El curioso lenguaje hortofrutícola en meteorología y las extrañas lluvias forteanas
En meteorología se hace referencia con relativa frecuencia a nombres de frutas y verduras, tales como coliflor, champiñones , naranjas o manzanas. Veremos en qué casos y circunstancias.
No es raro identificar una forma nubosa que nos llama la atención con algo que nos resulta conocido, como el perfil de una cara o la silueta de un animal. Nuestro cerebro hace esto de manera automática y no solo con las nubes. Es lo que se conoce como una pareidolia. No es extraño, por tanto, que al alzar la vista y mirar las nubes veamos que alguna de ella se parece, por ejemplo, a una pera, una zanahoria, aunque lo más común es que veamos una coliflor.
Esa es la forma que adopta la parte superior de las nubes cumuliformes, en particular las que tienen un mayor desarrollo vertical, como son el Cumulus congestus y el Cumulonimbus (nube de tormenta). El término en latín Cumulus significa montón y pila, y congestus, en el participio del verbo latino congénere que significa amontonar, apilar, acumular… Esa forma de coliflor es, por tanto, el resultado de una acumulación de protuberancias que generan a su vez las intensas corrientes de aire convectivas que ascienden por el interior de estas nubes.
La similitud de una coliflor y del tope de un cúmulo de gran desarrollo vertical no es una simple casualidad. En ambos casos estamos viendo el resultado de un proceso de crecimiento en la naturaleza, que sigue unos patrones parecidos. Las burbujas de aire caliente que al ascender y enfriarse van dando forma a las formas globulares de los cúmulos son equivalentes a los procesos que, a lo largo de varias semanas generan la formación y el posterior crecimiento de la pella o piña de la coliflor.
Champiñones, guisantes, avellanas y naranjas
No abandonamos los cúmulos y los cumulonimbos, ya que estas nubes de desarrollo vertical presentan un crecimiento que podemos calificar de explosivo. Lo que comienza siendo un pequeño cúmulo puede evolucionar en poco más dos o tres horas a una nube de tormenta de grandes dimensiones. En las imágenes infrarrojas de satélite, identificamos su formación al momento, ya que sobre un terreno oscuro (suelo caliente) van surgiendo zonas circulares de color blanco intenso (topes fríos) que se ensanchan con rapidez. Esa evolución recuerda el crecimiento a cámara rápida de los champiñones.
En el interior de esas gigantescas nubes tormentosas se forman granizos. Cuanto más altitud (espesor) alcancen los topes de los cumulonimbos, mayor tamaño lograrán alcanzar los citados granizos en su seno y más probabilidades habrá de que lleguen como tales a la superficie terrestre.
Las tormentas fuertes suelen dar lugar a granizadas. El tamaño de los granizos es muy variable. Si su diámetro es inferior a 2 cm, no suele causar daño, aunque hay granizadas muy intensas con una alta densidad de granizos de pequeño calibre que pueden ocasionar problemas.
Lo granizos que superan esos 2 cm empiezan a ser peligrosos. Para documentar el tamaño que tienen al caer (cuando son recogidos del suelo) se les suele comparar con elementos comunes que sirvan de referencia. Es aquí donde entra en escena el lenguaje hortofrutícola. Se suelen comparar los granizos con los guisantes (1 cm), avellanas (2 cm), ciruelas (7 cm) o naranjas (8-9 cm).
También es habitual usar como referencia las monedas de uno y dos euros, o las pelotas de ping pong, tenis o beisbol. El pedrisco de gran tamaño, aparte de la forma esférica, presenta en ocasiones formas amorfas, con elementos picudos, fruto de los violentos choques y fusiones entre granizos en el interior del cumulonimbo.
Lluvias de manzanas
Si alguien le dice que ha visto llover manzanas del cielo, su primera reacción será seguramente de incredulidad. Lo cierto es que por increíble que pueda parecer a primera vista, hay documentadas no solo lluvias de manzanas sino de otras muchas cosas, algunas de ellas ciertamente extrañas. Quizás tenga alguna referencia de lluvias de ranas o peces. Aun siendo también lluvias raras, son algo más comunes que las de manzanas.
A estas lluvias raras que se salen de lo común se las conoce también como lluvias forteanas. El nombre alude a Charles Fort (1874-1932), un singular personaje que vivió a caballo entre los siglos XIX y XX que dedicó una gran parte de su vida a recopilar informaciones en las que se documentaban lluvias raras, inexplicables, ocurridas por cualquier lugar del mundo. Recopiló miles de ellas. Algunas eran de manzanas.
Una de las últimas conocidas, que salió publicada en la prensa, ocurrió en Inglaterra el 12 de diciembre de 2011. Aquel día en Coventry –localidad cercana a Birmingham– cayeron del orden de un centenar de manzanas, para sorpresa de algunos transeúntes, que asistieron atónicos a aquel singular chaparrón.
La explicación de la mayoría de estas lluvias raras suele ser el paso de un tornado, con capacidad de succionar, por ejemplo, parte del agua de un pantano, con ranas y/o peces incluidos, manteniéndolos en el aire y desplazándolos varios kilómetros de distancia antes de precipitar.
La causa de la lluvia de manzanas de Coventry debió de ser otra, ya que desde la Met Office (el Servicio Meteorológico británico) indicaron que ese día no había tornados por la zona. Si bien muchas de las lluvias raras que hay documentadas se han podido explicar gracias a la presencia de tornados o tormentas, que igualmente pudieron provocar un efecto de succión, debido a la generación de intensos ascensos de aire, las hay también que, por falta de datos, no se conoce su causa.