En verano... ¿ducha fría o caliente?
Con la llegada de los días más calurosos del año es importante tomar buenas decisiones. Una de ellas es saber a qué temperatura poner el agua de la ducha. No es tan evidente como parece.
Cuando estamos asfixiados de calor, lo que más nos apetece es darnos una ducha bien fría, tomarnos una bebida cargada de hielo y colocarnos frente al aire acondicionado a máxima potencia. Son medidas de choque que nos pide el cuerpo y que, afortunadamente, hoy en día casi todos tenemos a nuestro alcance.
Prácticamente nadie pone en duda su efectividad de forma inmediata, y el alivio que sentimos es evidente, pero a largo plazo la cosa cambia. Hoy vamos a ver qué ocurre cuando en verano nos duchamos tanto con agua fría como con agua caliente, y sacaremos conclusiones.
La ducha de agua fría
Hace unos meses, en el capítulo por qué tiritamos cuando tenemos frío, hablamos de los termorreceptores que tenemos repartidos por la piel. Estos informan al cerebro cuando en el exterior las temperaturas son tan extremas que pueden poner en riesgo nuestras vidas. Posteriormente desde el cerebro se dan las órdenes oportunas que ponen en marcha los mecanismos para evitar que baje o suba nuestra temperatura corporal, como por ejemplo sudar cuando hace calor, o tiritar cuando hace frío.
Cuando el calor es intenso, lo primero que nos pide el cuerpo es buscar algo que haga bajar nuestra temperatura. Evidentemente, una ducha de agua fría hará que los termorreceptores dejen de notificar el extremo calor exterior. ¿Es una buena noticia? Si el agua está muy fría, no.
Cuando la piel nota que el agua está fría y muy por debajo de la corporal, que es como suele salir por nuestros grifos, el mecanismo que se activa es el opuesto al que buscamos. La sangre irrigará menos nuestra piel para no perder temperatura en esa zona e internamente el cuerpo generará más calor.
Posiblemente en los primeros instantes sintamos un alivio con una ducha fría, pero a la larga no es una buena idea y acabaremos notando más calor porque lo seguirá generando nuestro cuerpo durante un buen rato tras la ducha.
Hay que tener en cuenta que mientras algunas reacciones de nuestro cuerpo son instantáneas, como por ejemplo, los actos reflejos, otros, como la regulación de la temperatura corporal, tardan más en activarse y desactivarse.
La ducha de agua caliente
No es nada agradable meterse en agua caliente cuando tenemos mucho calor. Pero ante esta situación, el cuerpo activa los mecanismos para perder temperatura lo antes posible. Entre otros, llevándose la sangre cerca de la superficie de la piel. El resultado es que al salir de la ducha, el cuerpo seguirá luchando durante un tiempo para conseguir bajar nuestra temperatura corporal. El alivio es evidente cuando salimos de la ducha de agua caliente.
Conclusión
Puede parecernos contradictorio buscar agua caliente para sentirnos más frescos. La cabeza nos dirá justo lo contrario y además, en los primeros instantes, el agua fría nos dará un gran placer. Pero a la larga el beneficio es mayor duchándonos en agua caliente en lugar de hacerlo en agua fría.