Perdidos en el espacio: el error más tonto (y caro) de la NASA
Estudiar otros planetas nos puede ayudar a entender el pasado, el presente y el futuro del nuestro. Pero también implica un reto tecnológico que a veces nos recuerda cuán falibles somos los humanos.
Marte ha ejercido una gran fascinación sobre la humanidad desde hace al menos cuatro milenios. Ese punto rojizo que brilla en el cielo nocturno ha despertado curiosidad e inquietud sobre nosotros.
Desde ser reconocido por la ciencia como el planeta más habitable y adecuado para colonizar por los humanos, hasta libros como Crónicas Marcianas de Ray Bradbury, películas como Misión Rescate (The Martian) o temas musicales como Life on Mars de David Bowie.
Explorando el planeta rojo: misiones a Marte
La exploración espacial de Marte comenzó hacia 1960, en el contexto de la carrera espacial entre Estados Unidos y la Unión Soviética en medio de la Guerra Fría. Con más éxitos que fracasos, hoy son varias las naciones o consorcios de naciones que han cumplido con sus objetivos en misiones en el planeta rojo, pero hay una que se destaca por su estrepitoso fracaso, causado por un costoso e infantil error de cálculo.
A mediados de la década de 1990, la NASA (Agencia Espacial de los Estados Unidos), establece un ambicioso programa de exploración marciana bajo un nuevo dogma para reducir costos: en cada conjunción favorable de Marte y la Tierra (aproximadamente cada dos años), se enviarán dos naves espaciales lanzadas por separado: Mars Climate Orbiter y Mars Polar Lander. La primera orbitaría el planeta para obtener imágenes de la superficie en alta resolución, mientras que la segunda se posaría sobre la superficie para realizar experimentos y tomar muestras.
Las dos misiones tenían como objetivo estudiar la meteorología y el clima marcianos, como también el contenido de vapor de agua, polvo y dióxido de carbono de su atmósfera. De esta manera se pretendía comprender el comportamiento de la atmósfera de Marte y buscar evidencia de cambios climáticos episódicos y de largo plazo.
Si algo puede ocurrir, ocurrirá
La compañía ganadora del contrato para construir el Mars Climate Orbiter (MCO) fue Lockheed Martin, empresa clave del complejo industrial-militar de Estados Unidos. Cumpliendo en tiempo y forma con el cronograma previsto, el 11 de diciembre de 1998 despegó de Cabo Cañaveral el cohete Delta II que llevaba a bordo este orbitador marciano.
El MCO, de tamaño similar a un automóvil compacto, tardó 9 meses y medio para recorrer en solitario los 665 millones de kilómetros que separan Marte de nuestro planeta. El día previsto, el 23 de septiembre de 1999 todo era tensión en la NASA, como con toda fase crítica de una misión espacial.
Edward Murphy Jr. fue un ingeniero militar estadounidense que trabajó en proyectos aeroespaciales para la Fuerza Aérea. En 1949 y ante un error inaudito de su asistente, Murphy se quejó diciendo que “si hay más de una forma de hacer el trabajo y alguna de ellas conduce al desastre, alguien lo hará de esa manera”. El tiempo simplificó la frase en “Si algo puede ocurrir, ocurrirá” y se la bautizó con el nombre de “Ley de Murphy”.
Quienes controlaban la nave, los científicos del Laboratorio de Propulsión a Chorro (JPL) de la NASA, comenzaron a notar desviaciones extrañas en la trayectoria de la sonda en su viaje interplanetario, los que fueron subsanados con más correcciones que las habituales en este tipo de operaciones.
Pero la mayor desviación se vio en en el momento crucial: en lugar de establecer su inserción en la órbita marciana a unos 150 kilómetros de altitud como estaba programada, lo hacía a unos 60 kilómetros. Todos sabían que la mayor cercanía a Marte que podía soportar la MRO era de 85 kilómetros, por lo que esperaron lo peor. Tras menos de 5 minutos de incertidumbre, se perdió contacto con el MRO, para incendiarse poco después y luego se destruyó por el rozamiento con la atmósfera, para terminar esparcido en la superficie marciana.
Diferentes unidades, muchos problemas
La investigación posterior determinó que el Jet Propulsion Laboratory de Pasadena, que era el organismo encargado de programar los sistemas de navegación de la sonda, usaba el sistema métrico decimal (centímetro, metro, kilo, grado Celsius, etc.), mientras que el fabricante, Lockheed Martin y su laboratorio de Astronáutica en Denver, como toda la industria de ese país, utilizaba el sistema imperial de medidas (pulgadas, pies, libras, grado Fahrenheit, etc.), y esto se indicaba claramente en los manuales que se habían entregado a la NASA.
Pero el JPL de la NASA, en el más claro ejemplo de aplicación de la Ley de Murphy, no convirtió los datos de navegación de un sistema a otro antes del lanzamiento de lo que hubiese sido el primer satélite meteorológico de un planeta que no es la Tierra.
Este “tonto” error le costó a los contribuyentes norteamericanos unos 125 millones de dólares, y motivó la revisión de los procedimientos de trabajo y comunicación de la NASA: durante todo el tiempo en que sus científicos estuvieron involucrados en el diseño y la preparación de la sonda, nadie se percató de que estaban trabajando con unidades diferentes.