Más calor para la colección
La ola de calor de esta última semana de junio de 2019 se suma a las ocurridas en los últimos años, lo que obedece a la repetición de un patrón atmosférico, que se relaciona con el impacto del calentamiento global en el Ártico.
Cuando a raíz de la ola de calor del verano de 2003, se especuló con la posibilidad de que esos episodios de altas temperaturas aumentarían de frecuencia e intensidad como consecuencia del cambio climático, muchas personas mostraron incredulidad ante tal vaticinio, ya que no parecía razonable que algo tan extraordinario como aquella ola de calor extremo pudiera convertirse en la norma en lugar de la excepción. Dieciséis años después, el nuevo escenario climático ya no deja lugar a las dudas. Las olas de calor son cada vez más frecuentes, ya no solo tienen lugar en los meses centrales del verano, alcanzan una mayor magnitud y nos pillan cada vez más de lleno, con el consiguiente impacto en la población.
Desde hace varios días, los modelos numéricos de predicción anticipaban la irrupción de una ola de calor esta última semana de junio, que con el avance de los días, en cada nueva salida, se ha ido confirmando. Justamente este miércoles las altas temperaturas se empezarán a extender por muchos lugares de España y de otros países de Europa Occidental. En la Península Ibérica, quedarán pulverizados, casi seguro, un buen puñado de récords de temperaturas máximas para un mes de junio. También en Francia, donde andan muy preocupados ante la posibilidad de que se repita una ola de calor similar a la del año 2003, que disparó las tasas de mortalidad.
Las olas de calor, lo mismo que las de frío, no son algo nuevo, pero sí que resulta llamativo el protagonismo creciente que están experimentando las primeras, lo que parece encajar en el escenario de calentamiento global en el que estamos sumidos. Una de las cosas que lleva tiempo investigándose es la manera en la que la subida global de las temperaturas irá afectando a la circulación general de la atmósfera. Las observaciones parecen constatar que la magnitud que dicho calentamiento está experimentando en el Ártico, donde la pérdida de hielo es notable, está provocando que las ondas planetarias o de Rossby (por las que discurre el chorro polar) se ondulen más de la cuenta, lo que favorece las grandes incursiones de aire cálido de origen tropical hacia el norte, con las consiguientes olas de calor que estamos observando.
Hace algunos años, unos investigadores descubrieron un patrón atmosférico definido por una configuración de 7 ondas en el hemisferio norte, caracterizadas por su gran amplitud y estacionariedad. El fenómeno ha sido bautizado como Amplificación Cuasi Resonante (QRA por su sigla en inglés) y explica la razón por la que las corrientes en chorro presentan últimamente unos meandros tan grandes y casi estáticos, lo que propicia la ocurrencia de olas de calor de gran extensión, duración y magnitud como la actual. Varios estudios apuntan a que la frecuencia de los eventos QRA en la circulación atmosférica están aumentando, lo que certifica nuestra percepción de que tanto las olas de calor como los episodios con fenómenos meteorológicos extremos –que también acontecen con el mismo patrón– son más frecuentes.
Las proyecciones climáticas que apuntan a una mayor frecuencia de olas de calor parecen contar con el respaldo de los estudios recientes que apuntan a la recurrencia de los eventos QRA en verano, con las consecuencias que estamos viendo y sufriendo. A falta de conocer la magnitud final que alcance la actual ola de calor, los valores de temperatura que se alcancen, las zonas afectadas por las altas temperaturas y su impacto en la población, este episodio es un nuevo toque de atención sobre la rápida evolución que está teniendo el cambio climático y las dificultades de adaptación que conlleva.