El viento del 'diablo' o Santa Ana en el incendio de California
El fuego ya deja 42 víctimas y cerca de 50.000 hectáreas calcinadas en California. Se ha convertido en el incendio más mortífero de la historia del estado, y parte de culpa la tiene el viento del 'diablo'.
El jueves en el norte del estado de California brotó la primera llama del incendio más mortífero de su historia. Hoy, casi seis días después, el fuego ha calcinado cerca de 50.000 hectáreas que incluyen numerosos núcleos urbanos. Allí quedaron atrapados centenares de vecinos y ya son 42 las víctimas recuperadas según Kory Honea, el sheriff del condado de Butte. A esta hora los desaparecidos aún se cuentan por decenas.
Miles de bomberos trabajan para controlar el incendio que ha sido bautizado como Camp Fire. Este nombre pasará a la historia negra de Estados Unidos tras llevarse por delante una ciudad completa, la ‘vieja’ Paradise. “Los vientos eran extraordinarios y empujaban todo a través de las carreteras, que quedaron bloqueadas. La gente se quedó sin gasolina. Fue una acumulación de todo a la vez”, relató ayer Scott McLean, subjefe del Departamento Forestal de California, a New York Times.
Los vientos de la catástrofe
California tiene en general un clima de matiz mediterráneo que conlleva las mayores precipitaciones en otoño, tras un periodo estival cálido y seco. En ocasiones las lluvias tardan en extenderse por la costa oeste de Estados Unidos y la vegetación, entre octubre y noviembre, puede llegar a estar sujeta a un gran estrés hídrico. Si a esto le sumamos la llegada de los vientos de Santa Ana o del ‘diablo’, que son cíclicos y no suelen fallar a la cita, el riesgo de incendios pasa a ser extremo. Solo falta la chispa.
Los vientos de Santa Ana son de tipo föhn. Cuando aparecen arrastran una masa de aire seco que proviene de la Gran Cuenca, un conjunto de mesetas de clima árido que se disponen entre Sierra Nevada y las Montañas Rocosas. En su descenso hacia el litoral, de este a oeste, provocan índices de humedad menores del 10% y ráfagas en ocasiones huracanadas que inducen un ambiente cálido.
La temperatura aumenta por la compresión al bajar de altura, tal y como sucede con el poniente en el Mediterráneo o las suradas en el Cantábrico: las moléculas en las cercanías de la superficie tienen cada vez más aire por encima y están sometidas a mayor presión, así aumenta el rozamiento entre ellas y el calor.
Los riesgos de estos vientos existen con y sin incendios. Las rachas superiores a los 100 km/h pueden derribar mobiliario urbano y árboles. El problema viene cuando, además, aparece el fuego, porque las brasas se mueven rápidamente de un lado a otro extendiendo las llamas. En el incendio de Camp Fire se estima que el fuego ha llegado a desplazarse a 32 hectáreas por minuto.