Las bruscas transiciones invierno-primavera
El paso del invierno a la primavera no es una transición suave y progresiva, sino que se caracteriza por tener grandes altibajos de temperatura y repentinos cambios de tiempo, en los que se pasa bruscamente del frío al calor y viceversa.
El paso del invierno a la primavera no es una transición suave y progresiva, sino que se caracteriza por tener grandes altibajos de temperatura y repentinos cambios de tiempo, que tan pronto nos llevan a un tiempo puramente invernal –incluso más crudo que el que se ha tenido durante los meses de diciembre, enero y febrero–, como a unos días de calor casi veraniego o sin el casi. A una escala espacial y temporal mucho mayor, es algo similar a lo que ocurre en las transiciones entre las glaciaciones y los períodos interglaciales.
Escribo este artículo recién declarado en España el estado de alarma, por la preocupante expansión del coronavirus, siendo a día de hoy difícil de prever cómo y en qué momento superaremos la pandemia. La predicción que sí se va a cumplir, y de forma inminente, es la que ya desde hace días vienen confirmando los modelos meteorológicos: un inminente cambio de tiempo que hará que abandonemos la casi eterna primavera que nos ha acompañado gran parte del invierno, y pasemos (la mayoría sin salir de nuestras casas) a tener una situación muy invernal, con importantes nevadas en las áreas montañosas del norte y centro peninsular, cayendo el blanco elemento también en otras muchas zonas próximas.
Estamos en una de las épocas del año en la que la evolución de la atmósfera es más impredecible a corto y medio plazo, lo que justifica la dificultad que tiene siempre la predicción de Semana Santa, que es la más solicitada de todo el año, por las cantidad de personas que participan y asisten a las procesiones, así como las que salen de vacaciones. La de este año quedará trastocada por el coronavirus, por lo que, previsiblemente, los meteorólogos no vivirán su particular semana de pasión (la anterior a la citada Semana Santa), aunque estaremos, como siempre, vigilando la evolución atmosférica, anticipando sus cambios y avisando a la población.
Las fechas equinocciales, que marcan tanto la transición del invierno a la primavera, como del verano al otoño, son particularmente movidas en lo meteorológico, ya que en ese par de épocas del año la circulación atmosférica en latitudes medias está en plena fase de ajuste. Si bien el invierno 2019-2020 se ha comportado de forma muy anómala, sin apenas incursiones de aire frío de origen polar en la mayor parte del continente europeo, lo normal, a partir de la segunda mitad de marzo, es que el aire polar ascienda más de latitud, como consecuencia del empuje creciente hacia el norte del cinturón de altas presiones subtropicales. En esa “lucha” entre el frío y el calor, se cuelan hacia el sur entradas frías, que son las responsables de que el tiempo cambie bruscamente y se imponga, transitoriamente, el tiempo invernal.
Estos cambios bruscos de tiempo, con importantes subidas y bajadas de temperatura, tampoco faltan en el mes de abril, mayo e incluso junio, lo que da lugar, a veces, a las tan temidas heladas tardías. El estado ya avanzado del ciclo vegetativo de los cultivos, hace que las plantas muestren ya partes desnudas muy sensibles a las bajas temperaturas, incapaces de resistir una helada de cierta importancia. A medida que avanza la primavera, también van apareciendo y cobrando protagonismo las tormentas, que en algunos casos dejan las temibles granizadas, aunque las que más daño suelen hacer son, principalmente, las que tienen lugar en verano y al principio del otoño.