también se esconjuraban las tormentas o se efectuaban unos toques de campana (tocar a nublo) con idéntico fin. Con la llegada de la pólvora, se recurrió a los disparos al aire y los cañonazos, sin que estas prácticas, como es fácil de deducir, obtuvieran resultados satisfactorios.
En 1896, un viticultor austriaco llamado Albert Singer inventó un cañón granífugo que, con ayuda de una carga de oxígeno y acetileno y un compresor de aire, generaba vórtices que al expandirse de abajo arriba en la atmósfera, alteraban –en teoría– las condiciones en las nubes de tormenta, evitándose así la formación del granizo. El aparente éxito que tuvieron los lanzamientos que llevó a cabo en la región austriaca donde tenía sus viñedos, hizo que se popularizara su invento, extendiéndose su uso. Hoy en día, se siguen usando cañones antigranizo (más modernos), aunque se emplean también quemadores que se encargan de dispersar yoduro de plata, usando avionetas para tal fin y, como método de defensa –por si a pesar de todo graniza–, se cubren los viñedos con mallas de polietileno y otros materiales sintéticos.
Todos estos sistemas no pueden evitar los daños producidos por el pedrisco, cuando este cae con la violencia que acostumbra, alcanzando las piedras de hielo un tamaño considerable. Si una de esas granizadas se produce pocos días antes de la fecha en la que estaba prevista la vendimia, la labor de recogida se suele adelantar, con el fin de salvar la mayor cantidad de uva posible, aunque ésta no haya alcanzado aún el estado óptimo de maduración.
En el caso de las granizadas que ocurren en otros momentos del ciclo vegetativo, las labores a realizar son otras, como la poda parcial o la aplicación de determinados productos fitosanitarios, que frenen las enfermedades a las que se enfrenta una uva dañada por los impactos de los granizos. Aunque no es algo que, afortunadamente, ocurre todos los años, el tiempo de vendimia coincide a veces con situaciones tormentosas que dejan granizadas; un duro revés para los productores de uva y los bodegueros, que han de asumir, con resignación, como parte de las reglas del juego del tiempo meteorológico.