Por qué algunos tardamos una semana en adaptarnos al horario de invierno

El cambio al horario de invierno afecta más a unas personas que a otras, pero, en cualquier caso, las consecuencias son siempre transitorias y no dejan secuelas.

Cambio al horario de invierno
Conviene tomar medidas que faciliten una adaptación gradual al cambio al horario de invierno, sobre todo para quienes son más vulnerables

Adoptado en España en el año 1918, el cambio de hora es una medida con la que ya cuentan numerosos países por todo el mundo. En el caso de nuestro país, el ajuste de hora tiene lugar dos veces al año: en marzo, cuando se introduce el horario de verano, y en octubre, cuando se regresa al horario de invierno.

El objetivo principal de esta modificación estacional es reducir el consumo energético, aprovechando mejor las horas de luz natural y disminuyendo así la dependencia de la electricidad. Sin embargo, este cambio tiene repercusiones importantes en la salud y el bienestar, afectando los ritmos internos de las personas y alterando su descanso.

El ajuste de hora tiene lugar dos veces al año: en marzo, cuando se introduce el horario de verano, y en octubre, cuando se regresa al horario de invierno.

A pesar de los beneficios energéticos, el cambio de hora sigue siendo una medida que genera debate y puntos de vista opuestos. Aunque las opiniones están divididas, no buscaremos avivar la discusión, sino entender por qué el proceso de adaptación al horario de invierno puede extenderse para algunos hasta una semana.

¿Cómo nos afecta el cambio al horario de invierno?

El ajuste al horario de invierno puede influir de forma notable en nuestra salud y calidad de vida. Este cambio afecta los ritmos circadianos, los cuales son responsables de regular el ciclo de sueño y vigilia de nuestro organismo.

Además de provocar somnolencia, muchas personas jóvenes y saludables pueden sentir fatiga, leves episodios de confusión, menor concentración o falta de energía. En el caso de las personas mayores, o quienes sufren trastornos neurológicos, los efectos pueden ser aún más intensos.

Si bien no todo el mundo tiene problemas para adaptarse al horario de invierno, es común que el cuerpo tarde de uno a cinco días en ajustar su reloj interno a la nueva rutina. Aquellas personas que, debido a la edad o a ciertas condiciones de salud, necesitan un descanso de calidad para sentirse bien al día siguiente suelen verse más afectadas por el cambio de horario.

Consejos para superar el cambio al horario de invierno

Tomar medidas que faciliten una adaptación gradual al cambio de hora resulta esencial, especialmente para quienes son más vulnerables, ya que este proceso contribuye a un ajuste más saludable y llevadero para todos.

  • Para facilitar la adaptación al cambio horario, se recomienda dividir el ajuste de una hora en periodos más cortos. Un método eficaz es adelantar gradualmente las rutinas de sueño y alimentación unos 15 minutos cada día antes del cambio.
  • Reducir o evitar las siestas durante el día puede ayudar a sentir más sueño por la noche, lo que contribuye a un descanso reparador.
  • También es fundamental mantener horarios constantes para comer y dormir, al menos durante los primeros días de la transición, lo que ayuda a estabilizar el ritmo corporal.
  • Finalmente, es aconsejable ajustar el reloj antes de ir a la cama, de manera que despertemos ya en sintonía con el nuevo horario.

Y ahora lo que no se debe hacer tras el cambio horario...

  • No es recomendable recurrir a medicamentos o remedios naturales para facilitar la adaptación al cambio horario de invierno, aunque pueda parecer una ayuda efectiva. Lo ideal es permitir que el cuerpo se ajuste de forma gradual y sin intervenciones externas.
  • Para la mayoría de las personas sanas, los efectos de este cambio suelen ser pasajeros y de baja intensidad, similares a la sensación de volver al trabajo un lunes tras un fin de semana con horarios más relajados.
  • A pesar de los desajustes iniciales que puede causar el cambio de hora, ajustarnos a los nuevos ciclos de luz natural favorece nuestro rendimiento a largo plazo, adaptando mejor nuestras actividades diarias con el entorno.