Almanaques con historia, como el Calendario Zaragozano
Los almanaques son una especie de cajón de sastre donde tienen cabida infinidad de datos e informaciones muy diversas. Los pronósticos del tiempo a largo plazo son uno de sus productos estrella, como en el "Calendario Zaragozano". En este post recorremos la historia de estas publicaciones.
El interés por todo lo que acontece en el cielo (los cambios de tiempo, las particularidades del clima, el movimiento de los astros…) viene de muy antiguo. Pronto se despertó el interés por recopilar en forma escrita la información y los conocimientos astrológicos y meteorológicos que se iban adquiriendo. Fue cuestión de tiempo pasar de inscripciones en piedra y madera a otros soportes como el papiro y el papel, lo que facilitó la difusión de estos saberes.
Pronto empezaron a surgir los llamados almanaques, que recogían informaciones diversas para todos los días del año entrante, tales como las fechas de las fases lunares, el inicio de las estaciones, el santoral, calendario de tareas agrícolas y pronósticos del tiempo a largo plazo muy atrevidos –a la par que demandados–, basados en métodos astrológicos cuestionables desde el punto de vista científico.
La palabra “almanaque” tiene su origen en la expresión árabe al-manākh, que traducimos como “el clima”. La razón por la que tanto en los citados almanaques como en anuarios, lunarios y calendarios meteorológicos de corte similar encontremos datos astronómicos (astrológicos), está ligada con el hecho de que en la antigüedad lo que ocurría en el firmamento no se consideraba ajeno a lo que acontecía en la atmósfera; a los fenómenos meteorológicos y al comportamiento del clima. La astrología convivía con la meteorología y, por añadidura, la climatología. Ello hace de los almanaques una especie de cajón de sastre, donde tienen cabida infinidad de datos e informaciones muy diversas, útiles para un amplio espectro de la población.
De los primeros almanaques a los piscator
Los primeros almanaques comenzaron a circular por Europa en el siglo XII, si bien por aquel entonces eran muy pocas las personas que tenían acceso a ellos. Esto empezó a cambiar a partir del siglo XV, gracias a la invención de la imprenta. Las tiradas cada vez mayores permitieron el acceso a ellos de un porcentaje cada vez mayor de la población, despertándose el interés general por los vaticinios de toda clase y condición –no solo meteorológicos–, incluidos en este tipo de publicaciones.
En España, el primer “almanaque” publicado bajo tal denominación vio la luz en 1496; se trata del Almanach Perpetuum de Abraham Zacuto, un astrólogo judío salmantino, que vivía refugiado en Portugal, tras la orden de expulsión de los judíos dictada por los Reyes Católicos en 1492.
En el siglo XVII, cobró gran fama un astrólogo italiano que bajo el apodo de “Gran Piscatore Sarrabal de Milán” publica un almanaque con sus pronósticos del tiempo y efemérides astronómicas. Tal fue su éxito, que se empezaron a publicar ediciones traducidas en distintos países europeos, incluido España, donde aparece por primera vez en 1698. El tirón de la publicación hizo que surgieran almanaques parecidos, con mayor o menor fortuna.
Uno de los que triunfó es el que, a partir de 1718 (bajo el título inicial de “Ramillete de los astros”) comenzó a publicar en Salamanca Diego de Torres Villarroel (1694-1770). Este curioso personaje (escritor, editor, médico y matemático) se convirtió en todo un fenómeno social y cultural de la época, gracias a su almanaque, que pasaría a la posteridad como el “Gran Piscator de Salamanca”.
El almanaque del pobre Richard
Antes de seguir avanzando por la historia de los almanaques en España y llegar al famoso “Calendario Zaragozano”, daremos un salto al otro lado del Atlántico, ya que el recorrido que estamos haciendo quedaría incompleto sin una referencia al popular “Almanaque del pobre Richard”, que durante veinticinco años publicó el polifacético Benjamin Franklin (1706-1790), cuyas aportaciones a la Meteorología destacábamos recientemente. El personaje al que hace referencia el título de la publicación es Richard Saunders, que fue el pseudónimo adoptado por Franklin, siendo a su vez el nombre del autor de un conocido almanaque londinense del siglo XVII.
El primer almanaque de Franklin fue el correspondiente al año 1732 y el último el de 1758. Fue una publicación de referencia entre los colonos que en aquella época llegaban a las colonias británicas de Norteamérica, y que poco a poco fueron “conquistando” el Oeste. Los contenidos iban mucho más allá de ofrecer efemérides o pronósticos del tiempo e indicaciones sobre el clima de aquel territorio; Franklin también ofrecía consejos para el hogar, indicaciones sobre las tareas agrícolas, refranero, datos demográficos y entretenimientos como juegos de palabras o rompecabezas. Fue todo un éxito de ventas de la época, llegando a alcanzar una tirada de 10.000 ejemplares.
Los calendarios zaragozanos
El éxito también llamó a la puerta del “célebre astrónomo” Mariano Castillo y Ocsiero (1821-1875), quien a pesar de ser así reconocido, no llegó a cursar estudios de Astronomía. Sus conocimientos le llegaron a través de libros de esa disciplina científica, si bien nunca desveló el método que usaba –basado principalmente en los ciclos lunares– para confeccionar las predicciones del tiempo de su célebre “Calendario Zaragozano”. Lo que sí que tuvo D. Mariano fue muy buena vista comercial. La jugada le salió redonda.
Si hacemos caso al dato que aparece en la portada del actual Zaragozano (la publicación sigue todavía publicándose), fue fundado en 1840; sin embargo, sabemos que no fue hasta 1861 o 1862 cuando apareció por primera vez. A finales del siglo XIX llegó a vender más de un millón de ejemplares. Fue tal el éxito, que no faltaron los imitadores que incorporaron a sus almanaques el distintivo “Zaragozano”, para aprovechar el tirón.
Encontramos, por ejemplo, un falso Calendario Zaragozano firmado por el “Copérnico español” (así rezaba en la portada) Don Francisco Hernández. El “Calendario Zaragozano” compitió durante la segunda mitad el siglo XIX con el “Almanaque histórico, profético, literario y popular”, editado en Barcelona y también, duramente (enzarzándose los dos autores en más de una ocasión), con el Calendario de Joaquín Yagüe y su pronóstico para el año entrante.