El huracán que se cruzó con Colón
El 29 de junio de 1502, durante su cuarto viaje a América, Cristóbal Colón quiso buscar el refugio del puerto de Santo Domingo, en La Española, ante la inminente llegada de un huracán. Finalmente, navegó hacia el oeste por el sur de la isla, evitando el hundimiento de su pequeña flota.
Cuando Cristóbal Colón (1451-1506) afrontó el reto de circunvalar la Tierra, tratando de llegar a las Indias (Asia) navegando hacia el oeste, quería demostrar algo que cuestionaban muchos por aquel entonces y que, paradójicamente, sigue habiendo personas que ponen en duda en la actualidad, que no es otra cosa que la redondez de la Tierra. Nadie hasta ese momento (1492) había osado aventurarse más de la cuenta en el “mar de las tinieblas”, que según el imaginario popular de la época terminaba en una gran cascada que se precipitaba en el abismo. Una persona ilustrada como Colón tenía claro que al dirigirse hacia el oeste no llegaría al fin del mundo, pero con lo que no contaba era con descubrir un nuevo continente –América–, ni con tener que capear con fenómenos meteorológicos desconocidos hasta ese momento para él.
A pesar de ser un experimentado navegante, Colón no sabía que en el Caribe hay huracanes, de características muy distintas a las de las borrascas que daban lugar a los temporales a lo que se había enfrentado numerosas veces en sus travesías. En los cuatro viajes que hizo al Nuevo Mundo –entre los años 1492 y 1504–, solo en una ocasión uno de esos huracanes se interpuso en su camino, pero tuvo la capacidad de anticiparlo y esquivarlo, gracias a lo que previamente le habían contado los taínos, que era el pueblo indígena que ocupaba por aquel entonces la región antillana, con los que Colón mantuvo distintos encuentros.
A los 51 años de edad, Cristóbal Colón a los mandos de una flota de 2 carabelas –la Capitana y la Santiago– y 2 naos –la Gallega y la Vizcaína–, inició su cuarto viaje partiendo de Cádiz el 9 de mayo de 1502. Tras hacer escala en las islas Canarias, el día 25 de ese mes partió del puerto de Maspalomas, al sur de Gran Canaria, y puso rumbo a las Antillas, ayudado, como en los viajes precedentes, por los vientos alisios. El 29 de junio la flota llegó a Santo Domingo, en la isla de La Española. Los días previos, navegando ya por aguas caribeñas, Colón fue constatando que se aproximaba un huracán. Sabía por los taínos que se trataba de un fenómeno natural particularmente peligroso, y supo leer en el cielo y en el mar cómo se iba manifestando.
'Jurakán' y la diosa Guabancex
Aquellos nativos empleaban el nombre fonético jurakán –que los conquistadores españoles convirtieron en la palabra “huracán”– para referirse no solo a los ciclones tropicales que ocurren en aquella región, sino a cualquier tormenta o tempestad. En su mitología, todos estos fenómenos atmosféricos violentos eran creados y controlados por la diosa Guabancex, que era una de las formas de identificar a la deidad del caos y el desorden zeni.
La forma más común de representar a Guabancex es con una cara furiosa y con los brazos extendidos de manera similar a los brazos espirales de un huracán. Los taínos eran conocedores de una de las singularidades de los huracanes, que no es otra que el patrón de vientos rotatorios que engendran a su alrededor mientras se van desplazando. Este hecho lo conocía Colón gracias a ellos, y le ayudó a su llegada a La Española.
El huracán venía pisándoles los talones a las cuatro naves de Colón, cuando aquel 29 de junio el almirante vio la necesidad de buscar refugio en Santo Domingo. El recién nombrado gobernador de la isla, Nicolás de Ovando y Cáceres (1460-1511) le prohibió entrar en el puerto, a pesar de que Colón le dijo que se acercaba un peligroso huracán. El gobernador andaba esos días con los preparativos de una flota de 30 barcos que partirían de forma inminente para España, cargados de valiosas mercancías y con esclavos. No solo impidió que Colón y sus hombres desembarcaran en la colonia, sino que hizo oídos sordos a la advertencia del almirante. Ante esta situación, y tras observar –con acierto– que el huracán se dirigiría hacia el norte de la isla, Colón tomo el mando de la flota y fue bordeando La Española por el sur, dirigiéndose hacia su parte occidental, buscando un lugar donde poder protegerse lo más posible del huracán.
Esa decisión que Colón tuvo que adoptar a toda prisa fue acertada y, con casi total seguridad les salvó la vida. Aunque la furia de los vientos huracanados y el oleaje que acontecieron el día siguiente –30 de junio– llegó a soltar el anclaje de las naves, lograron resistir los duros golpes asestados por el huracán, consiguiendo finalmente agruparse todas ellas en una cala.
Mucha peor suerte corrió la flota que el mismo día 29 autorizó a partir Nicolás de Ovando. Santo Domingo quedó arrasada y el huracán se encargó de hundir 25 de los 30 barcos, regresando 4 de ellos muy dañados al puerto y solo uno, el Aguja, logró llegar a España. En aquel triste episodio fallecieron más de 500 marineros españoles y un número indeterminado de esclavos. La pericia e inteligencia de Cristóbal Colón impidió que esa cifra de víctimas fuera todavía algo mayor.