Mitos, leyendas y realidades sobre las tormentas
El ser humano es supersticioso por naturaleza, en especial cuando se trata de los fenómenos meteorológicos adversos. Primero surgieron los mitos, luego los ritos y finalmente llegaron las explicaciones más racionales. Veamos toda esta evolución temporal en el caso de las tormentas.
Si aún en nuestros días nos causa respeto o incluso miedo una gran tormenta, sabiendo de lo que se trata, “Gran tormenta mucho espanta, pero pronto pasa”; difícil es ponernos en la piel de nuestros ancestros cuando sufrían los efectos de los fenómenos meteorológicos adversos y todavía les eran desconocidos, lo que dio pie a la formación de mitos o dioses y posteriormente a ritos o creencias para intentar aplacar su ira o para dar las gracias por su intervención.
Los antiguos habitantes del mundo consideraban los fenómenos naturales como manifestaciones del poder divino. La naturaleza estaba personificada y las deidades mitológicas representaban tanto los aspectos buenos como los malos. Los sumos sacerdotes ejecutaban los ritos religiosos para obtener el favor divino. Así la religión se convirtió en la fuente de todo conocimiento sobre el tiempo, y todo intento de explicar los fenómenos atmosféricos por causas naturales fue considerado como una irreverencia.
En todas las grandes civilizaciones de las que nos han llegado conocimientos hasta nuestros días había dioses que podemos considerar meteorológicos. Centrándonos en las tormentas y en la lluvia, tendríamos, por ejemplo, en Japón a Raijin, para los budistas Vajrapani, para los hinduistas Paryania, en la mitología griega era Zeus, para los romanos Júpiter Fulgurator (para tormentas de día) o Summanus (para las nocturnas), en la mitología nórdica estaba Thor y para terminar con estos ejemplos, la mitología maya tenía a Chaac. Una lista mucho más completa se puede encontrar en este enlace.
Racionalizar los mitos
Aún con todos estos ritos, dioses o santos para protegernos de las tormentas, los humanos hemos buscado una explicación más racional a estos fenómenos naturales. Los etruscos en el siglo VII a.C. creían que los rayos estaban causados por el choque entre las nubes. En la Grecia clásica, Aristóteles en el siglo IV a.C., pensaba que estaban relacionados con el fuego.
Estas ideas perduraron y apenas evolucionaron durante mucho tiempo. Por ejemplo, entre los siglos XVI al XVIII en el norte de la península Ibérica los esconjuraderos eran los lugares donde se realizaban rituales para intentar conjurar las tormentas.
Todavía más extendido estaba el repique de las campanas o el toque de tentenublo en las iglesias de muchos de nuestros pueblos para intentar ahuyentar a las tormentas y al granizo, acompañado con rezos a Santa Bárbara y ciertas letanías para atraer la lluvia, pero para alejar el granizo, una de ellas es la siguiente: “Tente nublo, tente en ti, no te caigas sobre mí, guarda el pan, guarda el vino, guarda los campos, que están floridos”.
Cómo identificar las tormentas más extremas a simple vista
Solo a mediados del siglo XVIII, con Benjamin Franklin, se empezó a comprender la naturaleza eléctrica del rayo y que se trata de una gigantesca descarga en la que se desplaza una enorme cantidad de cargas eléctricas de determinado signo.
Rayos, relámpagos y truenos
Utilizando casi al completo una de las expresiones favoritas del capitán Haddock “¡Mil millones de rayos y centellas!”, voy a explicar los fenómenos más habituales que se producen en las tormentas. Les adelanto un breve resumen, la chispa eléctrica es el rayo, el resplandor es el relámpago y el sonido es el trueno.
El rayo, es un electrometeoro, que como he indicado más arriba, se trata de una descarga eléctrica de gran intensidad, que puede producirse tanto en el interior de la nube (cumulonimbo), como entre varias nubes o entre nube y suelo (agrupando los rayos de nube a tierra o mar y viceversa). Su formación es muy compleja, resumiendo, las grandes corrientes de aire que existen en el interior de las nubes de tormenta van separando las cargas positivas de las negativas, creando una gran diferencia de potencial dentro de la propia nube y entre su base y la superficie terrestre. Llega un momento en que esta diferencia es tan grande que se debe producir una ruptura, dando lugar a la descarga eléctrica y al rayo.
El relámpago acompaña en todas las ocasiones al rayo, ya que se trata de la emisión de radiación electromagnética dentro de la parte visible del espectro y por eso “vemos” los rayos, lo podemos considerar como su resplandor. Afortunadamente su luz no nos llega con tanta intensidad como la que tiene el rayo, ya que parte es interceptada por las nubes, la lluvia o el granizo que trae asociada la tormenta.
Y por último el trueno, ese retumbar que tanto nos asusta. Es la parte sonora, que casi siempre está asociada al rayo y es debido a la expansión del aire que alcanza temperaturas muy elevadas en fracciones de segundo, provocando una onda expansiva, una explosión, que es la encargada de transmitir el ruido característico del rayo. Este sonido se escuchará con mayor o menor retardo, según la distancia a la que se encuentre la tormenta de nosotros.
Como curiosidades, hay ocasiones en la que vemos los rayos, pero no oímos los truenos, esto es debido a que el ruido se anula al producirse varias descargas a la vez. En cambio, otras veces el estallido es ensordecedor, pudiéndose superar los 100 decibelios, una intensidad muy próxima al límite del dolor para nuestros oídos.