Si tienes estos apellidos, seguramente desciendas del antiguo Imperio Romano
La huella de Roma en España no sólo está patente en magníficos anfiteatros, acueductos o puentes. Algunos apellidos demuestran la descendencia de linajes familiares de un imperio que pervivió en la Península Ibérica durante siete siglos.
Los apellidos definen nuestra identidad personal, aunque, como en el caso de García, el más común en nuestro país, lo compartan hasta un millón y medio de españoles y españolas.
Se trata de una tradición cultural que nos conecta con nuestros ancestros, ya sea por motivos patronímicos, ocupacionales, descriptivos o relativos al lugar de origen de un concreto linaje familiar.
Además, en España, los apellidos también dan cuenta de los diferentes pueblos y culturas que convivieron en la península ibérica durante varios siglos. Entre ellos, el Imperio Romano.
Aunque la mayoría de los apellidos españoles no tienen un origen directo en el Imperio Romano, ya que su adopción generalizada en la Península Ibérica ocurrió durante la Edad Media, investigadores en onomástica han encontrado conexiones históricas con la presencia romana en la región.
Así era la onomástica romana
Resumidamente, porque es un tema complejo, al igual que en la actualidad, el sistema de identificación de los ciudadanos romanos, denominado tria nomina, estaba compuesto por tres nombres: un praenomen o nombre de pila; un nomen, que indicaba la pertenencia a la gens o gentilicio; y un cognonem, correspondiente a alguna característica concreta de quien lo llevaba o de alguno de sus antepasados, y que se volvió hereditario por vía paterna.
Veámoslo con un ejemplo: Marco Tulio Cicerón. Este importante político, filósofo, escritor y orador de la República romana, se llamaba Marco, pertenecía a la gens Tulia (un conjunto de familias de la Antigua Roma) y alguno de sus antepasados era conocido por algún tipo de verruga que parecía una legumbre (cicer es garbanzo en latín).
Esto sólo en el caso de los varones de edad adulta, y de clase noble. En las ciudadanas romanas, el nomen correspondía al nombre familiar en femenino, y el cognomen solía limitarse al orden de nacimiento (Prima, Secunda, Tertia…), aunque también podía heredar el cognomen del padre en femenino.
El esclavo tenía un solo nombre seguido de la denominación de su dueño en genitivo y de la palabra servus. Cuando se transfería de un dueño a otro, al esclavo se le añadía un segundo nombre: el del anterior dueño, acabado en – anus.
Por su parte, los libertos (antiguos esclavos liberados de su servidumbre y convertidos en ciudadanos libres), también usaban la tria nomina. El praenomen y el nomen eran el de su antiguo amo, y el cognomen correspondía a su antiguo nombre de esclavo.
El origen de los apellidos españoles
Con el final del Imperio Romano la tria nomina dejó de utilizarse. Entonces, en el territorio de la Península Ibérica las personas se identificaban principalmente por un solo nombre, a menudo de origen germánico, como Rodrigo, Fernando, Alfonso, Enrique o Gonzalo.
Con el tiempo, se empezaron a añadir descriptores adicionales para distinguir a las personas con nombres similares. No fue hasta el siglo XII, en plena Baja Edad Media, cuando empezó a extenderse el uso de apellidos, primero por parte de los nobles y, a continuación, por el resto de la población.
En Castilla, se empezaron a utilizar apodos, nombres de lugares de origen (topónimos) como forma de identificación adicional. Por ejemplo, un individuo podría ser llamado "Juan de Villena" (Juan, proveniente de la localidad de Villena).
El oficio y la ocupación también eran utilizados para identificar a las personas, y constituyen el origen de muchos apellidos españoles. Es el caso de Barbero, Caballero, Caminero, Conde, Escudero, Herrero, Hidalgo, Jurado, Pastor, Vaquero o Verdugo.
Del mismo modo, comenzaron a utilizar los patronímicos, apellidos formados sobre el nombre del padre, a los que se añadía el sufijo –ez. Por ejemplo, Rodrigo Fernández (hijo de Fernando). Sin embargo, en un primer momento, este tipo de apellidos no eran hereditarios. Si esta misma persona, a su vez, tenía un descendiente, este se apellidaría Rodríguez (hijo de Rodrigo).
Con el tiempo, se desarrolló la herencia patrilineal como norma en la transmisión de apellidos en la cultura castellana. El apellido del padre solía pasar al hijo, luego a los nietos, y así se formaron los linajes familiares.
Ya en el siglo XIII, la promulgación de las Siete Partidas, un cuerpo normativo redactado en Castilla durante el reinado de Alfonso X (1221-1284) para lograr una cierta uniformidad jurídica del reino, incluyó disposiciones sobre la transmisión de apellidos y la herencia.
Apellidos de tradición romana
Como hemos visto, aunque la transmisión de apellidos y su significado a lo largo de los siglos ha experimentado cambios y adaptaciones, algunos de la época romana estuvieron tan arraigados en Hispania, que persisten en el uso actual y revelan la ascendencia de sus poseedores de los antiguos romanos. Algunos de estos apellidos de tradición romana son los siguientes.
- Acosta: algunas genealogistas consideran que procede de una familia romana asentada en Hispania.
- Armenteros: del latín armentum, “rebaño”.
- Aznar: de asinarius, “el que cría o cuida asnos”.
- Campoy: de campanus, gentilicio latino que hace referencia a la Campania, región de Italia.
- Expósito: deriva del latín ex positus (“puesto afuera”), y hace referencia a la decisión del pater familias de no reconocer a los hijos de su esposa.
- Félix: de felix , que significa “feliz o afortunado”.
- Galiano: los historiadores sostienen que procede del emperador romano Galiano (Gallieno). Tras su muerte, sus familiares habrían tomado su nombre para su apellido, fundando así este linaje.
- Luciano: proviene de lucius , que originalmente significaba "luz".
- Martín: forma derivada de “Marte” (en latín, Mārs, Martis ), dios romano de la guerra. Significa “guerrero o belicoso”.
- Orellana: derivado de aureliana, referido a la propiedad de Aurelius.
- Romay: algunos expertos afirman que proviene del término romanus, “romano”.