Precio de la luz: Filomena, la tormenta Uri y el temor a que "vuelvan"
Si de algo se está hablando en estas últimas semanas, más allá del coronavirus y el volcán de La Palma, es del precio de la luz que está en máximos históricos. Esto tiene un trasfondo grande, pero la versión oficial achaca al tiempo extremo una parte de este encarecimiento galopante. Dentro de este pastel, la porción del gas ahora es la más exquisita, al ser fundamental en el sector energético europeo, ese que tantos quebraderos de cabeza está generando. Y porque este recurso anda inmerso en una profunda crisis internacional.
Parte de la subida en la factura se debe al déficit de gas, cuyo precio se ha multiplicado desde comienzos de año. Además de las posiciones estratégicas o quizás la falta de planificación, los eventos meteorológicos adversos han influido en esta alza.
La primera mitad de este año congregó numerosos episodios de alto impacto en todo el globo, algunos con récords estrepitosos relacionados con el frío, algo que puede llegar a resultar una paradoja en el actual cambio climático. La Agencia Internacional de la Energía en su último informe achaca los precios altísimos a una “climatología extrema” -digamos aquí mejor meteorología-, marcada por los temporales de nieve y hielo, así como por cortes de suministro no planificados.
Enero trajo una ola de frío extrema al noreste de Asia que, junto a la disponibilidad reducida de gas natural licuado, provocó la escasez de combustible. En la primera semana del año, muchas ciudades chinas, entre ellas Pekín, registraron temperaturas cercanas a los -20 ºC. Casi a la vez, llegó el frío con la borrasca Filomena al suroeste de Europa, así como la tormenta invernal Uri a América del Norte, que conllevaron un aumento de la demanda de electricidad hasta el punto de producir cortes de energía en zonas de Estados Unidos y México, algunos debido a pozos congelados.
Después cayeron los mercados energéticos basados en la energía hidroeléctrica, como Brasil, California o Turquía, al enfrentarse a graves sequías. Esto supuso allí una mayor dependencia de la generación de energía a través del gas.
¿Cómo se produjo ese frío en pleno calentamiento global?
A finales de febrero, José Miguel Viñas habló de un tal calentamiento súbito estratosférico (CSE) que se inició a finales de 2020 en el Ártico. Este fenómeno suele desembocar en un chorro polar muy ondulado, que forma grandes vaguadas con aire frío y borrascas, pero también dorsales que provocan todo lo contrario.
En España fuimos testigos de ese toma y daca con semanas de temperaturas realmente bajas, frente a otras que trajeron un ambiente primaveral en pleno invierno, como a finales de febrero. Cada vez más estudios vinculan los CSE con las anomalías positivas de temperaturas que presenta el planeta. El tiempo extremo está estrechamente vinculado con el calentamiento global, tendiendo a predominar los eventos de calor por encima de los que traen frío, porque estos últimos no desaparecerán.
Muchos de los países afectados por las mencionadas olas de frío y sequías a día de hoy presentan reservas de gas inferiores a la media, como es el caso del conjunto de Europa, donde son un 16% inferiores a los cinco años anteriores. Esto obliga a llenar depósitos en plena crisis de gas y a pagar mucho por necesidad, ante la inminente temporada invernal.
¿Y este invierno qué?
En los próximos meses fríos será necesario poner la calefacción, que supondrá un consumo mayor o menor dependiendo de lo crudo que sea el invierno. Los países europeos están buscando a toda prisa las reservas necesarias de gas para que no se produzca un desabastecimiento, que ahora parece poco probable, pero no un escenario utópico. Ya hay compañías mirando las previsiones estacionales y se han publicado ciertas informaciones sobre el posible carácter más frío de la estación invernal.
De momento, nuestro modelo de referencia anticipa un trimestre de diciembre, enero y febrero con temperaturas y precipitaciones en torno a la media. Solo podría llover menos de lo normal en el noroeste peninsular, quizás debido a un predominio de las altas presiones en el centro y norte de Europa. Esto podría suponer pocas borrascas atlánticas, menos viento de lo habitual y así un déficit en la producción de energía eólica. Aunque todo esto aún es mucho suponer.