Los juegos de luces más asombrosos del equinoccio de primavera
En el equinoccio de primavera hay numerosos templos y construcciones antiguas -incluso prehistóricas como Stonehenge- cuya orientación permite que se produzcan espectaculares efectos con la luz procedente del Sol.
Tanto el ciclo solar (el movimiento anual del sol por la bóveda celeste) como el lunar (con sus cuatro fases) han sido usados por la humanidad desde la antigüedad como referencias naturales del paso del tiempo, lo que permitió ir estableciendo los distintos calendarios. Nuestros ancestros se percataron pronto de que hay cuatro momentos singulares a lo largo del año: los solsticios y los equinoccios, que marcan los cambios de estación.
En el hemisferio norte, el solsticio de invierno se corresponde con el “día” más corto y el de verano con el más largo; entendiendo por “día” el período de horas de luz, en el que el Sol está por encima del horizonte. En los equinoccios (de primavera y de otoño) se iguala la duración del día y la noche.
Este año (2023) el equinoccio vernal o de primavera se producirá en el hemisferio norte mañana lunes, 20 de marzo, a las 22:24 h (hora peninsular española), según los datos del Observatorio Astronómico Nacional. En ese momento comenzará la primavera astronómica en el citado hemisferio, lo que coincidirá con el inicio del otoño en el hemisferio sur (equinoccio otoñal). Gracias a nuestra capacidad innata de observación del cielo, combinada con nuestro ingenio, ya desde la prehistoria fuimos capaces de saber con precisión cuándo tenían lugar los solsticios y los equinoccios.
Stonehenge. Un calendario de piedras
El movimiento de los astros inspiró a nuestros antepasados del Neolítico para erigir construcciones megalíticas diseñadas de tal forma que en determinados momentos del año la posición aparente del Sol, la Luna o un determinado planeta o estrella quedaba alineada con alguno de los elementos que formaba parte de esos primitivos observatorios astronómicos. El más famoso de todos ellos es, sin lugar a dudas, el conjunto de círculos de piedra de Stonehenge, en el sur de Inglaterra, cuya primera fase comenzó a construirse hace algo más de 5.000 años.
Allí, en una llanura del actual condado de Wiltshire, a unos 13 kilómetros al norte de Salisbury, hace unos 4000 años los primeros británicos iniciaron ritos religiosos, con los druidas como maestros de ceremonias. Era un lugar de reunión tanto en los solsticios como en los equinoccios, ya que en cada uno de esos momentos tan especiales del año el Sol al amanecer emerge por determinadas “ventanas de piedra”, teniendo que estar el observador en una posición adecuada; alineado con el disco solar y los elementos pétreos que forman ese marco.
Hoy en día, Stonehenge se ha convertido en una atracción turística y –previa reserva– un número limitado de visitantes puede acceder al interior de la estructura principal en esas cuatro fechas tan señaladas del calendario. Los privilegiados que lo hagan mañana lunes, día del equinoccio de primavera, podrán vivir unas sensaciones parecidas a las que experimentaron las personas que durante siglos participaron en las fiestas paganas que se celebraron allí, con el Astro Rey como principal protagonista.
La luz equinoccial en los templos cristianos
En la Edad Media, con la expansión del Cristianismo en Europa, comenzaron a erigirse templos, cuya orientación estaba perfectamente planificada. La mayoría de iglesias y catedrales prerrománicas, románicas y posteriormente góticas se construían con su nave principal según la dirección este-oeste, de tal forma que el presbiterio quedaba situado hacia el este y el pórtico hacia el oeste. La incorporación en las fachadas de estrechas ventanas, óculos y rosetones aportaba luz al interior del templo, colocándose algunas de ellas en los lugares exactos para que en los equinoccios y los solsticios la luz entrante iluminara una zona particular del interior, de fuerte carga simbólica, provocando un golpe de efecto entre los fieles.
En la actualidad, la observación de esa luz equinoccial sigue causando sensación entre las personas que acuden a los templos en esas fechas tan señaladas del calendario. La lista de iglesias y catedrales donde se puede disfrutar de ese espectáculo de la luz es muy amplia.
Algunos de los mejores ejemplos en España
En España destacan por la espectacularidad y el misticismo un par de pequeños santuarios románicos. Uno de ellos es la iglesia del monasterio de San Juan de Ortega, del siglo XII, en Burgos, en el Camino francés de Santiago. Allí, en el ábside septentrional, destaca un triple capitel historiado con varias escenas del ciclo de la Natividad. Tanto en el equinoccio de primavera como en el de otoño (desde dos días antes a dos después de la fecha en que caiga), un rayo de luz penetra en el templo e ilumina el capitel, empezando por la Anunciación del Arcángel Gabriel a María y terminando con el Nacimiento de Jesús.
También es digno de ver la luz equinoccial en el interior de la iglesia del monasterio de Santa María de Castañeda, del siglo XI, en Zamora. A través de un óculo situado en la parte central de la cabecera del templo, el haz de luz termina iluminando un bello capitel que representa la Ascensión del alma de Santa Marta, patrona de esa iglesia.
No fue hasta 1996 cuando el párroco de entonces, Julián Acedo, se percató de la existencia de ese espectacular efecto de la luz, que en su día fue pensado con toda la intención por el diseñador del templo, para lo cual tanto la orientación de la nave principal como la posición del óculo con respecto al citado capitel fueron planificados al milímetro.
El espectacular descenso de Kukulkán
Este breve repaso a los juegos de luces en edificaciones sagradas durante los equinoccios estaría incompleto sin un último apunte sobre el efecto probablemente más espectacular de todos ellos. Nos estamos refiriendo al descenso del dios maya Kukulkán (la serpiente emplumada) en la pirámide de “El Castillo” de Chichén Itzá, en la península de Yucatán (México). A este dios de las tempestades y uno de los creadores del mundo según la mitología maya, está dedicada la famosa pirámide escalonada, que tenía entre sus funciones la de calendario.
Tanto el día del equinoccio de primavera como el de otoño, al atardecer, las sombras de las esquinas de las plataformas que forman esa gran pirámide se van proyectando sobre el lateral de la escalinata norte. En sentido descendente comienzan a formarse siete triángulos iluminados en la pared, que simulan una serpiente que baja al suelo, a fertilizar la tierra, recordando a la gente que participaba en ese ritual el carácter sobrenatural del dios Kukulkán. En la base de las escalinatas están esculpidas las cabezas de Kukulkán, consiguiéndose de esta manera un golpe de efecto ciertamente impactante.