La gran ola de frío que creó el baloncesto y congeló el Ebro
“Suele decirse, cuando no hay nada de qué hablar, que lo más socorrido es hacerlo del tiempo; …porque si hay tema impuesto actualmente…; hablar y escribir del frío insoportable que sufrimos”. Apertura del diario 'Las Provincias' de Valencia el 21 de enero de 1891. ¿Qué pasó ese año para hablar tanto del tiempo?
La retirada hace unos pocos meses de Pau Gasol, probablemente el mejor jugador de la historia del baloncesto español, fue noticia de primera plana de muchos medios de comunicación y recordó al gran público que, además del fútbol, existen otros deportes.
Seguro, queridos lectores, que ahora se estarán preguntando qué tienen que ver las “churras con las merinas”, es decir, el baloncesto con la meteorología, pues ánimo, sigan leyendo y comprobarán cómo el frío provocó el nacimiento de este precioso deporte que a tantos nos encanta.
¿Por qué el baloncesto y 1891?
En los fríos inviernos de Nueva Inglaterra, EE.UU., el profesor de educación física, James Naismith, luchaba para poder mantener una actividad a cubierto que consiguiera que sus jóvenes alumnos no se aburrieran con los ejercicios monótonos que se hacían en el gimnasio, ya que en el exterior, las frías temperaturas y la nieve impedían la realización de las actividad de educación física.
Casualmente, en 1891, ideó un juego de pelota, posteriormente denominado baloncesto, que motivara a sus alumnos a realizar los ejercicios en el interior de la escuela. Se le ocurrió colgar unas cestas de melocotones en las barandillas de la galería superior que rodeaba al gimnasio y repartió a sus 18 estudiantes en dos equipos de 9 cada uno, que posteriormente, en 1896, pasó al actual número de 5 y que a comienzos del siglo XX se introdujo el tablero como solución para evitar que los seguidores situados en la galería donde colgaban las cestas pudieran entorpecer la entrada del balón.
¿Qué sucedió durante ese invierno?
Aunque en Nueva Inglaterra estaban acostumbrados a los fríos invernales, lo sucedido en ese año superó los registros hasta la fecha y obligó, como hemos visto más arriba, a la adaptación de ciertas actividades de exterior, al interior, para poder continuar con una cierta normalidad. Por ejemplo, el periódico “El Día”, publicado en Madrid el jueves 1 de enero de 1891, daba eco en las noticias de “Extranjero” indicando que en la costa este de Estados Unidos y de Canadá se habían producido “Grandes desastres marítimos y horrorosas tempestades de nieve [...] provocando graves daños en la navegación de cabotaje”.
Concretamente el 14 de enero de 1891, los reanálisis de la NOAA para esa zona de Norteamérica nos daban una temperatura de unos -20 ºC a 1500 metros de altitud. Podemos considerar que esta situación no era solo local, ya que la ondulación del chorro polar estaba muy marcada, teniendo en superficie un potente anticiclón atlántico de bloqueo situado al oeste de Irlanda, que empezó a canalizar en Europa, por su flanco oriental, un flujo del norte con aire extremadamente frío, que el día 14 empezó su desplazamiento hacia la parte sur de nuestro continente.
Situándonos en España, vamos a tratar la fase final de la ola de frío de enero de 1891, que, a su vez, forma parte de un invierno anómalo por el gran frío que sufrió toda Europa. Desde entonces, en nuestro país no se ha vuelto a registrar nada semejante, solo en las olas de frío de 1956 y la del año pasado se pudieron medir valores similares. Aquella de 1891 fue mucho más larga, prolongándose, con ciertos altibajos, casi dos meses, entre el 26 de noviembre de 1890 y el 23 de enero de 1891, con dos mínimos muy acusados, uno hacia el 29 de noviembre de 1890 y el otro en las proximidades del 18 de enero de 1891.
Enero de 1891, ¡las rebajas de las temperaturas!
Podemos observar en los reanálisis cómo la masa de aire que alcanzó la Península durante esos días fue de procedencia ártica, con un camino directo atravesando Escandinavia, centro Europa y entrando por los Pirineos el día 15, con una temperatura de -10 ºC en 850 hPa, unos 1500 m de altitud.
Esta entrada fría, al tener un recorrido muy continental, fue bastante seca, por lo que su impacto fue más por el frío que por las nevadas, aunque sí fueron importantes en las zonas donde la masa de aire al final de su recorrido tocó el mar, como en el área cantábrica o en los grandes sistemas montañosos del norte peninsular.
Lo interesante del movimiento de los centros de presión durante las siguientes jornadas, fue que la borrasca mediterránea tuvo un desplazamiento retrógrado y se acercó a las Baleares, situándose sobre Córcega y Cerdeña el día 17, lo que provocó que la masa más fría, en vez de entrar por el norte de Italia, fuese desplazada hacia el nordeste peninsular, con temperaturas de -16 ºC en los Pirineos a 1500 m de altitud.
Fue el día 18 el momento álgido de esta ola de frío, con una temperatura a 850 hPa de entre -18 a -20 ºC, alcanzando, con -14 ºC la costa mediterránea, lo que provocó en Valencia una mínima de -8 ºC, la más baja observada en esta ciudad. Además, también habría que tener en cuenta la más que probable fuerza del viento, debido a lo próximas que se encontraban las isobaras en el nordeste peninsular, por lo que la sensación térmica tuvo que ser muy baja durante esas jornadas.
Conclusiones
Los valores registrados en esa ola de frío histórica, según “El Heraldo de Madrid” del 19 de enero, fueron de -14 ºC en Reus (Tarragona) y en Teruel y de -12 ºC en Morella, Castellón. Los registros oficiales del banco de datos de AEMET, referidos a los antiguos observatorios de capitales de provincia, indican que la mínima más baja de la ola de frío se registró el día 18 con -19,2 ºC en Soria (Instituto). Otros valores excepcionales, tanto por lo que bajó el mercurio como por la situación geográfica, fueron los -9,6 ºC en Barcelona (Universidad), -8,0 ºC en Valencia (Universidad), -3,8 ºC en Sevilla o los -0,9 ºC en Málaga.
Visitando la hemeroteca podemos encontrar multitud de referencias a la situación vivida en España durante ese invierno histórico que provocó un gran impacto en la sociedad debido a lo sucedido, con ríos de mayor o menor tamaño congelados, destacando el Ebro a su paso por Zaragoza y Tortosa; cultivos arrasados por las continuas heladas, por ejemplo la ciudad de Valencia registró durante ese invierno de 18 a 20 días de helada; personas muertas de frío mientras realizaban las labores del campo o en embarcaciones de pesca.
Como podemos comprobar todo un desastre y que no solo sufrió la Península Ibérica, sino que se extendió a la casi totalidad del continente Europeo. El río Sena a su paso por París permaneció congelado entre el 11 y el 24 de enero, el Támesis a la altura de Oxford, el Rin y así innumerables casos.
Y aún faltaba otro golpe de la Naturaleza, ya que en la última semana de enero, la ruptura de la situación del norte fue brusca, con la llegada de vientos mucho más templados y húmedos, con precipitaciones que ayudaron a un rápido deshielo, provocando grandes inundaciones, como la del Ebro a su paso por Zaragoza, con un caudal aproximado de 3.250 m3/s -comparar con la última de diciembre de 2021 que rondó los 2.700 m3/s-. Situaciones parecidas que se vivieron en Francia, Bélgica o Alemania, por poner un ejemplo. Así que está claro, cuando hablemos del tiempo, si queremos hablar de frío, deberemos decir “que para frío, el ¡frío de antes!”.