¿Por qué se puede predecir el tiempo pero no los terremotos?
Aunque terremotos tan mortíferos como los que han devastado el sureste de Turquía y el norte de Siria no se pueden prever, sí sabemos con antelación que se han producido en una zona de alto riesgo sísmico.
Cada año mueren en el mundo un número variable de miles de personas como consecuencia de los desastres naturales, entre los que se encuentran los terremotos. Estamos todavía en estado de shock por las devastadoras y mortíferas consecuencias que han tenido un par de ellos muy fuertes (de magnitudes 7,8 y 7,5 en la escala de Richter) ocurridos durante la madrugada de ayer lunes (6 de febrero de 2023) en el sureste de Turquía y el norte de Siria.
El colapso de miles de edificios ha provocado la muerte de miles de personas. Las últimas informaciones sitúan la cifra en torno a 5.000. Aunque se está trabajando contrarreloj para localizar supervivientes bajo las montañas de escombros, lamentablemente el número de víctimas mortales crecerá de forma significativa con el avance de las horas y los días. Una catástrofe humana de estas dimensiones genera una gran impotencia y también muchas preguntas como esta: ¿Por qué se puede predecir el tiempo, pero no los terremotos?
El factor crítico de las observaciones
Cuando la Meteorología empezaba a sentar sus bases como disciplina científica, impulsada por las observaciones sistemáticas de variables como la presión, la temperatura, la humedad del aire o el viento, entre otras, la complejidad del medio atmosférico invitaba a pensar que no seríamos capaces de predecir el tiempo como lo hacemos ahora. En 1846 el prestigioso físico y matemático François Arago opinaba que la predicción meteorológica era poco menos que imposible.
Esa visión comenzó a cambiar en la segunda mitad del siglo XIX, debido a que se disponía cada vez de más observaciones meteorológicas por todo el mundo, y de forma definitiva en el siglo XX, gracias al desarrollo de la predicción numérica, concebida teóricamente por Vilhem Bjerknes, ejecutada por primera vez por Lewis Fry Richardson (realizando los cálculos a mano) y posteriormente con los ordenadores, cuya creciente capacidad de cálculo ha permitido el espectacular desarrollo que ha tenido y sigue teniendo la predicción del tiempo.
Predecir los terremotos tiene a día de hoy una limitación de momento insalvable. Mientras que disponemos cada día de millones de datos de la atmósfera, integrados gracias al Sistema de Observación Global (véase la figura anexa), no ocurre lo mismo bajo nuestros pies, en la corteza terrestre. La única información que disponemos de su dinámica interna es indirecta, a través de las ondas que se propagan por ese medio y que detectamos gracias a los sismógrafos.
La ausencia de una red de observación del interior de la corteza terrestre análoga a la que tenemos de la atmósfera es debida principalmente a que no disponemos de la tecnología necesaria para instalar una red de sensores que tomaran datos en tiempo real de las entrañas de la Tierra, lo que permitiría monitorizar los movimientos telúricos internos, desencadenantes de la liberación de energía que da lugar a los terremotos. Si dispusiéramos de esa red de observación, la predicción de sismos como los de Anatolia con varios días de antelación sería una realidad, tal y como lo es la predicción meteorológica. Se salvarían miles de vidas.
La probabilidad del riesgo sísmico
Aunque de momento no podemos anticipar en qué momento y en qué lugar de la Tierra se producirá un terremoto, sí que disponemos del conocimiento suficiente sobre el comportamiento de la corteza terrestre (estructura y dinámica de la tectónica de placas) para poder diseñar mapas de riesgo sísmico, asignando probabilidades de ocurrencia de un terremoto de una determinada magnitud en un punto del mapa.
Nadie pudo anticipar el pasado domingo o los días anteriores, que la madrugada del lunes temblaría la tierra con la violencia que lo ha hecho, en el sureste de Turquía y el norte de Siria, con las terribles consecuencias que estamos viendo. Lo que sí que sabíamos es que la falla en la que se han producido el par de devastadores terremotos y sus potentes réplicas es una de las zonas de mayor riesgo sísmico del mundo, con un largo historial de grandes terremotos.
Ante esto y ante la imposibilidad, de momento, de ser capaces de predecir los terremotos, los mayores esfuerzos deben focalizarse en la prevención, cambiando en esos lugares las normas técnicas de edificación e invirtiendo en campañas de educación ciudadana, para estar lo mejor preparados posibles ante los terremotos que se produzcan en el futuro.