Pintando bajo la lluvia: estas son las obras que tienes que conocer

No faltan los pintores que han trasladado la lluvia o las tormentas a sus obras, como Turner o Constable, entre otros. No faltan los fuertes aguaceros en la pintura: aquí vemos algunos ejemplos.

Lluvia, vapor y velocidad
Lluvia, vapor y velocidad. El gran ferrocarril del Oeste (c. 1844). J. M. William Turner. © National Gallery, Londres.

La lluvia no ha pasado desapercibida a la atenta mirada de los pintores, en particular de los paisajistas, que han encontrado en ella un motivo lo suficientemente estimulante para trasladarlo a sus obras. En la pintura universal encontramos ejemplos notables en los que la lluvia es la protagonista de las tablas y lienzos. En este artículo nos detendremos en algunos de ellos.

Si cuando está lloviendo sacamos una fotografía, la mayoría de las veces no apreciaremos en la imagen captada por nuestra cámara las gotas en su caída. Sólo cuando la intensidad de la lluvia es grande y precipitan gotas de gran tamaño, llegamos a ver las gotas como afiladas puntas que caen delante de nosotros. En conjunto, forman una cortina de precipitación que, observada a larga distancia, apreciamos con nitidez.

Los pintores que han incluido la lluvia en sus obras han puesto el foco de atención principalmente en el cielo plomizo y difuminado, así como el oscurecimiento ambiental que suele acompañar al hidrometeoro, en las citadas cortinas de precipitación y en detalles como los charcos que se van formando en el suelo, que al reflejar la luz actúan como espejos, ofreciendo imágenes distorsionadas y difusas durante el tiempo que está lloviendo e impactan gotas sobre ellos.

Pinceladas sueltas para pintar la lluvia

La lluvia es el elemento que utiliza el paisajista inglés Joseph Mallord William Turner (1775-1851) para difuminar deliberadamente todo lo que aparece pintado en su famoso cuadro Lluvia, vapor y velocidad. El gran ferrocarril del Oeste, que fue exhibido por primera vez en la Royal Academy of Arts en 1844 y que podemos verlo en la actualidad en la National Gallery, también en Londres. El título de la obra enumera los tres elementos que Turner combina de tal forma que lo convierte en un precursor del impresionismo.

El humo del ferrocarril (medio de transporte emergente en las islas británicas en la época en que Turner realizó esta pintura) se entremezcla con las veladuras nubosas, dando como resultado un cielo neblinoso, fantasmagórico… alejado de la realidad.

El pintor logra transmitir el movimiento mediante la combinación del tren, que a toda velocidad cruza el puente que se llega a intuir (según los estudiosos de la obra se trataría del Maindenhead Railway Bridge, sobre el río Támesis, entre las localidades de Taplow y Maidenhead) y la propia dinámica de los “vapores” que envuelven la escena.

El desafío
El desafío: un toro en una tormenta en un páramo (h. 1850). Acuarela de David Cox. © Victoria and Albert Museum, Londres.

Encontramos también buenos ejemplos de pinturas en las que “vemos llover”, que son aquellas en las que se representan fuertes aguaceros tormentosos. Una de esas obras es la acuarela titulada El desafío: un toro en una tormenta en un páramo, que el pintor británico David Cox (1783-1859) pintó en la década de 1850.

Aplicando pinceladas sueltas en diagonal, Cox logró transmitir de forma muy efectiva el efecto combinado de una intensa lluvia y el viento, que sopla con violencia en determinadas fases de la tormenta.

La referencia al reto o desafío (The challenge, en el título original de la obra) está muy bien traída, ya que el toro –que aparece en la parte izquierda de la acuarela– tiene ante sí una situación embarazosa, al estar en campo abierto, con su pelaje empapado, bajo la tormenta. El riesgo que asume es grande al estar ahí, sin la protección que en estos casos proporciona estar a cubierto, aunque no bajo un árbol aislado, que no es la mejor elección, debido al peligroso “efecto punta”, que lo convierte en un pararrayos natural.

La máxima expresión pictórica de un fuerte chubasco la encontramos en Estudio de marina con nube de lluvia, que el también paisajista inglés John Constable (1776-1837) pintó en 1827 y que se encuentra en la Royal Academy of Arts, en Londres. Con este boceto, el pintor de nubes por excelencia llegó casi a los límites del expresionismo, adelantándose casi un siglo al surgimiento de ese movimiento artístico.

Gracias a la aplicación de pinceladas gruesas, muy empastadas, en las que domina el color negro, Constable consigue el dramatismo propio de la escena meteorológica representada.

Marina con aguacero de Constable
Estudio de marina con nube de lluvia (1827). John Constable. © Royal Academy of Arts, Londres

El cuadro fue pintado en Brighton, localidad costera del sur de Inglaterra donde se trasladó a vivir el artista en 1824. Allí, junto al mar, Constable empezó a pintar marinas, prestando especial atención a la cambiante atmósfera y a los juegos de luces y sombras que se generaban tanto en el cielo como en el mar. Poniendo en práctica su particular técnica de skying, fue capturando en sus bocetos momentos únicos que le brindaban los cielos.

La protagonista de este impactante cuadro es una feroz tormenta, con sus negros y amenazantes nubarrones. De ellos se descuelgan varias cortinas de lluvia, que alcanzan la superficie del mar. Su negrura contrasta con el color blanco de los topes nubosos que aparecen en la parte superior izquierda, y con el de la ancha pincelada en diagonal, que representa un haz de luz emergiendo hacia abajo desde la nube tormentosa.

Retrato de la lluvia parisina

La obra más conocida del pintor y mecenas francés Caillebotte (1848-1894) es una escena de un día de lluvia en París, pero no fue la única vez que este artista fijó su atención en ese hidrometeoro, bastante común en la capital francesa y alrededores, donde Caillebotte desarrolló su actividad pictórica. Algunos estudiosos de su obra consideran su pintura como la más fotográfica del siglo XIX.

En Calle de París, día de lluvia, pintado en 1877, vemos a los transeúntes con paraguas. El cuadro ofrece un testimonio gráfico de primera mano del París moderno que vio crecer el artista, y también refleja fielmente el tipo de tiempo más representativo de la capital francesa; no en vano, allí llueve en promedio 120 días al año (uno de cada tres). La calle por la que transita la pareja que aparece en primer plano es una de las que confluyen en la Plaza de Dublín, que aparece justo detrás. Esta zona comenzó a urbanizarse cuando Caillebotte era un joven artista.

Calle de París, día de lluvia
Calle de Paris, día de lluvia (1877). Gustave Caillebotte © Art Institute of Chicago

El emperador Napoleón III quiso transformar París en una ciudad que simbolizara el progreso y la modernidad, para lo cual se llevó a cabo un ambicioso proyecto urbanístico que tuvo en este barrio parisino uno de sus mejores exponentes. La alta burguesía se instaló allí, en los edificios monumentales que se construyeron en la colina donde estaba la antigua ciudad medieval. El trazado urbano pasó a estar dominado por espaciosas calles y avenidas como las que aparecen en el cuadro.

Cautivado por este nuevo París, Caillebotte introdujo deliberadamente muchos paraguas en su cuadro, ya que por aquel entonces simbolizaban la modernidad. En el cuadro no se llegan a apreciar las gotas de lluvia cayendo por el aire, ni se intuyen tampoco sobre la tela de los paraguas; solo un par de detalles desvelan la presencia del agua en el suelo: el empedrado de la calle, donde aparecen anegadas las separaciones entre los adoquines, y el buen tratamiento pictórico de la sombra de la farola sobre la acera.