Arte cinético al ritmo del viento
El arte cinético engloba al conjunto de manifestaciones artísticas dotadas de movimiento real o aparente. En algunos casos, se aprovecha el viento no solo para mover distintos elementos de esas esculturas, sino para generar sonido.
Bajo el nombre de “Arte Sonoro” se incluyen todas aquellas manifestaciones artísticas en las que el sonido es el principal protagonista. Este movimiento se centró, en una primera etapa, en la década de los años 60 del siglo pasado, en la experimentación musical, para posteriormente ir englobando otras tendencias -que ya existían con anterioridad– como las de la creación de obras que tienen o simulan movimiento, lo que se conoce como arte cinético. Como veremos a continuación, el viento es aprovechado por algunos artistas para conseguir esa doble función: la generación de movimiento y de sonido.
Uno de los pioneros del arte cinético fue el escultor estadounidense Alexander Calder (1898-1976), que fue el primero en crear un objeto artístico formado por pequeños elementos que se movían a merced del viento. Esta corriente artística se puso de moda a finales de la década de 1960 y la de 1970, siendo César Manrique uno de sus principales exponentes en España.
Una de las esculturas sonoras más destacadas del arte cinético es el “Singing Ringing Tree” (que podemos traducir como “árbol sonoro y cantante”) diseñada por los arquitectos Mike Tonkin y Anna Liu, y construida en 2006 en un el condado inglés de Lancashire. De 3 metros de altura y formada por un conjunto de tubos de acero galvanizado, el viento al entrar por algunos de ellos produce una sonoridad.
Los juguetes del viento de César Manrique
Pocos artistas han establecido un vínculo tan fuerte entre la naturaleza y sus creaciones como el artista conejero (oriundo de Lanzarote) César Manrique (1919-1992). En palabras suyas: “Siempre he buscado en la naturaleza su condición esencial, su verdad ocultad, el sentido de mi vida. La magia y el misterio que he hallado en ese largo camino de rastreo son tan reales como la realidad aparente y tangible”.
Su huella permanece de forma muy palpable en Lanzarote; la isla que le vio nacer y donde falleció, víctima de un accidente de tráfico. Los vientos alisios son una de las señas de identidad de las islas Canarias y de Lanzarote en particular, y César Manrique no perdió la oportunidad de integrarlo en algunas de sus obras.
Proyectó la instalación, en distintos lugares estratégicos de la isla, de unas esculturas móviles a las que bautizó como juguetes del viento. Construidas de hierro y formadas por figuras geométricas como círculos, esferas o pirámides, se mueven a merced del viento –muy frecuente en Lanzarote– dando lugar a complejas rotaciones, de los distintos elementos y de diferentes escalas, lo que capta al momento la atención de los transeúntes.
Una de las esculturas más emblemáticas es “Fobos”, ubicada en la rotonda de Cardones, Transmontaña y el Carril, en Arucas, junto a la Fundación César Manrique, y donde se produjo el desgraciado accidente de tráfico que acabó con la vida del artista. Hace unos años la escultura fue restaurada. Existe una réplica de ella en la vecina isla de Fuerteventura, concretamente en Morro Jable.
El sueño sonoro de Dalí
En España, tuvimos otro artista universal, también oriundo de un lugar particularmente ventoso, lo que influyó en su obra. Se trata de Salvador Dalí (1904-1989), que desde niño, en su Figueras natal, convivió con la fuerte Tramontana (viento del norte) que muchos días al año sopla en la comarca gerundense del Alt Empordà. A finales de la década de 1970, de la cabeza de Dalí, siempre en efervescencia, surgió la idea de construir un órgano que funcionaría gracias a la Tramontana. Para su ubicación, pensó en la peña donde se yergue la fortaleza medieval (del siglo X) del castillo de Quermançó, en el término municipal de Vilajuïga, a mitad de camino entre las localidades de Figueras y Llansà.
Salvador Dalí no llegó a ver cumplido su sueño de instalar en ese montículo el órgano de la Tramontana, principalmente debido a las limitaciones técnicas de la época, ya que, a diferencia de un órgano situado en el interior de una iglesia o catedral, en este caso debería de estar a la intemperie, teniendo que resistir no sólo el embate del viento, sino también la lluvia y al resto de adversidades meteorológicas.
Años después del fallecimiento del artista, se retomó el proyecto. El órgano que diseñó Dalí estaba formado por un gigantesco embudo encargado de canalizar el viento y regular la presión ejercida por él, conectado a un conjunto de más de 500 tubos. En el marco del citado proyecto se diseñaron un par de prototipos. Todo estaba listo para que el órgano de la Tramontana empezara a sonar en el año 2004, pero la ejecución final se paralizó y de momento, a día de hoy, sigue en fase de proyecto, sin una fecha en el horizonte en la que el sueño sonoro de Dalí se convierta finalmente en una realidad.