El puré de guisantes londinense
Históricamente, la ciudad de Londres se ha visto afectada por nieblas densas y contaminantes, generadas en gran medida gracias a las emisiones de hollín al aire procedente de chimeneas de casas y fábricas. Su color amarillento-verdoso hizo que a este smog se le conociera como puré de guisantes.
Durante mucho tiempo, la niebla fue una de las principales señas de identidad de Londres, compartiendo protagonismo con la lluvia. Esta última sigue marcando la pauta meteorológica en la capital británica, pero las famosas nieblas londinenses ya son cosas del pasado, si bien el Támesis sigue aportando el vapor de agua necesario para que a veces, cuando la situación sinóptica es propicia, se forme el estrato nuboso en la ciudad, aunque ya no se trata de una niebla sucia y pestilente como antaño. De igual modo que la acción del hombre favoreció su formación, una acción humana pero de signo contrario contribuyó –como veremos– a su eliminación, con el consiguiente beneficio para los habitantes de la ciudad.
La Revolución Industrial, iniciada a mediados del siglo XVIII en Gran Bretaña, trajo indudables beneficios a la humanidad, pero también tuvo su coste medioambiental en las ciudades –particularmente británicas– donde la quema masiva de carbón aportó al ambiente urbano ingentes cantidades de hollín que hicieron más irrespirable aún el aire de urbes como Londres –donde ya desde el siglo XVI se quemaban grandes cantidades de madera y “carbón marino” (traído de ultramar) en los hogares y las antiguas fábricas–, con el consiguiente efecto nocivo en la salud. La niebla sucia resultante, que hoy en día conocemos como smog (acrónimo que surge de la fusión de las palabras inglesas smoke [humo] y fog [niebla]) fue bautizada como “puré (o sopa) de guisantes” (pea soup).
La primera referencia a tan curiosa expresión data de 1820 y aparece en un texto del artista John Sartain (1808-1897). A lo largo del siglo XIX se extendió su uso gracias a aparecer en la prensa de forma reiterada y a referirse a ella algunos escritores de éxito, como Charles Dickens (1812-1870). El color, entre amarillento y verdoso, de esa niebla sucia, debido al azufre que contenía parte del carbón quemado, así como su espesura, tuvo en el puré de guisantes el mejor de los símiles.
En cualquier caso, las nieblas sucias londinenses se remontan más atrás en el tiempo, como atestiguan algunos cuadros pintados en el siglo XVII. En el que acompaña estas líneas, que ilustra una de las famosas Ferias de Hielo del Támesis –la del invierno de 1863-64–, se aprecia en la parte izquierda del lienzo un humo oscuro. En palabras del escritor inglés de la época John Evelyn (1620-1706): “Londres, por razón de la frialdad excesiva del aire que dificulta el ascenso del humo, estaba tan lleno de vapores fuliginosos de carbón marino que uno apenas podía respirar.”
La Gran Niebla de 1952
Aquella atmósfera irrespirable que describe Evelyn, volvería a repetirse en la ciudad tres siglos más tarde –a mediados del siglo XX– durante un destacado episodio con nombre propio (La Gran Niebla de 1952), que tuvo unas dramáticas consecuencias para miles de londinenses. Una niebla densa y con una elevada toxicidad cubrió la ciudad de Londres entre los días 5 y 9 de diciembre de 1952. Se formó gracias a unas condiciones meteorológicas favorables, en presencia de un aire viciado de contaminación.
Aquellos días, al paso de un frente frío, una masa de aire gélido de origen polar se instaló en las Islas Británicas. Bajo una típica situación invernal de altas presiones como la que dominó en Londres aquellas jornadas, con presencia de una marcada inversión térmica en la vertical de la ciudad, es lógico que se formaran nieblas postfrontales y que persistieran en el tiempo. Lo que sí fue excepcional es su naturaleza contaminante y el impacto que ello tuvo en la población.
Los años posteriores a la II Guerra Mundial dejaron a Gran Bretaña sumida en una profunda crisis económica, lo que obligó al país a exportar grandes cantidades de carbón como fuente de ingresos. Aquel intenso frío de principios de diciembre de 1952 disparó la demanda de carbón en Londres. Como no había carbón de alta calidad suficiente –por ser justamente ese el que se exportaba– se echó mano de un carbón peor, rico en azufre, quemándose en grandes cantidades en las chimeneas de las casas, lo que devolvió a la ciudad su tristemente famoso puré de guisantes de la época victoriana.
Las consecuencias fueron terribles. Del orden de 100.000 londinenses sufrieron graves enfermedades respiratorias, como la bronquitis aguda, al estar expuestos a esa niebla tóxica. Algunas estimaciones fijan en 12.000 el número de personas que fallecieron por dicha causa. Afortunadamente, a raíz de ese episodio, se adoptaron medidas eficaces destinadas a garantizar un aire más limpio en la ciudad, lo que alejó definitivamente el fantasma del puré de guisantes, aunque no hay que bajar la guardia.