Si en el espacio no hay oxígeno, ¿por qué el Sol no se apaga?
Aunque sea ilustrativa, la metáfora de la gran bola de fuego no tiene mucho que ver con la verdadera naturaleza del Sol. Pues, en rigor de verdad, no es fuego, no es amarillo, no es sólido, y sí, se apagará… algún día.
Cuando somos pequeños nos explican que el Sol es una gran bola de fuego. Es lógico, al fin y al cabo, desde nuestro punto de vista es una gran esfera amarilla que nos da luz y calor. Además, durante miles de años pueblos, religiones y hasta astrónomos pensaron lo mismo.
Después de Galileo, Copérnico y los científicos que sumaron conocimiento sobre nuestro sistema solar, tuvo que llegar el siglo XX y sus grandes avances en física y química para que algunas preguntas pudieran explorar nuevas respuestas. Una en particular: si en el espacio no hay oxígeno, ¿por qué el Sol no se apaga? ¿Qué lo mantiene encendido?
La explicación vino de la mano de un descubrimiento de la física. Nada menos que la fusión nuclear, o sea, la unión de los núcleos de los átomos bajo determinadas condiciones. Este fenómeno fue observado y teorizado por primera vez en la década de 1930, y poco después se pudieron plantear nuevas hipótesis para explicar por qué el Sol lleva encendido tantos millones de años sin una fuente externa que lo alimente.
Y es que el Sol es su propia fuente de energía y funciona como un gran horno termonuclear. Igual que las estrellas. ¿Qué significa esto? El Sol es un millón de veces más grande que la Tierra, y está compuesto en un 80% por hidrógeno (H), el elemento más abundante del universo, el más ligero de la tabla periódica, y que está presente en casi toda la materia que conocemos, desde las piedras hasta el agua.
Pero lo más importante del Sol: su masa y su fuerza de gravedad. Es tanta la presión que ejerce el Sol sobre sí mismo que los átomos de hidrógeno –que han perdido sus electrones- no tienen más alternativa que unirse o fusionarse, y así forman Helio. El helio se va alejando del núcleo y se junta con los electrones libres que habían perdido los átomos de hidrógeno. Esta energía sale a la superficie en forma de fotones, se transmiten por radiación electromagnética y son la luz que llega hasta nosotros.
“Esta reacción permite liberar grandes cantidades de energía en forma de luz y más calor, de allí que la zona convectiva, es decir la parte exterior del Sol, se mantiene a unos 6000 °C, es decir, 600 veces la temperatura del agua cuando hierve. Así, la radiación que proviene del Sol en todas sus longitudes de onda llega a todo el sistema solar. No olvidemos que nuestra estrella es el 99,7 % del sistema solar”, explica Javier Feu, profesor de astronomía y física.
Lejos de ser una bola de fuego, el Sol es una enorme esfera de plasma (un estado gaseoso fluido). La reacción de fusión nuclear es posible por su gravedad, que todo lo atrae (incluido a nuestro planeta y a nuestros vecinos). Es un proceso descomunal: el Sol fusiona nada menos que 620 millones de toneladas métricas de hidrógeno por segundo. Así ha sido por los últimos 5 mil millones de años y así será por… ¿siempre?
El día que se apague el Sol
Se sabe que el Sol se hace un 10% más luminoso cada 100 millones de años. Nosotros, desde la Tierra, lo vemos amarillo por el efecto que nuestra atmósfera ejerce sobre los ases de luz. Pero desde el espacio, el Sol se ve blanco. Y seguramente desde otras galaxias se ve tal como nosotros vemos las estrellas.
A pesar de esa pequeña variación en su luminosidad, el Sol permanece en equilibrio constante entre su fuerza de la gravedad, que comprime los elementos hacia su núcleo, y la fuerza de la energía liberada por la fusión nuclear, que trata de expandirlo.
Pero aunque tiene combustible para rato, no será eterno. Llegará un día en que este proceso de fusión consuma por completo todo el hidrógeno que lo integra. ¿Y qué pasará ese día? Lejos del modo en que un fuego se extingue si no tiene combustible, de a poco y tenuemente, aquí sucederá todo lo contrario. A medida que el hidrógeno se vaya consumiendo, la presión en el centro del Sol disminuirá.
“En esencia, Mercurio y Venus serán los primeros afectados y borrados y luego será nuestro turno, cuando esos vientos erosionen por completo el escudo magnético, y terminen con nuestra atmósfera y todo lo que hay debajo de ella”.
En su última etapa se convertirá en una nebulosa planetaria. Pero de acuerdo a los cálculos astronómicos, este evento se producirá recién dentro de 4500 millones de años.