"Más ... que nunca". Contrasta y rellena, no tires de memoria meteorológica
Tenemos una mala memoria meteorológica, ya que olvidamos rápido episodios meteorológicos del pasado similares a los que vivimos en el presente. También es común magnificar nevadas, tormentas... y en algunos casos hacerlo de forma deliberada.
Siempre se ha dicho que la memoria meteorológica es mala. Los recuerdos que el devenir atmosférico va dejándonos a lo largo de nuestra vida incluyen algunos episodios que se nos han quedado grabados a fuego en nuestra memoria (como una fuerte tormenta en la montaña, una nevada como la ocurrida al paso de Filomena, el desbordamiento del río…).
Cada cierto tiempo recordamos alguna de esas situaciones, reconstruyendo con todo detalle lo que aconteció y vivimos en primera persona aquel día y en aquel lugar, pero esa vivencia no siempre se corresponde con algo excepcional desde el punto de vista meteorológico, aunque esa sea nuestra percepción.
Preguntado hace años (en 2010) por una periodista sobre la memoria “histórica” en Meteorología, comentaba el catedrático de Física de la Universidad Complutense –Presidente de AEMET en aquel momento– Ricardo García Herrera, que en un estudio llevado a cabo en EEUU se indicaba que la memoria colectiva de los grandes huracanes no permanece más allá de los siete años. Y añadía que “la memoria es muy frágil, no podemos querer contrastar las evidencias que nos dan nuestras redes de instrumentación, los datos paleoclimáticos, etc. con una percepción. Nunca ha habido más información sobre meteorología que ahora y eso hace que nuestra percepción cambie, y que pensemos que ahora pasan cosas que antes no pasaban”.
Tendencia natural a la exageración
Lo cierto es que tendemos a exagerar las cosas, tanto dentro como fuera del ámbito meteorológico. Es archiconocido el ejemplo de la descripción del tamaño (exageradamente grande) del pez que supuestamente capturó el pescador, para despertar la envidia o el asombro entre quienes escuchan el relato. Ocurre algo parecido con las medidas según la “regla del dedo gordo” (a ojímetro) del espesor de la nieve caída en un determinado lugar. Encontramos personas que exageran deliberadamente (para ganar protagonismo) y en vez de indicar que se acumularon 4 dedos hablan de un palmo, o en lugar de contar que la nieve les llegaba hasta la rodilla, hacen alusión a la cintura.
En otras ocasiones con las nevadas no hay una intencionalidad en exagerar, pero sobreestimamos la magnitud del espesor de la capa de nieve. Ocurre por ejemplo al recordar las nevadas que vivimos en la infancia, en lugares donde nieva en contadas ocasiones.
Si un día de colegio una nevada cubrió todo de blanco y nos enzarzamos en una batalla de bolas de nieve, ese recuerdo nunca lo olvidaremos y seguramente en nuestra reconstrucción mental de la escena veremos mucha más nieve en el suelo de la que realmente cayó. Además, éramos niños, de baja estatura, lo que refuerza el falso recuerdo de que asistimos a una “gran nevada” cuando los datos meteorológicos, en muchos casos, certifican que fue de las normalitas.
Exageraciones y distorsiones de la realidad meteorológica aparte, lo cierto es que cuando nos toca de lleno un episodio meteorológico violento, como un fuerte aguacero que nos cala hasta los huesos, un viento huracanado que casi nos tira al suelo, o un violento pedrisco) el primer pensamiento que nos viene a la cabeza es que nunca antes vimos algo parecido. Si bien en algunas ocasiones esto puede ser así, la mayoría de las veces no lo es, ya que aflora en nosotros la mala memoria meteorológica.
Probablemente son tantas las vivencias meteorológicas que vivimos a lo largo de nuestra vida, que los recuerdos se difuminan y, con frecuencia olvidamos que la última tormenta que nos sobrecogió fue similar a otras muchas que también nos metió el miedo en el cuerpo.
La mala memoria deliberada. Los bulos del calor
El calentamiento global en el que estamos inmersos ha propiciado exageraciones tendenciosas, desinformaciones y bulos en torno al calor extremo. La subida de las temperaturas está tomando carrerilla, lo que propicia que se batan con frecuencia récords de temperaturas altas, tanto máximas diurnas como mínimas nocturnas. A pesar de ello, es habitual encontrar registros de magnitud similar de hace décadas, lo que es usado por algunas personas para argumentar falazmente el manido “siempre ha hecho calor”.
Se ponen en circulación datos no oficiales, de dudosa veracidad, de manera similar a los valores que vemos en verano en los termómetros callejeros, que sabemos que sobrestiman (y no poco) la temperatura real del aire. Sigue siendo una práctica habitual de muchos medios de comunicación dar por buenos esos valores inflados, tan impactantes, de 50 ºC o más, que marcan a veces durante la canícula algunos termómetros urbanos bajo un sol de justicia y sobre el ardiente asfalto. En estos casos no estamos ante un ejemplo de mala memoria meteorológica, sino de malas prácticas.