Lluvia en áreas quemadas: un peligro silencioso
Tras un gran incendio, la lluvia supone una oportunidad de regeneración del bosque, pero a la vez, entraña unos riesgos que deben ser tenidos en cuenta.
En todo lo que llevamos de año se han quemado en España casi 75.000 hectáreas. Es una cantidad que cuesta imaginarse. Para que nos hagamos una idea de lo que representa, siempre se compara una hectárea, que es un cuadrado de 100 metros por cada lado, con aproximadamente el terreno que ocupa un campo de fútbol. Así, una superficie de 75.000 campos de fútbol ha ardido este año en nuestro país. Ahora sí parece mucho, ¿verdad?
Aún más llamativo es el número de incendios registrados. Según el Centro de Coordinación de la Información Nacional sobre Incendios Forestales, este año se han producido 9.483 incendios, de los cuales 6.277 afectaron menos de una hectárea. De esta manera, un total de 3.206 podríamos decir que han sido incendios considerables. Solo 13 fueron grandes incendios, considerados así los que superan las 500 hectáreas quemadas.
A cualquier persona a la que preguntaríamos vería la llegada de la lluvia como una gran noticia para un bosque que ha ardido, pero en realidad, también tiene peligros que no solo afectan a la zona quemada.
La escorrentía
Durante un incendio forestal, árboles, arbustos y casi toda la masa verde acaba calcinada. Caminar por un bosque quemado es caminar por un bosque que ha desaparecido. Aparte del desastre ambiental que esto supone, hay un peligro oculto que está provocado por la desaparición de la capa o cubierta vegetal que cubre el terreno.
El suelo queda completamente desprotegido y cuando vuelve la lluvia no hay nada que retenga el agua, que acaba circulando libremente por la superficie sin nada que la frene. Esto se llama escorrentía. Aquí viene, sin olvidar la gran pérdida de área verde, uno de los principales peligros, porque que el agua no quede retenida por la vegetación provoca una serie de consecuencias que precisamente hemos visto estos días en España.
Riesgo de inundaciones
Si en lugar de caer unas gotas sobre el bosque quemado cae una gran tormenta o lluvias persistentes, el terreno ya no frena el agua. El suelo se convierte en algo impermeable. Lo que cae del cielo baja rápidamente por las pendientes e inunda con más facilidad torrentes que van secos todo el año.
Puede parecer un hecho a no tener en cuenta, pero las zonas calcinadas son muchas, ocupan una gran cantidad de terreno y el riesgo de inundación en caso de fuertes lluvias es superior que en zonas no quemadas. En nuestro país hemos vivido en pocos días episodios de precipitaciones muy importantes y en estas zonas el riesgo de inundaciones ha sido más elevado. Además, el agua produce una erosión muy a tener en cuenta durante su recorrido al estar el terreno desprotegido.
Contaminación de las aguas
Tras un incendio, el suelo queda lleno de ceniza. Cuando llueve en grandes cantidades se puede producir lo que se vio la semana pasada en la zona de Beneixama, en la Comunidad Valenciana. Esa zona alicantina ardió en el mes de julio y se consumieron casi 900 hectáreas. Tras una fuerte tormenta, una mezcla de agua, lodo y ceniza bajaba por las calles de los pueblos inferiores y los torrentes. La imagen llamaba la atención porque no estamos acostumbrados a ver un río de agua gris.
Puede parecer que lo que bajaba acompañando el agua, tanto el barro como la ceniza, es algo natural, pero las aguas quedan contaminadas y se produce una contaminación tanto fluvial como marina. La flora y fauna de los ríos se ve afectada, así como la fauna marina, especialmente los moluscos.
La llegada de la lluvia siempre es una buena noticia, pero tras un incendio, puede llegar a ser muy perjudicial y sus consecuencias no afectan solo a la zona quemada.