Alergia en primavera: ¿nos protegerán las mascarillas?
En esta época del año las personas alérgicas ya empiezan a notar la presencia del polen en el ambiente. Al igual que en 2020, las mascarillas pueden ser nuestras aliadas, pero no todas sirven.
Estamos a punto de despedir el mes de febrero y muchas personas a nuestro alrededor ya están sufriendo el martirio anual de las alergias. Algunas bromean sobre si han cogido un resfriado o se habrán contagiado del coronavirus, pero el alérgico conoce perfectamente sus síntomas y los ojos hinchados y la mucosidad son la mejor prueba de que la primavera se acerca.
Tras un largo otoño e invierno, las temperaturas empiezan a ser cada día más altas y aumentan las horas de luz. Plantas y árboles se activan para una nueva época de reproducción y el polen empieza a campar a sus anchas por el aire. Muchos piensan que esto ocurre en marzo y en abril, pero estas semanas ya tenemos, por ejemplo, la incidencia polínica del ciprés por las nubes en algunas regiones del país.
Para luchar contra la extensión del coronavirus, el uso de la mascarilla es obligatorio. Aunque molesta, nos protege de contagiarnos el virus unos a otros. En cambio, vemos que los alérgicos siguen sufriendo los mismos síntomas que otros años. ¿Acaso las mascarillas no sirven para protegernos del polen?
Las mascarillas adecuadas
Desde que usamos las mascarillas ha bajado en picado el número de personas que sufren gripes y catarros. Ambos se transmiten por el aire y desde el año pasado nuestra precaución ante el COVID nos ha protegido, además, de otras enfermedades infecciosas. ¿Pero qué ocurre con la alergia? ¿Por qué no son tan efectivas?
En realidad, las mascarillas que más usamos, las quirúrgicas, son efectivas para retener el polen. Estas mascarillas cortan el paso de partículas superiores a las 2 micras, y las partículas del polen tienen un tamaño que puede ir en general desde las 20 a las 50 micras. ¿Dónde está el problema entonces? El tejido de la mascarilla es efectivo, pero deja espacios en los laterales y cerca de la nariz, por lo que el polen puede acceder igualmente a nuestras vías respiratorias.
Una solución pasa por usar mascarillas que tapen más la boca y la nariz, como las FFP2. En este caso, incluso, el tejido filtra partículas aún más pequeñas, superiores a las 0,3 micras, pero es que además se adaptan mucho mejor a nuestra cara, evitando la entrada de polen por los laterales si se usa correctamente el trozo metálico en la nariz.
Hay que tener en cuenta también que una vez en casa, si abrimos las ventanas para ventilar, el polen podrá entrar. Como en casa todos vamos sin mascarilla, los alérgicos quedarán desprotegidos otra vez ante la presencia del polen.
¿Más o menos polen por el confinamiento?
El hecho de que otra vez este año la movilidad esté más restringida por el confinamiento tiene algunas implicaciones en la naturaleza. El teletrabajo o la reducción drástica de aviones volando están haciendo que se emitan menos toneladas de CO2 a la atmósfera. ¿Qué ocurre con las alergias?
Es difícil poder afirmar si el confinamiento hace que las concentraciones de polen aumenten o disminuyan respecto a otros años. Hay una variable, la meteorológica, que pesa demasiado. La lluvia, por ejemplo, hace bajar los índices de polen. El viento, en cambio, la aumenta. Y dependiendo de cómo se comporten borrascas, frentes y anticiclones, aumentará o disminuirá su incidencia.
Lo que sí podemos afirmar es que las alergias empeoran con la contaminación, y al haber menos contaminación en nuestras ciudades que en años anteriores, podemos respirar un poco más tranquilos. Pero esto dependerá también de la meteorología. Si viene un anticiclón y retiene el aire de las ciudades, estaremos en las mismas que otros años.