Los rompeolas de Sorolla. Un motivo donostiarra recurrente
En los veranos que Joaquín Sorolla pasó en San Sebastián, durante sus últimos años, el artista pintó muchos cuadros y dibujos. Dedicó una serie de pinturas al rompeolas.
Una de las imágenes clásicas que suelen dejar los temporales cantábricos son las grandes olas rompiendo con violencia contra el muro del Paseo Nuevo de San Sebastián, lo que provoca enormes y fotogénicas paredes de agua, que más de una vez se desploman sobre los transeúntes, empapándolos e incluso tirándolos al suelo, a pesar de las advertencias para no transitar por allí cuando el mar está atemporalado y hay avisos de AEMET activados por el fuerte oleaje.
Los rompientes son, sin duda, un espectáculo visual de primera magnitud, que no pasó desapercibido al pintor valenciano Joaquín Sorolla (1863-1923), del que celebramos este año (2023) el primer centenario de su fallecimiento. Alcanzó fama universal gracias a sus maravillosas escenas de playa, pintadas en su amada tierra, con las que logró capturar en sus lienzos como ningún otro artista la luz del Mediterráneo.
Dotado de una técnica exquisita y autor muy prolífico, “el pintor de la luz” visitó con asiduidad el País Vasco, veraneando allí, en la costa, varios años a partir de 1910, tanto en Zarautz como en San Sebastián, donde llegó a pasar largas temporadas junto a su familia.
En esas estancias y en aquella época, Sorolla descubre una costa muy distinta a la valenciana, no solo por tener un estado del mar con frecuencia más agitado y una luz distinta. En la playa de la Concha las personas (un turismo de clases sociales altas) y las escenas poco o nada tienen que ver con las que retrató magistralmente en la playa del Cabanyal y en otras playas valencianas. En la costa vasca pintó muchos lienzos, acuarelas y dibujos, destacando algunas series como la que dedicó al rompeolas donostiarra.
La larga serie de pinturas del rompeolas
La citada serie consta de diecisiete cuadros, tanto del rompeolas con personas observando el espectáculo, como las vistas del mismo con el monte Ulía al fondo de San Sebastián y de vistas desde el rompeolas. Tenemos un primer ejemplo en el cuadro que encabeza este artículo, titulado “Rompeolas, San Sebastián”, pintado el verano de 1917 o 1918, en que residió en una villa situada en las faldas del monte Igueldo, en la carretera que va hacia el faro.
Esta pintura al óleo la podemos ver en el Museo Sorolla, en Madrid, y en ella podemos apreciar un tren de olas atravesando la bahía donostiarra, con crestas blancas por la espuma, resaltando la que se ha generado en el rompeolas. La escena se completa con un cielo gris amenazante, con los típicos nubarrones asociados a los temporales marítimos.
En el Museo Carmen Thyssen de Málaga puede contemplarse otro cuadro de la serie de los rompeolas de San Sebastián, pintado durante el verano de 1917. Cuatro personas están asomadas, junto al rompeolas, viendo una mar agitada en la bahía. Frente a ellos el citado monte Ulía ocupa una importante parte del cuadro, quedando el cielo restringido a una pequeña faja superior. Se trata de un cielo cubierto, de aspecto plomizo, en el que se aprecia cómo una parte de la base de la capa nubosa llega a cubrir parcialmente la cima del monte.
Otro cuadro que merece la pena un comentario es “Las olas de San Sebastián”, pintado en 1915, aprovechando una nueva estancia veraniega en el País Vasco y también por el Pirineo Navarro y Aragonés. Las olas a las que hace referencia el título de la obra son sus indiscutibles protagonistas. Un tren de ellas domina la escena, Una señora junto a una niña pequeña (su esposa Clotilde y una de sus hijas) las observan desde una barandilla, mientras que sopla un fuerte viento, lo que puede deducirse tanto por la disposición de ellas y sus vestidos, así como por los veleros que navegan contra él, contra viento y marea, enfrentándose a las olas.