Febreros históricos de alto impacto meteorológico
Son muchas las efemérides meteorológicas extraordinarias que localizamos en los meses de febrero en España. Dicha circunstancia justifica la fama de loco que el refranero atribuye a ese mes del año. Se recuerdan con detalle dos febreros históricos: el de 1941 y el de 1956.
La fama de loco que el refranero otorga a febrero es merecida. Basta con repasar las efemérides meteorológicas de ese mes, para comprobar las numerosas referencias a episodios extraordinarios. Encontramos un poco de todo, destacando los intensos fríos y nevadas provocadas por situaciones invernales. Una de las efemérides más sorprendentes, a la par que dudosa, es la que señala que en Zamora nevó todos los días de febrero de 1433. Es más, lo hizo hasta el 12 de marzo (¡40 días seguidos en total!). Histórica es también la nevada ocurrida en muchos lugares de Andalucía el 2 de febrero de 1954. En Huelva capital no es que solo nevara (algo ciertamente insólito), sino que el espesor de la nieve alcanzó hasta los 40 cm, permaneciendo en el suelo durante una semana.
Tampoco faltan referencias a riadas, desbordamientos de ríos e inundaciones. Destacan, por su frecuencia las del Pisuerga por Valladolid (febreros de 1286, 1603, 1626, 1736, 1788 y 1843) y las del Guadalquivir, a su paso por Sevilla (febreros de 1590, 1626, 1902 y 1947), si bien no faltan referencias a episodios similares en otros grandes ríos peninsulares, como el Ebro, Tajo, Júcar o Segura. Aunque las situaciones atlánticas se llevan la palma, no faltan tampoco las mediterráneas, siendo, históricamente, los meses de otoño en los que se producen más, de consecuencias catastróficas en muchos casos. En las siguientes líneas nos centraremos en dos febreros del siglo pasado, que forman ya parte de la historia del clima de España: febrero de 1941 y de 1956.
Febrero de 1941: El mayor temporal de viento de la historia reciente
Periódicamente, la península Ibérica recibe la visita de borrascas, algunas son particularmente profundas y provocan fuertes temporales a su paso. La que se formó a mediados de febrero de 1941 en el Atlántico Norte fue excepcional, dando lugar a un temporal de viento extraordinario. Cuando la borrasca rondaba el archipiélago portugués de Azores, la presión en su centro era de 990 hPa. Treinta y seis horas después la presión había bajado 40 hPa (hasta los 950 hPa) y su centro impactaba en Galicia, concretamente en Finisterre. Aunque no se dispone de muchos datos, parece claro que ese borrascón fue el resultado de una ciclogénesis explosiva, dada la rapidez con la que descendió en su centro la presión atmosférica, lo que tuvo unas consecuencias devastadoras.
Los vientos huracanados se dejaron sentir en buena parte de territorio peninsular, causando numerosos destrozos, como árboles centenarios tronchados en el madrileño Parque del Retiro. No obstante, fue por Galicia y el litoral cantábrico, donde el viento se canalizó, intensificó y causó estragos. La fuerte surada que se abatió sobre Santander al caer la noche del 15 de febrero de 1941, avivó las llamas del incendio iniciado aquel día en la calle Cádiz, y lo extendió por muchos otros lugares de la ciudad. Los principales inmuebles del caso histórico quedaron calcinados, afectando el pavoroso incendio a más de 37 calles con sus edificios, la mayoría de los cuáles tuvieron que levantarse de nuevo, cambiando la fisonomía de la ciudad.
Ese viento huracanado se encargó de inutilizar el anemómetro del observatorio de la capital cántabra, pero a tenor de las rachas medidas en otros observatorios del Cantábrico, es posible que se hubiera alcanzado allí en algún momento una racha de 200 km/h, aunque no disponemos del dato. En el Observatorio de Igueldo, en San Sebastián, quedó registrada una de 196,8 km/h, si bien en otra publicación de la época, el meteorólogo José María Lorente apuntaba en un artículo una ráfaga máxima allí de 180 km/h, a las 23 h del día 15. También es digna de mención una racha de 126 km/h alcanzada en Almería, también citada por Lorente, que otros autores elevan hasta 140 km/h. El carácter extraordinario de aquel histórico temporal está fuera de toda duda.
Febrero de 1956: El mes más frío de todo el siglo XX
Quince años después de que aquella profunda borrasca impactara de lleno en la península Ibérica y la ciudad de Santander fuera pasto de las llamas, nuevos sobresaltos meteorológicos llamaron a la puerta, pero en este caso ligados al frío. El congelador siberiano se puso a trabajar a toda potencia aquel invierno y dejo tiritando a Europa. En España se encadenaron tres potentes olas de frío entre los días 1 y 25 de febrero de 1956, lo que dio como resultado el mes más frío jamás registrado en todo el siglo XX y lo que llevamos de XXI. Tendríamos que remontarnos a la Pequeña Edad de Hielo para encontrarnos con un episodio invernal de similares características.
En nada menos que sesenta observatorios de la red principal (prácticamente en todas las capitales de provincia) se registraron temperaturas inferiores a 0 ºC. La nieve y, sobre todo, el hielo no dieron tregua y en algunas zonas sus consecuencias fueron dramáticas, especialmente para la agricultura. El aire siberiano de origen polar quedó instalado varias semanas en la Península y Baleares, de lo que dan fe los registros meteorológicos. Hubo lugares en los que estuvo helando tres semanas seguidas, registrándose en algunos observatorios una temperatura media mensual negativa.
Las temperaturas mínimas más llamativas son las que se alcanzaron en localidades donde habitualmente no suele helar. En Alicante, por ejemplo, se llegaron a medir -4,6 ºC; además nevó y cuajó la nieve en las calles, lo mismo que en Málaga. En Valencia y Castellón se rozaron los 7 grados bajo cero, mientras que en Cáceres se midieron -5,8 ºC. Destacan también los -5,5 ºC de Sevilla y los -2 ºC de Cádiz. Además, en aquel gélido febrero se alcanzó la temperatura mínima absoluta de España (todavía vigente). Se trata de los famosos -32 ºC del Estany Gento, en el Pirineo de Lleida.
Tanto la costa guipuzcoana como el Ampurdán fueron las zonas donde la rigurosidad de las diferentes olas de frío fue extrema. El 3 de febrero se alcanzaron -12 ºC en San Sebastián, mientras que el 10 de febrero, con la llegada del segundo “tren siberiano”, la mínima fue de -10 ºC. A lo largo de aquel mes llegó a helar 19 días en San Sebastián, 22 en Bilbao y 27 en Vitoria.
En el Ampurdán las heladas fueron tan fuertes y duraderas que hasta las olas del mar al romper contra las rocas de los acantilados se congelaban, formando curiosas esculturas de hielo. El intenso frío congeló y mató a la mayor parte de los olivos de la comarca, desapareciendo prácticamente toda la actividad olivarera en la zona. Un febrero para la historia, que al igual que el de 1941, cambió la historia de algunos de los lugares que sufrieron aquellas locuras meteorológicas.