Diseccionando la radiación solar que nos da la vida
La energía que emana el Sol, en su justa medida, permite la vida en la Tierra. Podemos diferenciar tres tipos de radiación según su longitud de onda. Una de ellas, en exceso, puede complicarnos la existencia.
De sobra es sabido que el Sol es la fuente de la vida en la Tierra y que, por tanto, sin la energía que produce no existiríamos, como tampoco lo haríamos si entre el Sol y la Tierra no existiese la Atmósfera, la cual modula la energía solar, nos proporciona el oxígeno y es donde se dan las condiciones que generan los distintos meteoros.
En el interior de esa esfera incandescente que es el Sol, constituida por una mezcla gaseosa de hidrógeno y helio, la temperatura alcanza millones de grados centígrados y se va reduciendo hacia el exterior de manera que es de unos 6000 ºC en la parte más externa, desde donde emite una radiación que se transmite en forma de ondas electromagnéticas.
Con arreglo a las distintas longitudes de onda, esa energía llega a la Tierra en forma de radiación infrarroja (IR), radiación visible y radiación ultravioleta (UV), repartiéndose, aproximadamente, la energía recibida en nuestro planeta de manera que el 50% corresponde a IR, el 45% a visible y el 5% a UV. Los tres tipos de rayos se desplazan a la misma velocidad, la velocidad de la luz, es decir a unos 300.000 Km/sg.
La radiación infrarroja fue descubierta en el año 1800 por el astrónomo alemán, residente en Inglaterra, William Herschel, quien también había detectado anteriormente (1781) la existencia del planeta Urano. Herschel llevó a cabo un experimento colocando un prisma de cristal y haciendo pasar a través del mismo un rayo de luz para que se originase un espectro, similar al arco iris, al separarse los distintos colores que componen la luz. Posteriormente, al medir la temperatura de cada uno de los mismos, fue comprobando que iba aumentando al ir pasando del violeta al amarillo, al azul, al azul más claro, al verde, al naranja y al rojo.
Entonces se le ocurrió medir más allá de este color y observó que la temperatura era superior. Repitió varias veces el experimento y comprobó que los rayos que llegaban a esa zona (invisibles para el hombre pero no para algunos animales) se comportaban como la luz visible y los denominó “caloríficos” aunque más adelante se le cambió el nombre y pasaron a llamarse “infrarrojos” (por debajo del rojo), que hoy día tienen grandes aplicaciones en numerosos campos.
Los rayos ultravioletas cierran el 'tridente'. El nombre proviene de que su rango empieza desde longitudes de onda más cortas, identificadas con el color violeta aunque sean invisibles al ojo humano. Como saben, pueden llegar a causarnos problemas de salud: daños en la piel, enevejecimiento prematuro o provocar melanoma. Pronto profundizaremos más en ellos.