Las cabañuelas: creer para prever
La predicción del tiempo a largo plazo es una cuestión todavía no resuelta por la Meteorología. Dicha circunstancia ha hecho que métodos ancestrales de carácter popular, como las cabañuelas, sigan muy arraigados en el ámbito rural, a pesar de carecer de fundamento científico.
La Meteorología es una ciencia por derecho propio, con unas sólidas bases teóricas físico-matemáticas, lo que ha permitido el espectacular desarrollo que ha tenido la predicción del tiempo. A pesar de ello, sigue habiendo importantes limitaciones –no resueltas por los métodos numéricos– para pronosticar el comportamiento atmosférico a largo plazo. Esta es la principal razón por la que perduran algunas prácticas populares muy antiguas, destinadas a predecir el tiempo venidero con meses de antelación. Entre todas ellas destacan las cabañuelas, en las que muchas personas del campo siguen teniendo una fe ciega, a pesar de carecer de fundamento científico.
Ya desde la antigüedad, tener la capacidad de planificar las tareas agrícolas con la suficiente antelación, se convirtió en uno de los principales objetivos de las gentes del campo. Gracias a su capacidad de observación de lo que acontecía en el cielo y en la naturaleza (el comportamiento de los animales y plantas, por ejemplo), comenzaron a establecerse una serie de creencias en torno al tiempo y al clima que se fueron transmitiendo oralmente de padres a hijos. La predicción popular del tiempo a largo plazo ha logrado así aguantar el paso de los siglos, lo que hace que muchas personas sigan dando crédito a esos procedimientos, entre los que las cabañuelas ocupan un lugar destacado.
El origen ancestral de las cabañuelas
La necesidad de anticipar el tiempo venidero fue algo común en todas las antiguas culturas, de ahí que establecieran métodos populares de predicción no muy distintos. El origen de las cabañuelas que se siguen practicando en Europa y en algunos países de América Latina parece estar en la tradición judía, y en concreto en la fiesta del Sukot o de los tabernáculos, que se celebra a finales del verano (entre septiembre y octubre) con motivo de la vendimia. Sukot es un nombre que deriva de la palabra suká, que significa choza o cabañuela.
En los orígenes de esta fiesta, los judíos construían pequeñas cabañas al aire libre donde poder comer y dormir mientras duraba la celebración del Sukot. La relación de esta fiesta con los pronósticos de las famosas cabañuelas podría estar en una importante ceremonia que celebraban para pedir que lloviera durante el invierno. La fiesta de las Cabañuelas fue el resultado de la unión de celebraciones. Por un lado, la conmemoración de la salida de Egipto del pueblo de Israel y sus tribulaciones por el desierto, y por otro, una celebración de carácter agrícola, como es la vendimia.
Dependiendo de los lugares, hay diferentes escuelas cabañuelísticas. Cada una pone en práctica un método de cálculo diferente, que ejecutan principalmente pastores y agricultores. Las cabañuelas más extendidas son las de agosto, si bien no hay una única forma de llevarlas a cabo, como veremos a continuación. Hay zonas, donde el mes de enero es el elegido para efectuarlas. En todos los casos, lo que se lleva a cabo es una observación sistemática de las condiciones meteorológicas cambiantes, así como de otras señales del medio natural, durante una serie de días consecutivos del año, o bien en el ecuador del verano (cabañuelas de agosto) o al inicio del año (cabañuelas de enero).
Tres métodos distintos de cálculo
El método de cálculo más usado para llevar a cabo las cabañuelas de agosto, se lleva a cabo durante los primeros 24 días del citado mes, estableciéndose la correspondencia que aparece en la tabla que acompaña estas líneas. Para su elaboración, el cabañuelista se dedica a observar con detenimiento desde una zona elevada –libre de obstáculos– la evolución atmosférica a lo largo de esos días del mes agosto, anotando cualquier cambio significativo en el cielo y en las condiciones meteorológicas durante ese período, así como distintos indicadores de la fauna y flora local.
El día 1 de agosto le da las claves del mes de agosto del año siguiente, el día 2 las del mes de septiembre, el 3 las de octubre y así sucesivamente hasta llegar al 12 de agosto, que se corresponde con el mes de julio del año venidero. Del 13 de agosto en adelante se invierte el orden de los meses. Ese día vuelve a identificarse con el mes de julio, el 14 de agosto con junio y así hasta llegar al último día de observación, el 24 de agosto, que lo mismo que pasó con el día 1, vuelve a dar las claves de agosto. Son las llamadas contracabañuelas o retornás.
Sin abandonar agosto, un segundo método de cálculo está basado en el ciclo lunar, de 28 días. Los cabañuelistas, en este caso, inician el procedimiento justo el día de agosto en el que nace la luna; es decir, cuando el astro inicia su fase de creciente. Las condiciones reinantes al amanecer ofrecen algunas de las claves del tiempo durante el ciclo de 14 días (entre una luna nueva y una llena) que se inicia con la luna creciente del mes de agosto del año venidero. El día siguiente se relaciona con el tiempo del mismo ciclo para el mes de septiembre. Así se va estimando qué tiempo hará en los 13 ciclos de luna creciente del año entrante, para, a continuación, pasar a los ciclos decrecientes (retornás), completándose de esta manera el pronóstico para el año que está por llegar.
Existe un tercer método de proceder con las cabañuelas de agosto, basado en una correspondencia algo distinta entre los días y los años. En este caso, el 1 de agosto da las claves del mes de agosto del siguiente año, el 2 de agosto se hace corresponder con septiembre, el 3 de agosto con octubre… y así se sigue avanzando, completando los 24 días, invirtiendo el orden del 13 al 24 de agosto (retornás). Con independencia del procedimiento que se lleve a cabo, las cabañuelas tenemos que verlas como lo que son: un método tradicional de predicción del tiempo en el que la creencia se antepone a la ciencia.