La ciencia del botijo
Aunque se vio desterrado por los primeros frigoríficos domésticos a mediados del siglo XX, no deberíamos subestimar la eficacia de un objeto que tiene más ciencia de la que parece. Te cuento cómo es capaz de enfriar agua un botijo.
“Eres más simple que el mecanismo de un botijo”. Sin duda, esta conocida frase no le hace ninguna justicia a nuestro protagonista ya que la ciencia que se esconde tras él es mucho más compleja. Dos profesores de Química de la Universidad Politécnica de Madrid, Gabriel Pinto y José Ignacio Zubizarreta, demostraron en 1990 que el botijo escondía una fórmula matemática capaz de explicar por qué el agua en su interior bajaba de temperatura.
Todo empezó con un botijo en un laboratorio. En él, introdujeron 3,2 litros de agua a 39⁰ y lo sometieron a un ambiente a la misma temperatura y con una humedad relativa del 42%. Al cabo de siete horas, comprobaron que la temperatura del agua del botijo había descendido 15⁰ bajando así hasta los 24⁰. A partir de aquí, la temperatura del agua que aún quedaba en el botijo comenzaba a subir, ya que se había evaporado medio litro de agua. En definitiva, el proceso físico es el mismo que tiene nuestro cuerpo para regular su temperatura frente al calor, es decir, la sudoración.
Aunque Gabriel Pinto ya tenía la demostración empírica, buscaba la ecuación matemática capaz de explicar este mecanismo de enfriamiento con la que no conseguía dar. Cuando José Ignacio Zubizarreta llegó a la Universidad, se interesó por el proyecto. Llegaron juntos a la conclusión de que lo que no habían tenido previamente en cuenta, era el calor del agua evaporada en el interior del recipiente. Con este último detalle consiguieron finalmente la fórmula matemática.
Redactaron el artículo en inglés con la fórmula y lo enviaron a una revista científica norteamericana, donde no conocían la existencia del botijo y menos aún, su ciencia. Tuvieron que denominarlo como “vasija con pitorro y asa”.
En su funcionamiento es importante el material, que debe ser poroso y no debe estar esmaltado para que se produzca la evaporación. También sus dimensiones, cuanto menor base tenga y cuanto más esférica sea su forma, mejor transpirará. Y por último que tenga dos orificios para la ventilación.
El origen del botijo
Para que un botijo sea eficiente, el ambiente en el que se encuentre debe ser seco, por lo que no todos los climas son óptimos. El clima ideal es el Mediterráneo, con veranos secos y calurosos. Fue precisamente en el Mediterráneo, y más concretamente en la antigua Mesopotamia, donde se encontraron los primeros restos de esta particular vasija. El periodo de máximo esplendor fue la Edad de Bronce y la Grecia helenística donde se usaba, además, como elemento ornamental.
En la Península Ibérica los primeros restos se encontraron en la necrópolis de Puntarrón Chico en Beniaján, Murcia, hace unos 3.500 años. Debido al clima en el que su efectividad es mayor, en nuestro país el botijo ha sido usado tradicionalmente en comunidades como Castilla La Mancha, Comunidad Valenciana, Murcia, Extremadura, Andalucía o las Islas Baleares. En climas húmedos su efectividad es deficiente.
El botijo además nos puede servir para predecir una tormenta. En los calurosos días de verano la temperatura del aire interior del botijo desciende notablemente, pero si hay un cambio de masas de aire, la temperatura no bajará. Por ello, el aumento de la temperatura interior puede indicarnos un cambio de tiempo como una tormenta o la llegada de un sistema frontal.
Aunque el botijo ha caído en las últimas décadas en desuso, no deberíamos considerarlo un objeto anticuado o poco práctico. Sin lugar a duda, es la opción más ecológica y económica que existe para refrigerar el agua.