Las smart cities prometen sostenibilidad, pero... ¿realmente cumplen? Esto dice un estudio de la Universidad de Glasgow

Ciudades inteligentes que usan la tecnología para gestionar sus recursos más eficientemente y conseguir que vivir en ellas sea más cómodo. Pero, ¿reducen el impacto ambiental y la contaminación todo lo que deberían para proteger la salud del planeta?

Las ciudades inteligentes usan las tecnologías para ofrecer servicios más eficientes, accesibles y transparentes.

Cerca del 55% de la población mundial, unos 4.200 millones de personas, vive en ciudades. Según datos del Banco Mundial, se prevé que esta tendencia siga creciendo hasta situarse en el 70% en 2050.

Para mejorar su desarrollo económico, ambiental y social y, por tanto, aumentar el bienestar de quienes residen en ellas, nace el concepto de “smart cities” o ciudades inteligentes, que promete transformar la vida urbana: menos contaminación, mejor movilidad, servicios eficientes y mayor calidad de vida.

Y ahí juegan un papel fundamental las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) que, a través de sensores, inteligencia artificial y big data, son capaces de gestionar de forma eficiente los recursos urbanos. Pero, ¿están estas ciudades cumpliendo con sus promesas de sostenibilidad?

Mucha tecnología, pocos beneficios ambientales

Un estudio de la Universidad de Glasgow (Escocia, Reino Unido) en el que han participado otras de Países Bajos, Francia e Inglaterra, y publicado en «Journal of Urban Technology», revela que el modelo de smart cities no garantiza automáticamente beneficios ambientales.

Tras revisar más de 3.600 estudios científicos, los investigadores concluyen que muchas veces se habla de “smart city” sin evidencias claras de que estas tecnologías reduzcan emisiones o mejoren la sostenibilidad.

Es decir, inteligente no es sinónimo de sostenibilidad. De hecho, el medio ambiente tiene un papel mucho más marginal en las smart cities de lo que cabría esperar y muchas de las analizadas ni siquiera cuentan con una agenda verde.

¿Cómo se mide la inteligencia de una ciudad?

Uno de los grandes retos de las ciudades inteligentes es la falta de indicadores claros que permitan medir su sostenibilidad. Es cierto que existen rankings como el Smart City Index, pero priorizan la conectividad y la innovación por encima de criterios ambientales o de justicia social.

Además, los datos recogidos por los sistemas inteligentes a menudo no se comparten públicamente ni se auditan, lo que dificulta evaluar su impacto real.

Así que, en muchos casos, la tecnología termina sirviendo más para el control o el marketing político que para una transformación ecológica profunda.

Casos emblemáticos que generan dudas

Songdo, en Corea del Sur, concebida como una ciudad inteligente y futurista desde cero, cuenta con sensores para controlar todo: desde el tránsito de vehículos hasta los niveles de basura. Sin embargo, su impacto ecológico real sigue siendo muy limitado a pesar de sus muchas soluciones tecnológicas.

Songdo, en Corea del Sur, una smart city creada desde cero en terrenos ganados al mar.

Lo mismo ocurre con ciudades como Dubai o Singapur, que invierten grandes sumas en infraestructura inteligente. Y, aunque han logrado avances en eficiencia operativa, sus políticas no siempre priorizan la sostenibilidad ambiental o la inclusión social.

El caso más paradigmático es Shanghai, en China, considerada la metrópoli más inteligente del mundo. Paradójicamente, es la segunda ciudad del mundo que más gases de efecto invernadero emite a la atmósfera.

Ciudades verdaderamente verdes

Pero no todo es negativo. Algunas grandes ciudades del planeta sí han logrado aplicar la tecnología para implementar políticas sostenibles, crear infraestructura verde, gestionar eficientemente sus recursos y desarrollar un transporte limpio.

Más del 60% de la población de Copenhague se mueve en bicicleta.

En Copenhague (Dinamarca), líder global en sostenibilidad urbana, más del 60% de su población se mueve en bicicleta. Y en Estocolmo (Suecia), primera capital en recibir el título de Capital Verde Europea, hay una amplia cobertura de transporte eléctrico y zonas verdes urbanas.

Ámsterdam (Países Bajos) también se caracteriza por una fuerte apuesta por la movilidad eléctrica y la economía circular. Y en Vancouver (Canadá), donde desarrollan un plan estratégico para convertirse en la ciudad más verde del mundo para 2030, ya más del 90% de su electricidad proviene de fuentes renovables.

Otros ejemplos reseñables son Oslo (Noruega), donde hay una importante penetración de vehículos eléctricos y se ha prohibido el uso de automóviles en el centro de la ciudad; o Zúrich (Suiza) que destaca por un transporte público eficiente, estrictas políticas de reciclaje e incentivos para edificios sostenibles. En Reikiavik (Islandia) toda su electricidad y la calefacción proviene de energía geotérmica e hidroeléctrica y hay una bajísima huella de carbono per cápita.

Estas experiencias muestran que lo “inteligente” no debe ser sinónimo de lo “tecnológico”, sino de lo ambientalmente responsable.

Referencia de la noticia

Joss, S., Sengers, F., Schraven, D., Caprotti, F. y Dayot, Y. (2019). La ciudad inteligente como discurso global: Argumentos y coyunturas críticas en 27 ciudades. Journal of Urban Technology, 26 (1), 3–34. https://doi.org/10.1080/10630732.2018.1558387