La aventura meteorológica del primer viaje de Colón
Cristóbal Colón, en su primer viaje a América, no sufrió el impacto de ningún huracán. A la ida los vientos alisios impulsaron a las naves, con un tiempo bonancible. A la vuelta, la Pinta y la Niña tuvieron que capear un duro temporal atlántico en las cercanías de Azores que casi las hace zozobrar.
El primer viaje que Cristóbal Colón hizo a América –aunque llegó pensando que había llegado a las Indias navegando hacia el oeste–puede calificarse de aventura, ya que tiene todos los condicionantes para serlo. Si bien el tiempo en la mar fue bastante benévolo durante el viaje de ida, no ocurrió lo mismo en el de vuelta, ya que tuvieron que sortear varios temporales atlánticos, que a punto estuvieron de impedirles regresar a España y completar la gesta. Afortunadamente, lograron capear esas inclemencias meteorológicas, y tampoco se interpuso en su travesía ningún huracán; cosa que llama la atención dadas las fechas en que navegaron.
El primer viaje se inició el 3 de agosto de 1492, cuando las tres naves capitaneadas por Colón salieron del puerto onubense de Palos de Frontera. Se dirigieron hacia las islas Canarias, a donde llegaron el día 8 y estuvieron más tiempo del inicialmente previsto, ya que tuvieron que reparar el timón de La Pinta. La salida hacia “las Indias”, con el “mar de las Tinieblas” por delante (inexplorado hasta ese momento), tuvo lugar desde la isla de La Gomera el 6 de septiembre. En ese momento comenzó, propiamente, la aventura. Colón, que ya en aquel momento era un navegante experimentado, conocía el régimen de vientos que dominaba en Canarias (los alisios del NE), por lo que contaba con ese factor favorable, al menos durante los primeros días de navegación. Tras un par de jornadas de calma chicha, comenzaron a soplar los alisios.
Alisios, vientos del oeste y ausencia de huracanes
La persistencia de los alisios fue la nota dominante durante el mes largo de navegación que transcurrió desde la partida de Canarias hasta que el 12 de octubre desembarcaron en tierra americana; concretamente en la isla Guanahaní (la actual isla Watling) en el archipiélago de las Bahamas, a la que Cristóbal Colón bautizó como San Salvador. Conocido es el nerviosismo que desde algunos días antes empezó a extenderse entre la tripulación, ya que los marineros veían esfumarse la posibilidad de retornar a España, pues sería imposible navegar contra esos constantes vientos que los habían empujado hasta allí, a miles de kilómetros de casa. Afortunadamente para ellos, Colón contaba con un as debajo de la manga.
El Almirante sabía que si para el viaje de retorno ascendían algo más al norte, terminarían encontrando vientos del oeste favorables, pues en sus navegaciones previas por el Atlántico había comprobado que esos vientos (los asociados a los frentes y las borrascas que llegan a la Península Ibérica) eran los dominantes en latitudes medias. Lo que no sabía Colón (pues sus conocimientos meteorológicos –los de la época– eran limitados) era lo complicada que es la navegación en el Atlántico Norte en invierno (el viaje de vuelta lo inicia a mediados de enero) y la existencia de huracanes, con el máximo de actividad en la época otoñal, en la que iniciaron la aventura. De haber tenido conocimiento de ambas circunstancias, a buen seguro que el viaje lo hubiera planificado para otras fechas.
El hecho de que al irse acercando a América y en su periplo de tres meses por el área caribeña no se interpusiera ningún huracán o tormenta tropical en su camino, bien pudo ser fruto de la casualidad (pues, según las estadísticas de que disponemos, la probabilidad de ese hipotético encuentro ronda el 25% en la zona de Bahamas en las fechas de octubre en las que arribaron), o es posible que la actividad ciclónica de aquella época y aquel año en particular (1492) fuera significativamente menor que la actual. A finales del siglo XV, la Pequeña Edad de Hielo comenzaba ya a manifestarse, por lo que es probable que las aguas de la zona tropical y subtropical del Atlántico fueran significativamente más frías, lo que habría contribuido a una menor formación de huracanes.
Un accidentado regreso a España
La madrugada del 16 de enero de 1493 se inicia el viaje de retorno de La Pinta y La Niña (la Santa María quedó encallada) desde la isla de La Española (compartida en la actualidad por Haití y Santo Domingo), y lo hace durante varios días con tiempo anticiclónico, sin sobresaltos meteorológicos. Avanzando despacio, las naves van dirigiéndose hacia el norte hasta que finalmente comienzan a aprovecharse de los vientos del suroeste y oeste. La navegación discurre tranquila durante toda la segunda quincena de enero y los primeros días de febrero, hasta que el día 12, a tres jornadas de viaje del archipiélago de Azores, les sorprende un violento temporal, asociado, lo más seguro, a una profunda borrasca atlántica.
El Almirante lo deja escrito en su Diario del Viaje: “(…) Las olas eran espantables, contraria una de otra, que cruzaban y embarazaban el navío que no podía pasar adelante ni salir de entremedias de ellas y quebraban en él (...) Y, viendo el peligro grande (...) cada uno hacía en especial su voto, porque ninguno pensaba escapar, teniéndose todos por perdidos, según la terrible tormenta que padecían”.
Tras tres interminables jornadas en las que a punto estuvieron de zozobrar las dos carabelas, después del temporal llegó la calma, aunque las naves quedaron muy separadas, iniciando cada una de ellas el tramo final de viaje a España por separado. El final de la historia fue feliz y es por todos conocido. La principal enseñanza meteorológica que adquirió Colón de su primer viaje, fue la de evitar volver a navegar por el Atlántico Norte en pleno invierno, cosa que cumplió. Respecto a los huracanes, no se cruzó con uno de ellos hasta su cuarto viaje, y se valió de lo que le habían contado los lugareños (taínos) para proteger a sus naves de un fatal desenlace (véase el artículo: El huracán que se cruzó con Colón).