Fobias meteorológicas: cuáles son las más comunes y cómo tratarlas
El miedo irracional ante algunos estímulos puede traer muchos problemas en la vida de quienes lo padecen. Algunos de estos miedos se relacionan con fenómenos meteorológicos.
Algunos fenómenos meteorológicos pueden ser en verdad atemorizantes. Nadie puede negar que, cuando una tormenta descarga su furia de truenos, viento y relámpagos en el medio de la noche, hasta el más compadrito siente un poco de miedo.
Pero no es lo mismo sentir temor ante una situación determinada que padecer una fobia. Mientras lo primero puede ser hasta signo de un saludable instinto de preservación que impulsa a huir o luchar, la fobia, en cambio, causa serios inconvenientes en la vida de quien la padece.
¿Qué son las fobias?
Las fobias son un tipo de trastorno de ansiedad. Son miedos desproporcionados hacia una situación u objeto. Tanto que, solo con pensar en ello, puede causar parálisis y dificultar el funcionamiento normal de la vida.
Se denominan fobias específicas a las que se desencadenan por la exposición a un objeto o situación concreta, que se denomina estímulo fóbico. En realidad, el miedo se asocia a las consecuencias que podría traer la exposición a esa situación u objeto. Por ejemplo, quienes tienen miedo a volar, temen en realidad a que el avión se caiga, o a no poder salir del avión.
El síndrome fóbico se compone de tres elementos interrelacionados: la ansiedad anticipatoria, que surge antes de enfrentar o al imaginar el estímulo fóbico; el miedo experimentado durante la exposición; y las conductas de evitación posteriores que buscan reducir la ansiedad anticipatoria.
Generalmente, la intensidad del miedo aumenta con la proximidad del estímulo fóbico, y puede llegar a desencadenar ataques de pánico. Cuando el estímulo es sólo imaginado o anticipado, la intensidad del miedo puede ser menor, pero aún puede llevar a ciertas conductas como huir o evitar la situación u objeto temido.
Quienes padecen una fobia específica responden con miedo ante el estímulo fóbico y tienden a evitarlo el resto del tiempo. Esto implica que, incluso sin la presencia física del estímulo, su mente permanece afectada, limitando su libertad de elección. Las conductas de evitación pueden variar en gravedad, desde ser poco significativas hasta provocar un aislamiento completo.
Fobias meteorológicas: cuando el tiempo asusta
Hay casi tantas fobias como estímulos y personas que las padecen. No obstante, relacionadas con la meteorología (y a algunos astros y cuerpos) podemos destacar las siguientes.
- Astrafobia: conocida también como brontofobia, es un temor intenso e irracional hacia los truenos y rayos que ocurren durante las tormentas. Para quienes padecen este miedo, el sonido de un trueno o el brillo súbito de un relámpago puede desencadenar respuestas de pánico que resultan paralizantes.
- Nivofobia: miedo intenso al frío, las bajas temperaturas, el invierno y, específicamente, la nieve. Quienes sufren de nivofobia pueden experimentar ansiedad anticipatoria ante la llegada del invierno y tienden a evitar actividades al aire libre durante las temporadas de frío y nieve.
- Antlofobia: miedo irracional a las inundaciones.
- Criofobia: es el miedo extremo a sentir frío o a todo aquello que está relacionado con las bajas temperaturas, como el hielo, la helada o la escarcha.
- Heliofobia: es el miedo irracional al Sol o a la exposición a la luz solar.
- Higrofobia: aversión o el miedo irracional a los líquidos y a la humedad. La palabra higrofobia proviene del hygros (mojado, húmedo) y de fobos (miedo o aversión).
- Talasofobia: miedo al océano, al mar o a las grandes masas de agua. Sobre todo, el temor de estar mar adentro, lejos de la costa. En muchos casos, la persona teme no poder volver a la costa, o a lo que pueda haber bajo la superficie.
- Anemofobia: o ancrofobia, miedo al viento fuerte y al ruido que produce.
- Nefofobia: es el miedo a las nubes, y se origina sobre todo en la preocupación por los cambios adversos en el tiempo
- Eosofobia: también llamada fengofobia, es el miedo irracional y enfermizo al amanecer o la luz diurna. Técnicamente, no es un fenómeno meteorológico.
Diagnóstico y tratamiento
Se calcula que un 10 % de las personas en occidente sufre alguna fobia en algún momento de su vida. En algunos tipos de fobias –como a los animales o situaciones- el número de mujeres que las padecen duplica al de los hombres. En la mayoría de los casos, las fobias aparecen en la adolescencia.
Para ser consideradas fobias, la intensidad del miedo o ansiedad debe ser excesiva, irracional y persistir por al menos seis meses. Las personas que padecen este trastorno son conscientes de la falta de proporcionalidad de su miedo, pero no pueden evitarlo. Para diagnosticar una fobia específica, es crucial que el miedo y la evitación afecten significativamente la vida diaria del individuo.
Las conductas evitativas terminan afectando la vida y libertad de las personas, y en muchos casos prospera un sentimiento de vergüenza que imposibilita hablar del tema y agrava la situación. Por ejemplo, una persona que viva en el campo y tenga fobia a los ascensores pueda rechazar un empleo en una ciudad porque la oficina esté situada en un piso alto.
El tratamiento más habitual para las fobias específicas es la psicoterapia, y dentro de las corrientes que existen, la terapia cognitivo conductual ha mostrado evidencia de buenos resultados.
En este marco, en la técnica denominada Terapia de Exposición el terapeuta ayuda al paciente a reconocer su ansiedad y le propone técnicas de relajación para enfrentarse de a poco al estímulo fóbico. Es una exposición gradual llamada “desensibilización sistemática”, en la que el paciente puede observar lo desmesurado de miedo que padece y que la situación que lo provoca no es tan peligrosa.
En algunos casos estas terapias se pueden acompañar con medicación, pero en general los fármacos se utilizan cuando otras técnicas han fracasado. El tratamiento más adecuado son los antidepresivos, que son ansiolíticos y actúan directamente sobre la respuesta del miedo y la ansiedad. De cualquier modo, siempre es indispensable consultar a un especialista que recomiende el mejor tratamiento de acuerdo al caso, y nunca automedicarse.